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The Guardian en español

París se convierte en una ciudad desierta, encerrada en casa, como otra cualquiera

Turistas durante el estado de alarma en Francia a las puertas del museo del Louvre, cerrado por el brote de coronavirus

Jon Henley

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A regañadientes pero obediente, París se ha metido en casa. En la calle de los Mártires, en el noveno distrito de París, por la mañana del martes solamente se veía sobre el asfalto a algún viandante caminando rumbo a casa, con una baguette y una bolsa de la compra bajo el brazo. Poco después del mediodía, cuando el país apenas cumplía media hora en la nueva fase a la que la realidad arrastra –esa de no salir a menos que sea para comprar comida o productos de primera necesidad, ir al médico o llegar a un empleo que se haya certificado como imposible para el teletrabajo– la calle, bulliciosa y comercial a diario, lucía desierta.

François Cornet, de 31 años, decía “se ve bastante rara” mientras se daba prisa para regresar al piso que comparte con su pareja, Suyaka Sudre, de 29 y su hijo de siete meses. “Mientras podamos salir a comprar comida, nos las arreglaremos”, asegura. Sudre explica cómo la pareja había debatido durante la noche sobre las restricciones anunciadas el lunes por el Presidente Emmanuel Macron, las más restrictivas a la vida pública francesa desde la Segunda Guerra Mundial. No sabían si dejar París y mudarse al campo con familiares. “Al final decidimos que no podíamos hacerlo”, explica ella. “Ninguno de nuestros familiares va a rejuvenecer y no podemos asumir el riesgo de contagiarlos. Decidimos quedarnos. Tendremos que ver cómo va esto. No creo que vaya a ser divertido”.

Los cafés, bares, restaurante y cualquier comercio que no venda productos de primera necesidad recibieron orden de cerrar la medianoche del sábado. La noche del lunes, Macron decretó nuevas medidas en un discurso sobrio en el que, no obstante, 35 millones de personas lo escucharon decir seis veces que Francia está “en guerra”.

100.000 policías en todo el país y multas por salir de casa

Cualquiera que ose burlar las restricciones, que se mantendrán al menos durante dos semanas, se arriesga a una multa que irá de los 38 a los 135 euros. “Sé que lo que pido de ustedes no tiene precedentes pero las circunstancias lo exigen”, dijo Macron. “El enemigo está aquí, es invisible y esquivo pero avanza”.

El Ministro de Interior, Christophe Castaner, ha explicado que se desplegarán 100.000 policías para reforzar la orden de confinamiento. Se levantarán puntos de control por todo el país y cualquiera que sea sorprendido fuera de su casa tendrá que justificar el motivo con un formulario que puede descargarse de la página web del ministerio.

Ese formulario, un documento de validez legal que puede rellenarse a mano, requiere que cualquier residente en Francia que salga a la calle declare sobre su honor que lo ha hecho siguiendo una de las razones permitidas, entre las que se incluye pasear al perro o realizar “un breve ejercicio físico del que se excluyen los deportes de equipo”.

El coronavirus ha matado a 148 personas y ha infectado a más de 7.600 en Francia. Los expertos esperan que aumente rápidamente en las próximas semanas. Macron dice que si fuera necesario, el gobierno legislará por decreto para combatir la expansión del virus. Y que las empresas, el empleo y las familias serán protegidas.

Un gran número de parisinos se apresuraron en dirección a las estaciones de tren o se montaron en sus coches a primera hora del martes para llegar a su lugar de destino antes de que venciera el plazo del mediodía. “No voy a quedarme encerrado en un apartamento de 50 metros cuadrados con dos niños de menos de 12 años cuando tenemos una casa con jardín y wifi a 90 minutos de coche”, protestó Marc Becker, de 49 años.

Mientras cargaba maletas y bolsas de la compra, Becker, responsable de Recursos Humanos de una empresa de ingeniería, explicó que trabajaría desde casa. Anne, su esposa, profesora de escuela, tiene que seguir dando clase por internet desde que cerraron los colegios el lunes. Ella cree que “esto va a alargarse semanas”.

Quienes se han quedado, se dirigieron a las tiendas de alimentación y supermercados y vaciaron las estanterías del arroz, pasta, verduras en lata y leche de larga duración. No les importó el anuncio de que los establecimientos de ese tipo, además de las farmacias y los bancos, seguirán abiertos pese a la orden de confinamiento.

En el exterior del Carrefour de la Calle Maubeuge, esperaba pacientemente una cola de clientes que se esforzaba por mantener la distancia de seguridad. “Nos dejan pasar en grupos de cinco o diez cada vez”, explica Marianne Garçon, de 28 años. “Llevo aquí 25 minutos, Si esta es la nueva normalidad, no sé cuanto tiempo van a soportarla los parisinos”.

Las tiendas de barrio, con sus empleados protegidos con mascarillas, sólo permitían la entrada de los compradores en solitario o a lo sumo, en grupos de dos. En la puerta de una panadería de la calle Condorcet podía leerse: “Sí, clientes, por favor, en la cola, mantengan la distancia de seguridad, mínimo de un metro. Paguen sin hacer contacto. No tenemos suficiente personal. Disculpen la espera. Seguimos sonriendo”.

En la calle de los Mártires, nadie se había molestado aún por rellenar el formulario del Ministerio de Interior. “Creo que todo va a salir bien”, decía Yvonne Carmoins, de 67 años. “Tengo mi carrito de la compra, el perro y una receta del médico. Son, por lo menos, tres buenos motivos para estar fuera. Si intentan mandarme a casa me van a oír”. 

Traducido por Alberto Arce

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