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Cuatro anuncios y una coartada inútil

Oriol Junqueras y Pedro Sánchez, durante la sesión constitutiva de las Cortes en la pasada legislatura.

Esther Palomera

Habemus candidato pero no investidura. Felipe VI ha encargado al candidato del PSOE la formación de gobierno, pero Pedro Sánchez sigue sin tener formalmente los apoyos necesarios. Demasiados movimientos cruzados y demasiados cálculos. Los republicanos se lo piensan. Tanto tiempo sin hacer política que les cuesta pensar más allá de la mitología y de los gestos. Y, aunque parece que el acuerdo está más cerrado que abierto, ensayan una nueva entrega de teatro del absurdo antes de pasar al pragmatismo y permitir que eche a andar una Legislatura que, con estos mimbres, nadie prevé que resulte ni fácil ni larga.

El caso es que mientras ERC y el PSOE ajustan formatos, contenidos y tiempos, Sánchez ha querido socializar la responsabilidad del bloqueo, abrir el foco y simular que amplía el marco de negociación para cargarse de argumentos ante su próxima entente con los republicanos. Lo ha hecho con cuatro anuncios y una coartada que ha resultado inútil. Una reunión con Casado, otra con Arrimadas, una ronda de conversaciones con todos los grupos parlamentarios -incluidos VOX y Bildu- y una ristra de llamadas a todos los presidentes autonómicos, incluido el de la Generalidat de Catalunya.

Tantos meses sin que Sánchez responda sus llamadas de teléfono y, ahora, de buenas a primeras, Torra sí tiene quien le llame. Podría haberse autograbado un nuevo vídeo, vender a un candidato genuflexo, fantasear ante los medios con el contenido de la conversación e incluso poner al socialista frente al espejo de sus contradicciones. Y, sin embargo, ha preferido desdeñar el gesto, tacharlo de “estéril” y reclamar para sí un espacio propio al margen del resto de presidentes autonómicos. Bilateralidad, ha dicho, pero también reconocimiento de los “sujetos políticos” y una salida a la “autodeterminación”.

Nada de lo que haga o diga el molt honorable puede dinamitar ya el acuerdo entre socialistas y republicanos, pero sí convulsionar al mundo independentista e irritar de paso a algunos barones socialistas que lamentan haber sido utilizados en balde como coartada para retomar el diálogo con Torra.

A estas alturas, nadie esperaba que el candidato del PSOE diera explicaciones sobre el contenido de sus negociaciones con ERC y tampoco que fuera a darlas en una improvisada ronda de llamadas telefónicas diseñada solo para camuflar la de Torra. Más bien entienden que se trata de una estrategia para ganar tiempo a la espera de que llegue la abstención de los republicanos y la fecha definitiva para el pleno de investidura.

Con las reuniones de Sánchez con Casado y Arrimadas, además de tiempo, el presidente en funciones solo busca ganar argumentos con los que justificar su acuerdo con el partido de Junqueras. Sabe que el el PP nunca bendecirá un pacto con los “bolivarianos” y los “enemigos de España” sintiendo en la nuca el aliento de Vox. Y que Ciudadanos, con su negativa a votar a favor de la investidura como le dijo a Felipe VI en la ronda de contactos, se ha situado políticamente en el sitio exacto donde le colocaron los ciudadanos, que no es otro que el de la irrelevancia. Ni hay intención de Sánchez de activar un plan B ni la derecha tendría interés en que lo hiciera.

Lo que veremos la próxima semana de reuniones y llamadas no es más que una nueva demostración de la teatralización de la política. Unos lo llaman comunicación política y otros, un nuevo asalto para imponerse en el combate por el relato. Dicho de otro modo: el candidato del PSOE busca responsabilizar a la derecha de que su próximo Gobierno vaya a depender de nacionalistas e independentistas. Y mientras, avanzar en el escenario del acuerdo con los republicanos, que irá más allá de la investidura y los próximos Presupuestos porque incluye también una hoja de ruta para la futura gobernabilidad de Catalunya. Esto será, claro, si los números dan y ERC se impone como primera fuerza política en las próximas elecciones autonómicas. Ya saben que la política es un campo minado, con demasiadas líneas cruzadas y en el que cualquier estrategia a medio o largo plazo puede saltar por los aires cuando uno menos se lo espera. Mucho más cuando los planes pasan por una ERC siempre imprevisible y más pendiente de sus competidores electorales que de consolidar la vía del pragmatismo.

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