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El 10% de la superficie dedicada a transgénicos en España se localiza en Andalucía

Semillas transgénicas. Foto: Flickr de Eneas

Concha Araújo

Andalucía tiene casi 5 millones de hectáreas de superficie de uso agrícola. De ellas, 14.000 dedicadas al cultivo del maíz MON810, el único transgénico que actualmente se puede producir en la Unión Europea. También se autorizó una variedad de patata, pero su producción se descartó por falta de rentabilidad.

La superficie andaluza supone algo más de la décima parte de la nacional, casi 137.000 hectáreas. Casi todas las provincias andaluzas, excepto Almería, tienen parcelas dedicadas a este producto, aunque el grueso de la superficie se localiza en Cádiz, Córdoba y Sevilla; esta provincia tiene más de la mitad de las hectáreas dedicadas al maíz biotecnológico de la comunidad.

Este maíz fue modificado genéticamente para hacerlo resistente al taladro, una plaga que sobre todo afecta a los cultivos del valle del Ebro y con poca presencia en el campo andaluz. Aquí, el debate es similar al resto de España y de la Unión Europea. Los detractores apelan a las consecuencias ambientales, mientras que los defensores esgrimen los argumentos de la inocuidad demostrada para los consumidores y las ventajas económicas para los productores.

Para los agricultores andaluces la prioridad sería que se autorizara la producción de algodón modificado. España y Grecia son los dos países de la UE donde se mantiene la producción algodonera. Y dentro de España, Andalucía concentra el 99,8% de la superficie dedicada a este cultivo.

Pese a que, según los datos del MAGRAMA, en 2012 España exportó 13.000 toneladas de algodón –la producción nacional se sitúa entre las 50.000 y las 65.000 toneladas-, se importaron más de 3.000 toneladas. Este cultivo modificado biológicamente es, junto a la soja, la principal demanda de los agricultores integrados en la organización Pro-Bio. Lo que piden es la autorización para cultivar la variedad resistente a los herbicidas de contacto.

En sus cálculos está que mejoraría la producción y ahorrarían en el uso de fertilizantes, con lo que su cultivo sería más rentable, más competitivo. “Llevo 30 años sembrando algodón”, explica Francisco Javier Fernández, representante de Pro-Bio y miembro de UPA, “el precio en los mercados internacionales es el mismo que para el algodón chino, argentino, australiano o de Estados Unidos, sólo que el 70% del que producen ellos es transgénico y tiene menos costes de producción”.

Menos producción

Para los agricultores, no tener acceso a este tipo de semillas está rebajando aún más una producción que ya se redujo drásticamente –en 2006 se produjeron más de 300.000 toneladas- a causa de la anterior modificación de la política agraria común, para el periodo 2007-2013. Lo que según Fernández conduce a la desaparición del cultivo por lo que él define como “razones políticas”. Insiste en que los transgénicos son sólo una opción, no una obligación. Las semillas son más caras que las no modificadas, por lo que cree que los agricultores no recurrirán a ellos si la producción, de forma tradicional, es rentable.

Sin embargo, los ecologistas consideran que a largo plazo, la ampliación del uso de semillas transgénicas no será optativo si aumenta la superficie dedicada a estos cultivos. Daniel López, de Ecologistas en Acción explica que “no hay ningún protocolo que blinde, que proteja a los cultivos tradicionales”.

Paradojas

Las plantas de transgénicos son estériles, argumenta, pero polinizan y puedan contaminar a cultivos próximos y dañarlos a largo plazo. “Hay estudios que demuestran la inocuidad absoluta para el consumo”, admite, pero “no se ha valorado cómo pueden afectar a la biodiversidad”, es decir, si en los procesos de polinización pueden alterar los cultivos de quienes apuesten por modelos tradicionales. Eso, entienden, podría derivar en la desaparición de especies y generar “una dependencia absoluta” de las empresas que venden las semillas biotecnológicas.

Desde el punto de vista científico, la directora de la Fundación Antama, Soledad de Juan, señala que la caída en la investigación de los últimos años también se nota en el campo de biotecnología. Defiende que detrás de las posiciones contrarias “hay razones ideológicas, no científicas” pero que están paralizando las autorizaciones de nuevos cultivos y el desarrollo de esta industria en España.

Como paradoja señalan que recientemente, en la Universidad de Córdoba, se ha desarrollado una variedad de trigo modificado genéticamente que lo hace apto para el consumo de celíacos y, sin embargo, el producto se producirá fuera de España por las restricciones comunitarias. Lo que no significa que, una vez transformado, se impida la venta de productos derivados en nuestro país. “Sucede con la ganadería, de una forma u otra, el 95% de los piensos que consume el ganado en España es de origen transgénico”.

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