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El papelón de sus señorías
Lo malo de los malos actores sucede cuando se dedican a otra cosa, por ejemplo, a la judicatura. Siguen actuando, pero sin comprender lo que representan, porque no entienden de verdad las emociones de los otros. Son incapaces, no pueden: siguen siendo ellos. En su oquedad sólo caben egos deformes, lastimados, que se reinterpretan continuamente, creyéndose capaces de llegar muy lejos, de mantenerse indemnes más allá de lo vil y lo obsceno. Porque sobreactúan (son malos actores) y lo que dicen, lo que hacen, no les concierne, no les afecta: todo, teatro, puro teatro. Pero nadie puede pisar ese escenario sobre el que actúan sin ensuciarse, sin envilecerse. Compadezco a los malos actores: no saben engañarnos, sólo mentirnos.
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