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George y Malinka: la historia de amistad entre un delfín y un fotógrafo que se forjó bajo el agua

Delfines y humanos tenemos personalidades parecidas

Inma Moraleda

Madrid —

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George, fotógrafo y buceador aficionado, vio por primera vez a Malinka hace más de veinte años en la costa de Irlanda. Desde entonces, esta delfín nariz de botella ha acompañado a George en inmersiones por distintas zonas del Atlántico, formando una amistad extraordinaria que trasciende barreras naturales.

Malinka no pertenece a ningún centro de rescate ni está entrenada: es completamente salvaje, y ha sido ella quien ha decidido, voluntariamente, seguir apareciendo cada cierto tiempo para nadar junto a su amigo humano. Por ello, el vínculo entre ambos ha llamado la atención de expertos marinos y amantes de los animales. A diferencia de muchos casos donde los delfines son atraídos por alimento o domesticados en centros acuáticos, la relación de George y Malinka se ha construido desde el respeto mutuo y la curiosidad compartida.

En las imágenes y vídeos que George publica en sus redes sociales (el más reciente, viral en Instagram) se puede ver a Malinka nadando junto a él, posando para la cámara y jugueteando en las profundidades del océano como si se tratara de una compañera habitual de buceo.

Una complicidad que desafía lo conocido

No se trata solo de una historia curiosa: Malinka es un verdadero ejemplo de socialización inusual en la fauna silvestre. Delfines nariz de botella suelen establecer vínculos dentro de su propia especie o, en ocasiones, con humanos que les proveen alimento; en este caso, la relación con George se basa exclusivamente en la compañía.

Los continuos encuentros de George y Malinka han atraído la atención de medios especializados y organizaciones marinas. Su relación ha sido vista como una ventana hacia la sensibilidad de estos mamíferos marinos, abriendo debates sobre la inteligencia cetácea y el respeto a su hábitat natural.

Lo que hace especial esta historia es también el mensaje que transmite: existe una armonía posible entre humanos y fauna salvaje, siempre que primen la empatía, el respeto y la observación responsable. George nunca interfiere ni altera el entorno de Malinka, no busca ni fuerza los encuentros.

Y, por tanto, las fotografías resultantes no son simples postales marinas: revelan emociones, curiosidad y un lenguaje compartido. Los gestos de Malinka, los movimientos de George hacia la lente y la intimidad del momento dibujan narrativas visuales que han sido celebradas por aficionados y expertos por igual.

Así, 20 años después de su primer encuentro, George y Malinka continúan explorando juntos las aguas atlánticas. Su relación se ha convertido en un símbolo para la conservación marina, recordándonos que el planeta es hogar también de seres sensibles, capaces de conectar contra todo pronóstico. Además, su historia es un ejemplo de que la amistad no entiende de límites. Es también un llamamiento a valorar y proteger nuestros océanos, aprendiendo de quienes los habitan en ellos.

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