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Carambola, pero no lotería

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez

Javier Pérez Royo

La composición del Consejo de ministros o de ministras que se ha dado a conocer a lo largo de estos tres últimos días no puede dejar de sorprender. Da toda la impresión de que Pedro Sánchez  lleva mucho tiempo reflexionando sobre dicha composición, como si estuviera convencido también desde hace mucho tiempo que sería el próximo presidente del Gobierno y que tendría que tener preparada la lista de las personas que colaborarían con él en la dirección política del país. No todas, obviamente, pero sí la mayoría.

Hay un cierto paralelismo entre la forma en que Pedro Sánchez llegó a la Secretaría General del PSOE y la forma en que ha llegado a la Presidencia del Gobierno. Desde fuera casi nadie pensaba que podría llegar a ser ni Secretario General ni presidente del Gobierno. Y sin embargo, él parecía estar íntimamente convencido de que iba a serlo.

Y no una, sino dos veces. Porque, después de llegar a la Secretaría General del PSOE por primera vez, fue descabalgado en una operación miserable dirigida por los pesos pesados de partido, que parecía haber acabado con su carrera política.  De dónde sacó fuerzas para pensar que, a pesar de ello, volvería a ser Secretario General teniendo que competir en unas primarias  con la presidenta de la Junta de Andalucía que contaba con el apoyo de todo el aparato, actual e histórico, es un misterio.

Pero más misterioso es todavía que, tras no conseguir ser investido presidente en la Primera Legislatura de 2016 por contar con el apoyo de Ciudadanos pero no de Podemos  y  perder a continuación las elecciones por más margen que las anteriores, no tirase la toalla y siguiera convencido de que sería el próximo presidente del Gobierno. Todo el mundo lo daba por desahuciado. Bajo su dirección el PSOE se deslizaba por la pendiente de la irrelevancia, de la invisibilidad casi, que es lo peor que le puede pasar a un partido político. Y la responsabilidad era suya.

Y sin embargo, nada de eso parece haber hecho mella en su convicción de que llegaría a ser presidente del Gobierno. Y ha aprovechado la primera ocasión que se le ha presentado. Es cierto que lo ha conseguido en una carambola insólita, en la que la bola tenía que tocar múltiples bandas.  Pero cualquiera que haya jugado al billar sabe que el secreto de las carambolas insólitas está en la imaginación del jugador, en su capacidad de ver la jugada, que parece imposible, pero que no lo es. Es sumamente improbable que en la ejecución se acierte, pero la posibilidad de acertar existe.

Claro que se necesita suerte, pero la suerte hay que buscarla. Estando convencido de que se puede ganar, se puede acabar perdiendo. Pero si alguien no está convencido de que puede ganar, seguro que pierde. Ahí ya no se le da siquiera posibilidad a la suerte de que intervenga.

Pedro Sánchez ha jugado la carambola de su vida. Entendió que el sistema político español estaba presidido por un desorden extremo. Desde finales de 2015 el sistema político español es un sistema desordenado o, mejor dicho, no es un sistema, sino una yuxtaposición de piezas desencajadas.  Y que lo que necesitaba la sociedad española en toda su diversidad era una propuesta para poner fin al desorden. Lo que no necesitaba era la prolongación del desorden con una convocatoria electoral.

Y acertó. Por eso  tenía en la cabeza un Gobierno para poner fin al desorden y que los ciudadanos puedan acudir al próximo ciclo electoral que se abre el año que viene, si es que no se abre en Andalucía este otoño, en condiciones de que el resultado electoral no sea una lotería.

Es un Gobierno para agotar la legislatura.

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