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No cerréis los centros de experimentación cultural

RES, Patio Maravillas, Madrid, 2007 |  Kinoluiggi

Jaron Rowan

La articulación institucional de la cultura y su impacto está deviniendo un tema de debate y de creciente interés al calor de los nuevos partidos políticos surgidos tras el 15M y a raíz del descontento social generalizado que impera en el Estado español. El análisis de políticas culturales no es un ejercicio simple, puesto que nos encontramos con términos que cambian de sentido y decisiones cargadas de ambivalencia y contradicciones.

Por ejemplo, en 1997, el recién electo Primer Ministro de Reino Unido Tony Blair puso en manos de Chris Smith la cartera de cultura. Esta decisión levantó muchas suspicacias y Smith ha sido una de las personas más influyentes a la par que controvertidas en lo que a las políticas culturales se refiere. Su programa se centró en el impulso de las llamadas industrias creativas y en reforzar el papel económico de la cultura. Aun así, sabía que estas no podían funcionar si no volvía a poner a las grandes instituciones culturales en un lugar preponderante de la gestión pública de la cultura. Lo hizo recuperando un término arriesgado y contundente en torno al que redefinió el papel de las instituciones culturales: la excelencia.

El político rescató un concepto que estaba ya bastante acartonado y en desuso, para implementarlo como un mecanismo a través del cual las instituciones debían rendir cuentas. Por excelencia se entendía que las instituciones culturales debían programar o mostrar sólo aquellas obras o piezas sobre las que hubiera un consenso en torno a su valía. Sólo se podía exhibir o programar aquello que se había erigido mejor de su categoría o ámbito. Otro cambio importante que introdujo Smith fue el de garantizar el acceso gratuito a todas las grandes colecciones y museos. Por todo esto se consideró que el proyecto de Smith fue transformador y arriesgado ya que juntó dos nociones aparentemente contradictorias: excelencia y acceso. Pero esta fórmula resultó ser ganadora y reconfiguró para siempre las instituciones culturales británicas haciéndolas tan populares como reconocidas internacionalmente por su calidad.

Los claros perdedores de este tipo de políticas fueran aquellas prácticas de carácter experimental. Es importante entender que en la excelencia no hay sitio para los prototipos o aquellas prácticas que tienen un carácter más investigador. Al no ser prácticas asentadas o sobre las que existen consensos claros, todas aquellas prácticas de carácter experimental se vieron relegadas a lugares de menor visibilidad y presupuesto como eran los labs o espacios similares. En políticas culturales, excelencia y acceso no son elementos contradictorios, pero excelencia y vanguardia, si. La cultura experimental implica riesgo, incertidumbre y se centra más en procesos que en obras terminadas. El prototipo aglutina preguntas, expectativas y deseos. Es una pregunta abierta que busca interlocutor. La excelencia cierra el ciclo, consolida, encumbra y cristaliza ideas y tendencias.

Las zonas oscuras de la excelencia

Pese a ser un término muy cargado, aplicar criterios de excelencia tiene ciertas ventajas. Por ejemplo, en el Estado español hubiera evitado que Llongueras exhibiera sus esculturas en el Centre d’Art Santa Mònica, que Consuelo Císcar comprara las tristemente famosas fotos de Gao Ping o expusiera obras de su propio hijo, por nombrar algunos de los excesos que hemos visto a lo largo de las últimas décadas. Es importante notar que muchas de las instituciones del Estado no han apostado claramente, ni por la excelencia, ni por la experimentación. Lo que resulta más preocupante es que muchas de ellas han operando sin unos parámetros claros que permitan rendir cuentas a la ciudadanía. La experimentación, por su parte, ocurre a menudo en lugares que operan al margen de lo institucional: hacklabs, makerspaces, centros sociales, locales de colectivos, etc. Todas aquellas prácticas interesadas en investigar, prototipar, articular lo político con lo cultural o, simplemente, experimentar han encontrado pocos espacios institucionales desde los que operar.

Las instituciones culturales en el Estado español han tenido una trayectoria bastante decepcionante. Sin criterios de calidad u objetivos sociales claros, muchas de ellas han terminado siendo proyectos de consagración de la visión del comisario o comisaria de turno o del director o directora que las regentaba. Proyectos en muchos casos personalistas que de esta forma evitaban rendir cuentas o dar pautas para evaluar el supuesto servicio público que estaban realizando. Estas instituciones preescriptoras no se han movido siguiendo criterios de excelencia o acceso ni mucho menos han propiciado la experimentación.

Es por eso que resulta tan importante en este panorama que existan proyectos como La Casa Invisible de Málaga, Calafou en Barcelona, el Astra Guernika en Guernika, el Ateneu Candela en Terrassa o el Patio Maravillas en Madrid, por citar algunos de las más notables y conocidas. Estos espacios han acogido y favorecido la experimentación tecno-política, el desarrollo de la cultura libre, la investigación estética, la exploración de nuevos lenguajes e imaginarios y han facilitado la articulación de movimientos sociales con prácticas culturales y desarrollos tecnológicos.

Los lugares donde se inventa el futuro

Estos son espacios e instituciones que no se pueden mover siguiendo criterios de excelencia y que en muchos casos tampoco son lugares especialmente accesibles pero, sin duda alguna, son entornos en los que se construyen posicionamientos críticos, se articulan preguntas incómodas, se elaboran prototipos políticos y se reúnen aquellas personas que aún tienen sueños con los que traficar. Son lugares incómodos que ponen en crisis las desigualdades y los discursos hegemónicos imperantes. Iniciativas que ocupan el lugar vacío que las políticas culturales actuales no han sabido o querido diseñar. Lamentablemente, en la actualidad dos de ellas se encuentran en una situación crítica.

La Casa Invisible de Málaga recibió una notificación de cierre por motivos técnicos. Ese documento burocrático escondía la incomodidad del ayuntamiento de Málaga con uno de los proyectos culturales más activos, antagonistas y vivos de la ciudad. Y el Patio Maravillas en Madrid se enfrenta a un desalojo de forma inminente cosa que supondría el fin de un enclave crucial para entender los entramados estético-políticos que definen el panorama actual. Pese a la voluntad de sus responsables por dialogar con el Ayuntamiento de Madrid, aparentemente este no dispone de sitios vacíos que pudieran albergar la iniciativa.

Estos proyectos importan y cubren un vacío institucional, las comunidades que los habitan lo demuestran con las muestras de apoyo que florecen a doquier en redes sociales, pancartas y muros. Estas iniciativas ocupan espacios que las políticas culturales aún no han sabido ni diseñar ni entender. Son entornos que te obligan a experimentar, a preguntar pero sobre todo te empujan a imaginar. Son valiosos porque son incómodos. Son importantes porque nos ayudan a inventar. Nos gustan porque nos dejan bailar. Son una pieza clave del entramado político-cultural actual, son el sitio al que vamos a experimentar. No los cerréis.

#AlertaPatio #LaInviSeQueda

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