Guía de viaje de Formentera y Menorca: ¿qué hacer y qué ver?

Playa de Pujols, Formentera.

Elisabeth G. Iborra

Ahí, en el medio del Mediterráneo, se encuentra el paraíso. Nos referimos a Formentera y Menorca, dos islas que no por ser pequeñas dejan de ser grandes oasis de paz donde relajarse y aislarse del mundanal ruido que se suele encontrar en las zonas de fiesta más bulliciosas de Mallorca e Ibiza.

Formentera, salvaje y pijipy

Formentera enamora. Para empezar, la isla está bastante virgen todavía porque cruzar cuesta un esfuerzo y un dinero. Lo fácil es quedarse en Ibiza, lo costoso es cogerse el ferry por unos 50€ i/v y, una vez en el puerto de La Savina, alquilarse un coche, una moto o una bici para recorrerla de cabo a rabo y pagar por todo a precio de oro sin rechistar.

Se puede abarcar en bici tranquilamente, pues solo mide 20 km de largo. En total, 83,2 km² de superficie atravesada por una sola carretera sin semáforos que la cruzan desde el Faro Cap de Barbaria hasta el de la Mola, eso sí, a 193 metros de altitud. Allá arriba se sitúa el pueblito de El Pilar de la Mola, famoso porque todos los domingos se celebra un mercadillo muy hippy con conciertos para toda la familia. Un restaurante muy rico es Can Toni y la vinoteca Bon Beure con vinos de las islas Baleares merece una visita y degustación.

A partir de la carretera principal, toca meterse por caminos de piedra y arena para acceder a las maravillosas calas y playas de Poniente y de Levante. A un buen número llevan los autobuses públicos, y, a las que no, siempre puedes llegar caminando por la arena, por los caminos de madera y, cómo no, por la orilla pisando algas, pues te guste o no, la Posidonia es omnipresente en la isla. De hecho, según los ecologistas es lo que la está preservando en todo su esplendor salvaje y sus fondos marinos siguen siendo una reserva de la biosfera en la que da gusto bucear.

En Formentera puedes estar un mes y cada día ir a una playa o a una cala diferente. Y además, puedes hacer nudismo en prácticamente todas, porque el turista medio ya sabe que en el paraíso no hace falta bikini.

Empezamos por el Parque Natural de ses Salines, atravesando las lagunas que son el hábitat de aves migratorias y nutren de sal a restaurantes magníficos como La Sal o S’Abeurada de Can Simonet en San Francesc (la capital, por denominarla de alguna manera). De ahí llegamos a la playa de Ses Illetas, en la costa norte, kilómetros de playa para aburrirte de caminar o de nadar sin oleaje. Otras playas más chiquitas y urbanas son las de Es Pujols, un pueblito con mercadillo y vida nocturna.

Desde allí, yendo hasta el pueblo de Sant Ferran, se toma de nuevo la carretera para ir a las calas de Es caló. Y cruzando al lado sur de la isla, la playa de Es Migjorn es la playa más extensa, con sus ancestrales embarcaderos de madera para atracar los barquitos y sus restaurantes exquisitos, como el mítico Sa Platgeta o los modernillos Blue Bar o Flipper&Chiller.

Menorca no es menor

Menorca también es una isla elegante para disfrutar de sus calas rocosas desde Mahón, la capital, hasta Ciudadela, pasando por todas sus extensas playas y los pinares que verdean toda la costa en un contraste maravilloso de acantilados cortando el mar, límpido y turquesa. Otra muestra de ello es S'Albufera des Grau, un parque natural que abarca tanto la Albufera como la isla de Colom y el Cabo de Favàritx. Ya que estás por el norte, puedes ir a Puerto Addaya, S’Arenal de Castell, la cala Tirant y al Cabo de Fornells.

Mahón, una capital diferente

Mahón es una capital pequeñita pero muy peculiar porque se localiza al borde del acantilado del puerto natural de 6 km de longitud. Aparte de sus islas Pinto, del Rey, de Lazareto y de la Cuarentena, has de fijarte en sus casas de estilo británico-georgiano y pasarte por el faro, la Iglesia de Santa María, el Convento e Iglesia del Carmen y el de Sant Francesc, junto al Museo de Menorca. Para empezar el día, un buen brunch en el patio del Jardí de ses Bruixes, y para una buena cena después de toda la jornada de playeo, los restaurantes Ses Forquilles, el Punt7 o Passió Mediterránia.

Partiendo de este extremo este, en el noreste te tentarán la Fortaleza de Isabel Segunda, Cala Llonga, Cala Sant Esteban… y el término de Sa Mesquida, que se distribuye entre su rinconada, su cala, su playa, el restaurante Cap Roig y el Morro de la Tramontana como principales atractivos. En el sureste, toca explorar los rincones, poblados talayóticos, cuevas, islotes, cabos, calitas como Cales Coves o Cala Torret. También puedes optar por inspeccionar las playas entre los pueblecitos de Es Canutells, Binidalí, Binissafuller, Binibiquer, o Marina de Son Ganxo y Punta Prima, que tiene enfrente la Isla del Aire.

Cruzando la isla por su carretera principal, paras en Monte Toro, la montaña más alta, con 358 metros de altura, para disfrutar a vista de pájaro del horizonte, y pasas por Ferrerías para ir a tumbarte a la parrilla en Cala Mitjana o Cala Galdana. De allí, vuelves a la carretera de camino hacia el oeste.

Ciudadela, la eterna rival

Para recorrer Ciudadela, empieza por la Plaça des Born, sede del Ayuntamiento, de estilo gótico, y de los palacios Torresaura y Salort, ambos del siglo XIX. Anterior, del s. XIV, es la catedral de Santa María, con su barroca capilla de las Almas. En el puerto destacan por su gastronomía el Bar Tritón y el restaurante Smoix.

En el Casco Antiguo, entre sus callejuelas medievales, por hacer algo diferente, qué mejor que dejar que te enseñen a cocinar recetas típicas de la comida menorquina los expertos de Cuk-Cuk Experiencias gastronómicas, para degustarlas después en el jardín de su propia casa. En tu día a día, puedes repartirte entre Cala Macarella, Cala Macarelleta, Cala Morell, Cala En Blanes, Cala Blanca, Santandría y en Bosc, entre otras.

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