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La polarización y el anuncio de Campofrío
“Parece que cuanto más alejados estemos, mejor”. Así comienza el criticado anuncio de Navidad de Campofrío protagonizado por Ana Rivero, taquígrafa en el Congreso 50 años. Este ‘spot’ saca al debate público la polarización que está ya más que impregnada en la sociedad y en la política: bloqueos, salseos polémicos de Javi Hoyos e, incluso, el “me gusta la fruta”, ahora, en boca de Ana Rosa Quintana, presentadora del ‘Programa de AR’.
La polarización “está de moda” y hablar de polarización, también. Quiero curarme en salud: bloquear a alguien en tus redes sociales es tu derecho y lo puedes usar de la forma que quieras; entender que la polarización es mala no es sinónimo de pretender, ilusamente, que estemos todos de acuerdo en todo y dar saltitos de la mano. Y no, Ana Rosa no es nadie para criticar la polarización, puesto que es una de las principales responsables de la situación en la que nos encontramos.
“Venía a medirme la polarización. Me siento moderado”, es una de las frases que oímos en este anuncio: vivimos en un momento en el que no estar en los blancos o en los negros es el reflejo no de estar en un gris sosegado con el que puedes llegar a entenderte, sino de estar en uno de esos extremos. Siempre el extremo opuesto al deseable que, claro, es el tuyo.
No aceptamos las opiniones ajenas. Las ilegitimamos. Como el otro es un rojo demoníaco y probablemente con pasado etarra, o fascista que seguro que sería amigo íntimo del dictador Francisco Franco, pues cómo le voy a hacer caso en algo. Es casi una pesadilla estar de acuerdo con él.
¿Resultado? El 14% de los españoles ha roto relaciones con un amigo o con un familiar por motivos políticos. ¿De verdad? Mira, soy el primero que vive un debate político con garra e ímpetu. Soy el primero que odia al fascismo, el racismo, el machismo y la homofobia y, por lo consiguiente, a quienes apoyan dichas ideas. Pero, ¿qué pasa? ¿Todo aquel que no crea en tus ideas es fascista? ¿Borja Sémper es fascista? ¿De verdad?
E, insisto, no hay que estar de acuerdo en todo. ¿Qué mundo nos quedaría? Claro que hay que disentir. Toda la vida hemos pensado distinto y hemos estado en posiciones distintas. Pero, lo que nos hace falta traer de vuelta es el respeto. Porque es posible.
La polarización es una estrategia política, forma parte de la batalla partidaria. Es entendible que Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez no puedan ni verse. No es deseable, pero es comprensible. Lo anormal es que nosotros, los ciudadanos, estemos tan identificados con los políticos que llevemos sus ideas, sus debates, sus odios, a las calles, a los bares y a las redes.
Así se crean cámaras de eco. ¡Qué casualidad que siempre tiene razón, en todo, el líder de la formación que más me representa! ¿No? Ese seguidismo es el problema de la situación que vivimos. Los votantes socialistas aplauden y replican cada uno de los discursos de Sánchez. Del mismo modo que lo hacen los simpatizantes de la derecha y la extrema derecha con Feijóo y Abascal.
Es tal la situación que el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) apunta que el sexto asunto que más preocupa a los españoles son “los problemas políticos en general”, según el 19,1% de los encuestados. En vez de solucionar, los políticos se tornan en problemas.
Y es que estos buscan polarizarnos. Así se aseguran de tener un núcleo duro de votantes. Los que más lo hacen son Santiago Abascal y Pedro Sánchez, según el Atlas de la Polarización 2025, elaborado por More in Common. Les siguen la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el president de Junts per Catalunya, Carles Puidgemont.
Y, claro, como la ciudadanía, previamente crispada por los políticos, se odia entre sí, nuestros representantes públicos tienen argumentos para negarse a tratar de conseguir acuerdos. Se niega Sánchez a hacer un plan anticorrupción creíble y pactado con la oposición; se niega Feijóo a facilitar que España tenga Presupuestos Generales del Estado votando en contra…
Digámosles que no. Que no vamos a odiar a nuestro vecino que lleva siendo nuestro amigo más de diez años porque un día nos diga que vota a una fuerza política que odiamos. Demostremos que es posible debatir sin pelear. A ver si aprenden algo sus señorías, cada vez más interesados en lanzarse zascas que en tratar de mejorarnos la vida, que es su maldito trabajo.
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