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Los incendios forestales de 2021 alimentan como nunca el círculo vicioso entre el fuego y el cambio climático

Los brigadistas trabajando en la extinción del incendio en Navalacruz (Ávila).

Raúl Rejón

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El Mediterráneo, Norteamérica, Siberia. La oleada de grandes incendios forestales este verano ha sido devastadora. En España han resonado dos siniestros de grandes dimensiones: Navalacruz y Sierra Bermeja. Pero, además de la destrucción, al arder millones de árboles, estos fuegos han emitido en el hemisferio norte una cantidad nunca vista de gases de efecto invernadero.

Los incendios forestales conforman un círculo vicioso con el cambio climático. Las condiciones climáticas favorecen la expansión de grandes fuegos que, a su vez, expulsan millones de toneladas de CO2, que provocan cambio climático. Así que en julio y agosto pasados se batieron los récords globales de emisiones por incendios para esos meses: 1.258 y 1.384 millones de toneladas de CO2 lanzadas a la atmósfera respectivamente, según los cálculos por satélite del Servicio de Vigilancia Atmosférica de la UE Copernicus.

El experto en incendios forestales del Copernicus, Mark Parrington, apunta que “lo inusual de este verano ha sido el número de fuegos, la extensión de las áreas en las que estuvieron ardiendo, su intensidad y, también, su persistencia”. En este sentido, en España, el incendio explosivo de Sierra Bermeja estuvo avanzando “incontrolable” hasta que la entrada de precipitaciones de lluvia abrió la puerta a contener los frentes.

Al arder, los árboles liberan una buena parte del carbono que han retenido durante décadas o centenares de años. La quema de biomasa produce, principalmente, dióxido de carbono (CO2) y vapor de agua. El incendio de un bosque emite, de golpe, una gran cantidad de gas de efecto invernadero a la atmósfera.

El análisis del Copernicus explica que las condiciones de sequedad y ola de calor de la cuenca mediterránea hizo que incendios muy destructivos se extendieran por Turquía, Grecia, Argelia, Italia, Macedonia del Norte y Túnez y llegaran a golpear la península ibérica: España y Portugal. “Fueron muchos incendios intensos y de rápida propagación que crearon grandes cantidades de contaminación con columnas de humo claramente visibles en las imágenes por satélite”, ha descrito el Sistema.

En Norteamérica, por su parte, los incendios afectaron a toda la franja oeste desde Canadá a California (EEUU). Solo los fuegos de junio a agosto en ese estado superaron los 35 millones de toneladas de CO2, cuando en 2020 habían sido unos 15 millones y ya suponían tres veces más que la media del siglo XXI.

En las Siberia rusa, el pasado 3 de agosto se estableció un nuevo récord histórico de emisiones por destrucción de bosques. El centro de los incendios se situó en la república de Sakha, donde la intensidad de los fuegos estuvo por encima de la media histórica desde junio hasta entrado septiembre. Solo en Rusia, las emisiones de CO2 por incendios forestales entre junio y agosto escalaron hasta los 970 millones de toneladas.

En la parte norte de la Tierra, los fuegos de Norteamérica y Rusia causaron más de la mitad de todos los gases de efecto invernadero lanzados con este proceso a la atmósfera en julio de 2021, lo que da una idea de la dimensión de los siniestros ocurridos.

En definitiva, en julio y agosto pasados –el pico de la temporada de incendios boreales, según lo califica Copernicus–, la destrucción por las llamas de bosques en todos estos países emitió un récord absoluto de 2.600 millones de toneladas de CO2. Una aportación histórica a la costra de gases que recalientan el planeta y empeoran la crisis climática.

El World Resources Institute (WRI) describe que “los incendios no se incrementan de manera aislada, sino que son solo una pieza de un sistema climático múltiple que se retroalimenta”. Es decir, existe un ciclo, en este caso destructivo, que “está empeorando y, por tanto, acelera el cambio climático”, concluye.

El ciclo consiste, básicamente, en que el calentamiento global de la Tierra está creando las condiciones ambientales propicias para que se declaren y extiendan incendios cada vez más destructivos. Una vez iniciados, los fuegos liberan gran cantidad de gases de efecto invernadero que agravan el tapón atmosférico y, por tanto, la alteración del clima. Eso perpetúa las condiciones que están empeorando los incendios. Y vuelta a empezar.

Cada etapa de este proceso va a peor, según los datos que van recopilando los científicos. Mark Parrington confirma que “es preocupante que las condiciones más secas y cálidas, causadas por el calentamiento global, incrementan la inflamabilidad y el riesgo de combustión de la vegetación, lo que ha conducido a incendios muy intensos y de rápida expansión”.

En España, por ejemplo, los veranos duran ahora cinco semanas más que en 1980, lo que prolonga la época de riesgo de incendios. La temperatura global en el país ha subido 1,7ºC desde la época preindustrial (tres cuartas partes de ese recalentamiento se han acumulado en los últimos 60 años). “En los últimos 30 años, el número de récords diarios de temperaturas altas es mucho mayor que el que cabría esperar en un clima que no se estuviese calentando”, dice la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). El gran incendio de Navalacruz, que carbonizó más de 22.000 hectáreas, se inició al llegar la ola de calor del 11 al 16 de agosto. Fue “una de las más intensas de las que se han vivido”, calificó la AEMET. Se batieron los máximos en una veintena de estaciones de la red principal de la Agencia.



Así que, aunque las condiciones meteorológicas concretas de cada lugar juegan un papel importante en el comportamiento de los incendios, “el cambio climático está ayudando a proporcionar un entorno ideal para los incendios forestales”, confirma Parrington. En este sentido, los bosques españoles, que son en definitiva lo que arde cuando se provoca un incendio forestal, están padeciendo la alteración climática y se recuperan cada vez con más dificultad de los periodos de sequía que los agreden.

Al mismo tiempo, la emisión de gases invernadero desde otras fuentes, básicamente la quema de combustibles fósiles para obtener electricidad y transporte, lejos de aminorarse este año van camino de otro repunte. La pandemia de COVID-19, con su parón económico y social, había conllevado una caída de esas emisiones (en España hasta por debajo de los niveles de 1990). Sin embargo, este curso, la generación de energía o la industria ya lanzan tanto CO2 como en 2019, según Global Carbon Project. La concentración de este gas en la atmósfera ha crecido y, en 2021, ha superado ya las 415 partes por millón. Ni la pandemia ha podido frenarlo.

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