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Ni fumar mata ni el cambio climático existe

Foto: علاء

José Luis Gallego

Un titular falso. Como todos los que se encargan de aventar los sembradores de incertidumbre, los trileros de datos, esos especialistas en elevar la anécdota a categoría que recurren a la excepción para entorpecer el avance de la ciencia y cuestionar sus conclusiones. Todos unidos forman uno de los lobbys más poderosos del mundo: el de los mercaderes de la duda.

Mercaderes de la duda” (Ed. Capitan Swing) es el título del libro con el que los escritores norteamericanos Naomi Oreskes y Erik M. Conway, acreditados divulgadores científicos, demuestran cómo la ideología conservadora y los intereses corporativos de las grandes multinacionales, llevan décadas ocultando, tergiversando y desacreditando los avances científicos contrarios a sus intereses.

Con el respaldo de unos medios de comunicación cada vez más clientelistas, los fabricantes de recelos vienen dedicándose a silenciar todas las verdades incómodas sobre los efectos negativos de sus negocios, tanto en nuestra salud como en la del medio ambiente.

Cuando se trataba de negar los estudios que relacionan el tabaquismo con el cáncer de pulmón, la exposición al asbesto con el cáncer de pleura o el exceso de azúcar con la diabetes, allí estaban ellos.

Lo inquietante es que como nos demuestran Oreskes y Conway de manera rigurosa y veraz, profusamente documentada, se trata de los mismos nombres que negaron la relación de los gases clorofluorocarbonos (CFC) con el agujero en la capa de ozono, el humo de las centrales de carbón con la lluvia ácida o que niegan ahora que el aumento de los niveles de CO2 en la atmosfera tenga algo que ver con el cambio climático: incluso que se esté produciendo.

“La duda es nuestro producto” dice en el libro uno de los ejecutivos más importantes de la industria tabaquera. Y a eso se han dedicado básicamente. Más que a fabricar cigarrillos, aerosoles o carburantes, lo suyo ha sido silenciar informes o contrarrestarlos con otros basados en anécdotas.

“En la ciencia -dicen los autores en el libro- las cosas no quedan nunca definitivamente resueltas, así que la cuestión relevante es si las pruebas de que disponemos son lo suficientemente convincentes y si los hechos establecidos contrarrestan las incertidumbres residuales”.

El problema llega cuando determinados científicos, auspiciados por los mercaderes de la duda (en el libro aparecen nombres, instituciones y padrinos), convierten esas “incertidumbres residuales” en falsas certezas interesadas para desmontar teorías del todo fiables y nacidas del consenso.  

No suelo recomendar libros en este apartado del diario, pero les aconsejo vivamente que lean Mercaderes de la duda: descubrirán hasta que punto hemos sido y seguimos siendo engañados por los alquimistas del bulo. 

La ciencia es la base más sólida del conocimiento humano. Y es cierto: la duda es uno de sus principales motores. Pero la duda tiene rangos, y cuando deviene residual no puede condenarnos a la espera. Eso es lo que pretenden los negacionistas del cambio climático: alargar la espera en beneficio propio. No caigamos en su vieja trampa.  

Estamos perdiendo un valioso tiempo para mitigar los efectos del cambio climático y evitar que las generaciones futuras se enfrenten a los peores escenarios. Se trata del mismo tiempo que perdimos entre que la ciencia confirmó los daños del tabaco y las autoridades sanitarias se decidieron a alertarnos. Fumar mata y el cambio climático esta sucediendo. Esa es la verdad.

 

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