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Apartheid electoral

Santiago Abascal, en un spot electoral

Javier Pérez Royo

La “Reconquista” fue el mensaje subliminal de Vox en las elecciones andaluzas del pasado dos de diciembre de 2018, que acabó con el éxito contra pronóstico de todos conocidos. Un nacionalismo español de “reconquista” o de “cruzada” es el vínculo que une a los tres partidos de la derecha de cara a las próximas elecciones de abril y mayo. La marcha a caballo de Santiago Abascal liderando a sus mesnadas en Andalucía lo escenificó admirablemente. Mucha bandera, mucho himno, mucho orgullo de ser español. Recitado con diversos matices, ese es el programa de futuro que se propone a la sociedad española. No es un programa de gobierno, sino un programa para “reconquistar” el poder, que, a través de una moción de censura “ilegítima”, ha acabado en mano de los enemigos de España.

El Gobierno en este momento, según “las derechas”, es el resultado de la confabulación de los partidos anticonstitucionales o que han dejado de ser constitucionales, como el PSOE, que es el que  ha encabezado la operación en el inmediato pasado y el que pretende proyectarla en el inmediato futuro electoral. Lo urgente es la “Reconquista”. Una vez que se haya “reconquistado” el poder, habrá tiempo para traducir la “Reconquista” en un programa de gobierno. Es lo que ha ocurrido en Andalucía, donde los dos partidos que están en el Gobierno y el que les apoya desde fuera todavía no saben muy bien cómo hacer esa operación de traducción de un programa de “reconquista” en un programa de gobierno. De ahí el retraso en la elaboración de su primer proyecto de Presupuestos, que ni está ni se le espera. Pero lo primero es lo primero. Hay que ganar las elecciones. Después ya se verá.

En mi opinión, con base en un “nacionalismo español de reconquista” no se puede gobernar democráticamente España. Se puede intentar hacer imposible que se la gobierne por quienes no comparten dicha versión del nacionalismo español. O gobierna el nacionalismo español de reconquista, o no gobierna nadie. Esta es la disyuntiva que se le está ofreciendo desde “las derechas” a la sociedad española. Catalunya es una parte irrenunciable de España. El País Vasco es otra parte irrenunciable de España. Pero el nacionalismo catalán y vasco no pueden participar, ni directa ni indirectamente, en la formación del Gobierno de España. Los nacionalistas catalanes y vascos son ciudadanos españoles, pero no pueden participar en el proceso de dirección política del Estado español. Los únicos sufragios que pueden ser tomados en consideración para la formación de gobierno son los de los ciudadanos catalanes y vascos no nacionalistas.

Con su “nacionalismo español de reconquista” las tres derechas pretenden imponer un “apartheid” electoral en Catalunya y País Vasco. Con los nacionalistas catalanes y vascos se puede convivir en la sociedad civil, pero no en la sociedad política. En el terreno de la economía, de la investigación universitaria, de la cultura en general, del deporte, etcétera, los ciudadanos catalanes y vascos, independientemente de que sean nacionalistas o no, compiten en condiciones de igualdad con los ciudadanos españoles. Y lo hacen muy bien. Son buenos españoles. Pero en el terreno de la política no pueden competir. Es ilegítimo que pretendan influir en la dirección política del Estado.

Y sin embargo, lo que la historia electoral desde 1977 nos enseña es que los partidos políticos representativos del nacionalismo catalán y vasco han sido los árbitros del empate que tiende a producirse entre los partidos de gobierno de la derecha y de la izquierda española. De las 12 legislaturas, la constituyente de 1977 y las 11 constitucionales (de 1979 a 2016), sólo ha habido cuatro, 1982, 1986, 2000 y 2011, en las que se ha podido garantizar el Gobierno por el PSOE o el PP en solitario. En todas las demás, la contribución del nacionalismo catalán y vasco ha sido imprescindible de una u otra manera.

Con el ‘apartheid’ electoral que conlleva el “nacionalismo español de reconquista” la sociedad española en toda su diversidad y complejidad no puede autodirigirse políticamente, es decir, no puede ser gobernada democráticamente de manera estable e indefinida. La lógica de las “tres derechas” es una lógica “franquista”, que no puede expresarse a través del sufragio universal. Con base en ese “nacionalismo de cruzada” no puede formularse un programa de gobierno que pueda abrirse camino democráticamente. El día de las elecciones podría dar como resultado una mayoría de las “tres derechas”. Pero entre las “tres derechas” no existe la cohesión interna mínima para hacer viable de forma democrática un programa de gobierno.

Antes de acudir a las urnas en abril y mayo los ciudadanos deberían reflexionar sobre los programas electorales que son portadores de programas de gobierno democráticamente realizables y los que no lo son. Nos vamos a enfrentar con este dilema con una intensidad muy superior a como hemos tenido que hacerlo en nuestro pasado democrático.

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