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En Badalona, aquella mañana de diciembre, nadie hablaba de milagros.
Hacía frío. Frío de verdad. De ese que se mete en los huesos cuando no tienes paredes, ni calefacción, ni mañana.
Aún no había amanecido del todo cuando llegaron. Furgones azules. Cascos. Escudos. Porras. Órdenes claras y caras sin preguntas. El instituto ocupado llevaba tiempo siendo refugio de unas cuatrocientas personas migrantes. Hombres en su mayoría. Algunos con trabajo. Otros buscándolo. Todos con la misma imposibilidad, nadie les alquila una habitación porque son negros y pobres.
Eso no figura en ningún boletín oficial, pero lo sabe todo el mundo.
Los Mossos entraron. Hubo gritos. Hubo empujones. Hubo gente sacada a rastras, agarrada de brazos, de mochilas, de la poca ropa que tenían. Alguno cayó al suelo. Otro sangró. No importaba. Había que desalojar. Cumplir la ley. Hacer limpieza.
Como a los animales.
Aunque no.
Porque a los animales, al menos sobre el papel, los protege la Ley de Bienestar Animal.
Esto fue peor.
Fuera, en la calle, el invierno esperaba. Sin alternativa habitacional. Sin albergue preparado. Sin plan B. Sin humanidad. Personas que llevaban meses sobreviviendo allí quedaron tiradas con lo puesto, mirando un edificio que ya no era refugio sino delito.
El alcalde de Badalona, Xabier García Albiol, apareció después. No para ofrecer soluciones, sino para ofrecer titulares. Sonrió. Habló de orden. De firmeza. De que aquí no cabe todo el mundo. Aderezó el desalojo con su habitual retórica racista y xenófoba. Y, como siempre, lanzó la frase comodín:
“Si tanto os preocupan, metedlos en vuestra casa.”
El Ayuntamiento no había buscado alojamiento.
No había coordinado recursos.
No había protegido a nadie.
Pero Albiol estaba satisfecho.
Esto da votos.
Esto suma puntos frente a Vox y Aliança Catalana.
Esto conecta con el miedo, con el señalamiento, con la miseria moral.
Cuando terminó el espectáculo, Albiol se fue a inaugurar un Belén.
Sí. Un Belén.
Colocó bien el pesebre. Enderezó la figura de San José. Acomodó a la Virgen María. Alineó la mula y el buey. Y quizá, solo quizá, recordó lo mal que lo pasaron cuando nadie les dio posada.
Pero solo como anécdota.
Porque, si aquella noche, María hubiera sido negra y pobre, la habrían desalojado a porrazos.
Y si José hubiera trabajado sin contrato, lo habrían llamado problema de orden público.
Quién sabe si entre los expulsados había alguna familia con niños. Quién sabe si alguno llevaba semanas intentando alquilar una habitación para vivir con dignidad después de su jornada laboral. Pero eso a Albiol le da exactamente igual. No votan. No cuentan. No existen más allá del titular.
Mientras tanto, las parroquias tan sensibles al agravio simbólico , como la de La Roda o la de San Juan Pablo II de Albacete, que se rasgaron las vestiduras por una vaquilla disfrazada del Sagrado Corazón; guardaron un silencio espeso. Ningún comunicado urgente. Ninguna condena rotunda. Ningún “esto no es cristiano”. Si esperan que hablen, esperen sentados.
Desde Madrid, Alberto Núñez Feijóo no tardó ni un suspiro en aplaudir la actuación de su alcalde. Dijo que la ley hay que cumplirla. Lo escribió muy serio desde la sede del PP en Génova 13, esa que se pagó con dinero negro al margen de la Ley. Prometió que, cuando gobierne, echará a esta gente en 48 horas.
La firmeza moral es más fácil cuando se escribe desde un despacho caliente.
Y uno no puede evitar pensar en Marcial Dorado, en aquel barco, en aquel pasado que nunca se termina de aclarar. Hay trayectorias que explican muchas cosas. Y silencios y miserias que también.
Así, niños y niñas, en pleno 2025, ocurrió este cuento de Navidad.
No hubo estrella de Oriente.
No hubo ángeles anunciando nada.
No hubo posada.
Solo personas negras y pobres arrojadas a la calle en invierno.
Solo políticos hablando de cristianismo mientras pisotean el Evangelio.
Solo una Navidad sin milagro, sin compasión y sin final feliz.
Y lo peor no fue la violencia.
Fue la normalidad con la que todo el mundo volvió a casa a cenar caliente.
Fin.
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