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¿Te criticarán por mantener relaciones sexuales con robots? Dependerá de si estás casado o soltero

Una escena de la serie Futurama, donde se aconseja "no tener citas con robots"

David Sarabia

Si estás soltero no hay problema, pero si estás casado la cosa cambia: ¿Podemos pensar en burdeles de robots en el futuro? La respuesta, para los investigadores de la Universidad de Helsinki (Finlandia), es que sí. Por eso han preguntado a varios grupos de personas cómo se imaginan los prostíbulos del futuro y qué implicaciones sociales acarrearán los que los visiten.

Los resultados han sido publicados en PsyArXiv, un repositorio de artículos científicos donde la conclusión principal es la que titula esta pieza: la sociedad no juzgará a aquellos que mantengan relaciones con robots, pero sí que estigmatizará a las personas casadas (o en relaciones monógamas) que hagan uso de sus servicios.

El equipo de investigadores, liderado por Mika Koverola, psicólogo especialista en neuropsicología y ciencias del comportamiento, realizó dos encuestas a grupos de 172 y 260 personas. Tuvieron que responder a preguntas relacionadas con su código moral y sus relaciones sexuales y emocionales, así como otras vinculadas a su bagaje en la ciencia ficción. Estas últimas sirvieron para aproximarles a la idea del sexo con robots.

Después, los investigadores pidieron a los sujetos que juzgasen las acciones y la moral de la gente en un escenario determinado. Situaron la historia en 2035, donde el personaje principal, que podía ser hombre o mujer y casado o soltero, se encontraba de viaje de negocios en un país de Europa Occidental y decidía ir a un burdel. Dependiendo del supuesto, en el prostíbulo había un cartel que ponía “No se puede distinguir a nuestros trabajadores de humanos reales” o bien, “Todos nuestros trabajadores son humanos reales”. El protagonista pagaba con dinero efectivo y en el estudio no se ofrecen detalles de los servicios contratados.

Casado no, soltero sí

Los participantes del estudio juzgaron peor al protagonista que, estando casado, acudía a un burdel en busca de sexo robótico. En cambio, cuando el personaje era presentado como soltero, la gente no lo veía tan mal. La gente con más experiencia sexual era más permisiva con la idea de acudir a un burdel, independientemente de la naturaleza del trabajador sexual (si era robot o humano). Las mujeres juzgaron peor al protagonista del supuesto que los hombres, aseguran los investigadores.

“Las relaciones parecen impulsar la forma en que la gente juzga moralmente el uso de los robots sexuales”, explica a New Scientist Thomas Arnold, un investigador de la Universidad de Tufts (Boston, Massachusetts, EEUU) que ha realizado su propio estudio sobre el tema. “Cuanto más empiezas a pensar en ello como algo que podría competir o interferir con las relaciones, parece ser eso a lo que la gente se opone moralmente”.

Arnold critica a los investigadores finlandeses porque llaman al acto sexual “servicios”, confundiendo, de alguna forma, a los participantes del estudio. “Nosotros vimos que la mayoría de la gente pensaba en esto más como masturbarse o usar un juguete sexual”, dice.

Koverola, el autor principal del experimento, reconoce que no definieron lo que era el sexo robótico y dejaron a los participantes usar su propia concepción: “Una versión humanoide completa es la visión de los robots sexuales que típicamente circula en los medios de comunicación”, explica en la publicación científica.

Los investigadores de la Universidad de Helsinki también midieron el nivel de disgusto que les producía a los participantes mantener relaciones sexuales con los robots, tanto moralmente como patógenamente (cómo de sensibles eran a la hora de contraer gérmenes). La gente que sacó altas puntuaciones en este segundo factor condenaba el uso de cualquier trabajadora sexual remunerada (robot o humana), pero sólo para personajes casados.

“No entendemos esto realmente”, dice Koverola. “Hay algo relacionado con la pureza de una pareja casada que podría explicarlo, quizá la santidad del matrimonio.” El investigador asegura que las actitudes hacia los robots sexuales pueden variar de una cultura a otra y planea ampliar sus encuestas para comparar esas diferencias.

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