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¿Por qué las escuelas permiten el uso de ordenadores y tabletas pero no de móviles?

Daniel Sánchez Caballero

A día de hoy la tendencia es clara. Prohibición. Sin matices. Las autoridades educativas han optado por no complicarse la vida a la hora de afrontar la ¿problemática? del uso de una herramienta tan cotidiana como el móvil en los centros. No se permite y punto. En algunos no se puede ni llevar en el bolsillo apagado.

Hasta ahora la regulación dependía principalmente de cada centro (institutos sobre todo, en los colegios no es tan habitual que los alumnos tengan un smartphone), que optaban mayoritariamente por prohibirlos. Pero ante las quejas de instituciones y maestros cada vez más Comunidades Autónomas están empezando a regularlo. Galicia, Murcia o Castilla-La Mancha son algunas de las últimas que han sacado una normativa al respecto.

“Ha sido un problema y a día de hoy todavía lo es”, afirma Inmaculada Suárez, defensora del profesor del sindicato de docentes Anpe. “El móvil no es una necesidad y un alumno no puede utilizarlo en clase ni en el recreo”, opina. Para los que defienden este argumento el teléfono es un elemento “disruptivo” que amenaza la convivencia en clase, distrae a los alumnos, puede ser una herramienta para vejar o humillar a otros compañeros (haciéndoles vídeos o fotografías), etcétera. Suárez calcula en un 8% las quejas o consultas que recibe de profesores respecto a este tema. “Integrar el móvil en clase es un poco complicado. Ya se integra la pizarra digital, el ordenador... el problema del móvil es que los usos que se hacen de él son poco apropiados”, añade.

La realidad es que la práctica totalidad de los jóvenes tienen un móvil con acceso a internet, según un estudio de la operadora Tuenti y la empresa Ipsos. Un 40% de ellos afirma que lo utiliza para estudiar intercambiando apuntes o buscando información en internet. Más de la mitad, el 56%, admite utilizarlo en horario lectivo pese a las prohibiciones, según este estudio. Y por supuesto una gran mayoría (72%) cree que no debería estar prohibido llevarlo a clase.

Para algunos negar indiscriminadamente el uso de una herramienta tan común como el móvil en la escuela es algo parecido a ponerle puertas al campo. “Los que creamos contenidos, muchos profesores y por supuesto los alumnos lo creen”, confirma Miguel Ángel Pereira Baz, jefe de Servicio del Centro Nacional de Desarrollo Curricular en Sistemas no Propietarios. “Pero a la vez es verdad que ninguno acabamos de encontrar la tecla para introducir el móvil en clase. Tenemos que dar el paso de saber cómo regular, canalizar y controlar su uso en el centro”, concede.

“Es lo único que no debe hacerse”, tercia Mercè Gisbert, profesora de tecnología educativa en la Universidad Rovira i Virgili de Cataluña, que se pregunta por qué se permite el uso de tablets u ordenadores pero no el de teléfonos cuando apenas hay diferencias entre ellos.

De momento este ámbito es un pequeño gran desconocido en las escuelas, y la respuesta de los centros al uso del móvil es retirárselo al alumno y que lo recoja él al final de la jornada o incluso los padres, para que se hagan cargo de la situación. “Ellos son los primeros que deben colaborar con estas normas y no lo hacen lo que debieran”, asegura Suárez, de Anpe.

Gisbert opina que el problema es “el miedo a lo desconocido”. Para esta profesora el problema no es el móvil sino la incomprensión en la escuela de las tecnologías. Pasó lo mismo con internet, sostiene. “Las metodologías que se utilizan en el sistema formal son demasiado rígidas, y cualquier elemento nuevo crea un desequilibrio”. Y la reacción es: “Si no lo puedo controlar, lo prohibo”.

Rompiendo moldes

Pero poco a poco surgen iniciativas para tratar de integrar el móvil en la escuela, siempre reacia (o al menos lenta) ante los cambios. “Hasta hace bien poco ni siquiera era posible. No había contenidos que se pudieran utilizar. Ahora poco a poco sí. Hay experiencias. No de manera coordinada, pero hay algunas, sobre todo en formación del profesorado. Estamos aún en una era premóvil”, sostiene Pereira. Algunos centros también experimentan con programas un poco más integrales, como ocurre en el Joaquim Pla i Ferreras, de Sant Cugat del Vallés (Barcelona).

“Antes prohibíamos los móviles y cualquier tipo de dispositivo. Puedes prohibir lo que quieras, pero la realidad es otra, que todos los alumnos lo llevan”, cuenta Antoni Aparici, coordinador TIC del centro. “Además esta prohibición generaba una contradicción, porque nuestro centro está en un programa en el que los alumnos utilizan tablets y ordenadores en ciertos cursos, no cuadraba mucho con prohibirles traer dispositivos”, añade.

