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Leonardo Torres Quevedo, el español 'precursor' de la inteligencia artificial

Torres Quevedo reatratado por Joaquín Sorolla en 1917

Francisco A. González Redondo

Profesor Titular de Historia de la Ciencia, Universidad Complutense de Madrid —

En septiembre de 1906 culminaban en Bilbao, ante el Rey Alfonso XIII, las pruebas del Telekino, el sistema de radiocontrol creado por el ingeniero Leonardo Torres Quevedo. El éxito del invento promovió la creación, en diciembre de aquel año, de la Sociedad de Estudios y Obras de Ingeniería, con el objetivo de construir el primer teleférico abierto al público de la historia: el Transbordador del Monte Ulía, en San Sebastián.

También como consecuencia del éxito, en febrero de 1907 el Ministerio de Fomento creaba el Laboratorio de Mecánica Aplicada, para que Torres Quevedo completara su máquina algébrica y desarrollase el Telekino, no solo como un simple mando a distancia, sino como el primer autómata electromecánico de la historia.

Dos años después, en 1909, finalizadas las pruebas de su dirigible autorrígido y vendida la patente a la Casa Astra para la comercialización de su sistema desde París, Torres Quevedo podía centrarse en esta nueva tecnología electromecánica, convencido de que era posible “construir un autómata” que ejecutara “una serie determinada de cálculos, por complicados que sean, sin auxilio de operador alguno”.

Así, en 1910 presentaba el proyecto de la primera computadora digital electromecánica de la historia. En ella, bastaría “inscribir los datos” para que el autómata calculara -e imprimiera- los resultados, regulando “la marcha de las operaciones”. En suma, Torres Quevedo proponía el estudio de los “procedimientos de automatización mecánica” que permitieran “sustituir” el “trabajo inteligente del obrero” con el “puramente mecánico” de una máquina.

Las bases de la ‘Automática’

En enero de 1914 veían la luz los Ensayos sobre Automática (PDF), con un clarificador doble subtítulo en la portada. El primero, Su definición. Efectivamente, hacía falta definir una sección especial de la “teoría de las máquinas” (una nueva ciencia), la automática, “que examinara los procedimientos que pueden aplicarse a la construcción de autómatas dotados de una vida de relación más o menos complicada”.

El segundo subtítulo, Extensión teórica de sus aplicaciones. Con este ensayo, Torres Quevedo intentaba “demostrar, desde un punto de vista puramente teórico, que siempre es posible construir un autómata cuyos actos, todos, dependan de ciertas circunstancias más o menos numerosas, obedeciendo a reglas que se pueden imponer arbitrariamente en el momento de la construcción”.

El libro comienza precisando el concepto de “autómata”. Distingue los que imitan los movimientos del hombre de los que imitan sus acciones. También separa aquellos que actúan “de modo continuo” y los que lo hacen “por intermitencias”. Pero, sobre todo, se centra en los autómatas dotados de “discernimiento”. Aquellos que “puedan en cada momento, teniendo en cuenta las impresiones que reciben, y también, a veces, las que han recibido anteriormente, ordenar la operación deseada”.

Teoría y práctica

Para solucionar (teóricamente) el problema escogería el diseño de una “máquina analítica”. Un autómata que “ejecuta una por una todas las operaciones indicadas en la fórmula que se trata de calcular”, que procede “en todo como un ser inteligente que sigue ciertas reglas”, y, sobre todo, “en el momento en que hay que escoger un camino en cada caso particular”.

Y para demostrar (prácticamente) su teoría, presentaba el Ajedrecista. Este es un “modelo de ensayo y demostración” de ese “cuerpo de doctrina que podría llamarse Automática” que estudiaría “las condiciones en que la automatización puede efectuarse”, incluso “en la determinación de los actos del autómata” en los que “ha de intervenir la inteligencia”.

Demostración de el Ajedrecista. Museo Torres Quevedo.

El Ajedrecista juega un final de partida de rey y torre blancos contra el rey negro. La máquina analiza en cada movimiento la posición del rey que maneja el humano, “piensa” y va moviendo “inteligentemente” su torre o su rey, dentro de las reglas del ajedrez y de acuerdo con el “programa” introducido en la máquina por su constructor hasta, indefectiblemente (si el humano no hace trampas, de las que se apercibiría y avisaría la máquina), dar el jaque mate.

El ajedrecista, ejemplo temprano de IA

Con el Ajedrecista quedaba demostrada de forma práctica la posibilidad de la inteligencia artificial. Así lo destacaba Le Matin: “Un autómata que sabe jugar al ajedrez. La máquina puede realizar el trabajo cerebral del hombre”.

También The Mail and Empire de Toronto, que se hacía eco de la máquina que juega al ajedrez “como un ser humano”. Hasta Scientific American Supplement publicaba un artículo sobre “Torres y sus destacados dispositivos automáticos”, destacando que “sustituirá con máquinas a la mente humana”.

La construcción efectiva de una “máquina analítica” le llevaría algún tiempo más. De hecho, no terminaría su aritmómetro electromecánico hasta el verano de 1919. Sin embargo, dedicado entonces al proyecto del dirigible transoceánico Hispania, esperaría hasta 1920 para dedicarle un artículo científico, presentado, junto con el “aparato de demostración” operativo, en el Congreso conmemorativo del Centenario del aritmómetro (mecánico) de Thomas de Colmar.

El primer ordenador moderno

El aritmómetro electromecánico es una calculadora digital que puede realizar las cuatro operaciones elementales. Incluye unidades de memoria para realizar los cálculos intermedios y tiene capacidad condicional para poder realizar la división de modo automático. Consta de un teclado (una máquina de escribir) para la introducción de los datos y las operaciones a realizar, y una unidad de proceso con “memoria artificial”que almacena la información enviada y la retoma cuando se pulsa el espaciador del teclado.

Realizadas las operaciones por el aritmómetro sin ninguna participación humana, la calculadora envía el resultado al órgano de salida, la propia máquina de escribir, que imprime el resultado de las operaciones ordenadas.

Con el aritmómetro electromecánico, que podría considerarse el primer ordenador en sentido actual de la historia, Torres Quevedo completaba las posibilidades de su Automática y se convertía en el “precursor” de la inteligencia artificial.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.The Conversationoriginal

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