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La cabeza de Danton

Miguel Roig

“No podemos ir a los métodos de siempre. A veces se escuchan pretextos para no dar voz a la gente: porque las elecciones están muy cerca, porque están muy lejos, porque hemos sufrido una derrota...” Así expresaba su punto de vista, inmediatamente después de las elecciones europeas, Carme Chacón. Eduardo Madina, por su parte, no fue menos claro: el partido pertenece a todos y no a unos pocos. Izquierda Unida se presentó a esta convocatoria electoral con el lema: el poder de la gente. Podemos, la plataforma política que acaba de nacer, lleva en su propio nombre el espíritu que se ha impuesto el 25 de mayo: el regreso de la izquierda en todos sus matices.

En la víspera de las elecciones el país se debatía en un clima de resignación, sujeción aparente a las imposiciones de Bruselas y hasta cierto candor naif en declaraciones como las de la vicepresidenta del Gobierno asegurando que en las calles había retornado la alegría. Siendo Saez de Santamaría la responsable de comunicación del Gobierno, tal manifestación se puede leer más como una boutade que como una lectura de lo real, más cercana al ‘que coman pasteles’ de María Antonieta, quien –supuestamente– lo lanzó ante la demanda de pan del pueblo francés. En la misma línea está el aporte del principal responsable de imagen del Partido Popular y de Moncloa, Pedro Arriola, quien llamó friki a Pablo Iglesias durante su análisis de los resultados electorales. Con estos gestos, sin olvidar el exabrupto de Miguel Arias Cañete y su pésima gestión mediática, el partido de Gobierno deja claro que su incapacidad política es absoluta y al exhibirse igual que el rey desnudo con estas intervenciones no demuestra un fallo coyuntural sino una característica estructural: el Partido Popular no hace política porque no la considera esencial a la hora de gobernar; piensa que con el proselitismo basta.

Esa ausencia de músculo político y la agonía del otro partido que ostenta poder real, el socialista, hacían del clima electoral un crespúsculo gris. Pero hete aquí que las urnas han cambiado el mapa político y las perspectivas a mediano y largo plazo.

La alegría de la calle es el bullicio del 15-M que Moncloa daba por desaparecido sin combate. La plataforma Podemos, que las encuestas más optimistas otorgaban dos escaños, obtuvo cinco. Izquierda Unida triplicó su caudal de votos y obtuvo seis eurodiputados mientras que el PSOE ha configurado su mayor derrota electoral.

Esta es la respuesta de la calle que remató su gesto dando una victoria pírrica al oficialismo que aún no ha podido ser digerida, por falta de capacidad política entre otras cosas, y posiciona al Gobierno frente a la encrucijada de imponer las nuevas exigencias de la troika y retener, a la vez, todo el poder posible en las próximas elecciones municipales.

El desafío real para la izquierda empieza por el PSOE y se expresa en las frases de Madina y Chacón. Un socialismo que regrese de la deriva parece imposible ante ejemplos tan desafortunados como el hundimiento de Francois Hollande y la figura emergente del primer ministro Manuel Valls quien, junto con su homólogo italiano Matteo Renzi, navegan esa suerte de río Aqueronte para el socialismo cuyo cauce marcó en su día el Nuevo Laborismo con la tercera vía. Valls y Renzi son un up grade de Anthony Blair, cuyo nombre pronunció Margaret Thatcher cuando se le pidió, al final de su carrera política, que mencionara el mayor logro de su trabajo político.

De todos modos, la aventura que emprende el PSOE para definir su futuro –y su identidad– no es el único debate que tiene la izquierda. En el seno de Podemos, tal como lo explicaba en un artículo Ignacio Escolar en este diario, deberá conciliar pareceres entre el sector denominado “tuerkos” integrado por la intelligentsia de la Universidad Complutense que gira en torno a Pablo Iglesias y que alientan un modelo pragmático de construcción de poder político y el sector llamado “troskos” un afluente que proviene de Izquierda Anticapitalista con un programa maximalista. Por su parte, Izquierda Unida, también debe mirar y administrar sus diversas posibilidades de seguir creciendo y su inserción en este nuevo mapa en el que ya no está sola en la margen izquierda del PSOE.

Desde el pulso de Robespierre y Danton la izquierda es un espacio de debate permanente dado que así como el líder de la derecha española se somete a la ‘realidad’, la izquierda no conoce sosiego ni se lo permite en su afán por transformarla de manera permanente. Y si la derecha defiende y puja por la propiedad y así entiende el poder, la izquierda es, como la cinta de Moebius, una circulación infinita e incansable en un andarivel que lleva y trae ideas.

Este es, hoy, el escenario. El Partido Popular se encuentra en una situación de angustia más cruenta incluso que su peor pesadilla (ser oposición: estar en la acera contraria al poder). La izquierda, en todos sus matices, sumida en un debate que puede llevarla al poder en el corto plazo. Eso si en el pulso no olvida que Danton perdió la cabeza. Y si no es suficiente advertencia, habría que recordar que Robespierre también.

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