Así que tras discutirlo en el claustro le dieron la vuelta al argumento, permitiendo que los alumnos lleven sus aparatos. “Pero les hacemos responsables de su uso. Deben saber cuándo utilizarlo y cuándo no”, explica Aparici. Para regular la situación se creó un código visual. Por ejemplo, si hay un interrogante quiere decir que se puede utilizar el móvil si se solicita (y obtiene) permiso del profesor. Para fotografiar entre clases una pizarra llena de notas que va a ser borrada por el siguiente profesor, por ejemplo. También se permite un cierto uso pedagógico del móvil, para buscar un dato concreto o una información. ¿El resultado de este programa? “En general nos va bien. Las incidencias bajaron muchísimo”, asegura Aparici.

Un marco claro y que los alumnos consideran justo ha reducido en este centro una situación muy típica que se da muy a menudo cuando un profesor detecta que un alumno está utilizando el móvil en clase e intenta requisarlo hasta el final del día, según establecen la mayoría de las normativas. Eso es un conflicto asegurado en la mayoría de los casos, explica Suárez. Para los alumnos el móvil es una propiedad preciosa y privada, y mucho no aceptan desprenderse de él. “Se llega a las agresiones”, afirma la defensora del profesor de Anpe.

Pero la cuestión que plantea Aparici va más allá de un mal uso puntual del aparato. Nadie nunca nos ha enseñado a utilizar el móvil. Cuándo se puede, cuándo se debe, cuándo no. “¿Por qué no intentar educar a los alumnos en el buen uso del móvil? Este fenómeno (el uso inapropiado del aparato) ocurre en las aulas, pero también fuera”, afirma. “Vas a una reunión y ves a la gente utilizando el móvil. O en una conferencia, haciendo fotos de la presentación sin permiso. Intentamos concienciar desde la base. La tecnología está en todas partes y debe estar en la escuela también”, argumenta. Un dato para sostener su reflexión: un 53% de los jóvenes afirma practicar a veces el llamado phubbing, ese (molesto) fenómeno por el alguien hace más caso a su teléfono que a su interlocutor físico. Un 13% adicional admite practicarlo siempre, según la encuesta de Tuenti e Ipsos.

También en la universidad

Pero la relación de móvil y educación no acaba en la etapa obligatoria. También en la universidad plantea disyuntivas, con el añadido de que en estas edades no se puede andar confiscando el teléfono a los estudiantes. David Cerro, profesor de la facultad de Ciencias del Deporte de la Universidad de Extremadura, decidió atacar el fenómeno.

En su caso no es que sus estudiantes interrumpieran la clase o molestaran a otros, pero le distraía a él verlos centrados en sus teléfonos, “perdiendo el tiempo”. “Era imposible que no lo utilizaran, tampoco te vas a poner como un policía”, cuenta. Así que pensó en cómo integrarlo. Tomó prestada una iniciativa que se desarrolla mucho en los congresos, que es proponer un hashtag en Twitter relacionado con el tema e ir proyectando en clase las opiniones que los propios alumnos u otras personas con algo que aportar realizaran a través de esta plataforma. Así utilizarían el móvil para seguir la clase y participar de ella.

“No todos escriben, claro. Hay gente que no tiene Twitter incluso. Pero siempre los hay que sí. También proponíamos a profesionales de la materia que opinaran para debatir acerca de esto”, afirma. “Además hay gente a la que le cuesta hablar en público o preguntar. De esta manera se rompe un poco ese miedo”, remarca. Quedó muy satisfecho de la experiencia. “Funciona mejor con grupos grandes y clases teóricas”, explica.

En la línea de lo que cuentan Aparici o Cerro, Pereira Baz, de Cedec, sostiene que “las experiencias que se hacen del uso puntual del móvil van muy bien, en concreto las experiencias de mobile learning muy estructuradas, con un proceso y unos objetivos muy marcados”. Aunque concede que “nadie ha probado a utilizar el móvil como elemento de referencia para una clase durante un trimestre”. Tampoco cree que deba ser una herramienta única. “La ley de oro de la pedagogía es la variedad”, recuerda. “Probablemente el móvil deba entrar junto a otra cosa. Un cuarto de hora con el móvil, un cuarto de hora de debate y otro cuarto de hora de plasmar resultados a boli”, pone como ejemplo. Pero algo tiene claro. “Cuando se empiece a utilizar a mayores en clase se impondrá y será un aluvión que hará que las tablets pierdan impulso”, afirma convencido.

Gisbert coincide. “Hay que analizar qué nos aporta como tecnología, qué peligros tiene, y organizar su uso en función de esto”, explica. Falta que alguien dé con la tecla.

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