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La lucha de los Nadie o las múltiples adversidades del proceso migratorio

Muostapha Niang llegó desde Senegal en 2006. / ENRIC CATALÀ

Blanca Blay

En La Odisea el cíclope Polifemo pregunta a Ulises quién es y éste le responde “Preguntas cíclope cómo me llamo…voy a decírtelo. Mi nombre es Nadie y Nadie me llaman todos”. Precisamente inspirándose en el clásico de Homero y en alusión a Ulises, el héroe que vive adversidades y peligros lejos de sus seres queridos, el psiquiatra Joseba Achotegui nombró así al Síndrome del Inmigrante con estrés crónico y múltiple. Según Achotegui existen hasta siete duelos en la migración: la familia y los seres queridos, la lengua, la cultura, la tierra, el estatus social, el contacto con el grupo de pertenencia y los riesgos para la integridad física.

“El síndrome de Ulises es un duelo migratorio extremo, un duelo migratorio que no es el normal, emigrar en condiciones muy duras, la mayoría de veces sin papeles o sin poder tener a la familia, sin derechos, asustado… todo esto acaba pasando factura a nivel psicológico”, explica en declaraciones a Catalunya Plural. Según Joseba Achotegui, el patrón común a todas las personas que padecen síndrome de Ulises es la soledad forzada, el miedo, la indefensión o la ausencia de oportunidades. “También está ligado a una frustración, pero no son aspiraciones de triunfar sino de vivir”, puntualiza el psiquiatra. Los síntomas más frecuentes son la tristeza, el llanto, la culpa u otros relacionados con la ansiedad como la tensión o el insomnio.

Muostapha Niang, o Muosta -como le llaman sus amigos-, es un ejemplo de estas situaciones que describe Achotegui, que trabaja en el campo de la salud mental y la migración desde los inicios de los años 80 y es Fundador y Director del SAPPIR (Servicio de Atención Psicopatológica y Psicosocial a Inmigrantes y Refugiados) del Hospital Sant Pere Claver de Barcelona. Muosta llegó a España hace siete años. A la edad de 27, y recién haber sido padre emprendió su viaje desde Senegal hasta las Canarias en busca de una vida mejor para él y su familia. “Desde que era pequeño veía mi padre cultivando y hasta mis 27 años yo hice exactamente lo mismo. Todos buscamos tener una vida mejor”, explica. El periplo de estos últimos siete años, sin embargo, no ha sido fácil para Muosta, quien ahora, a sus 34 años, trabaja en una playa del Maresme como vigilante nocturno de un chiringuito y, quién con la ayuda de su abogada acaba de presentar un tercer recurso porque le deniegan los papeles tras haber presentado un contrato de trabajo.

Un estrés que supera la capacidad de adaptación

Ya en 2008 Achotegui apuntaba que emigrar se estaba convirtiendo para millones de personas en un proceso que posee unos niveles de estrés tan intensos que llegan a superar la capacidad de adaptación de los seres humanos. Hoy, augura, el porcentaje de inmigrantes que padecen este síndrome –estima que un 20% de los inmigrantes que acuden a salud mental en España- podría ser mayor.

Preguntado por las cifras aproximadas, Achotegui asegura que es muy difícil saber los problemas de una población que es invisible. “Ni el propio gobierno sabe cuántos sin papeles hay”, lamenta. La historia de Muosta encajaría en aquella en la que debe superarse un duelo ‘extremo’. “Este se daría cuando se emigra dejando atrás la familia, especialmente cuando quedan en el país de origen hijos pequeños y padres enfermos, pero no hay posibilidad de traerlos ni de regresar con ellos, ni de ayudarles”, escribe el director del SAPPIR.

Muosta llegó en una patera desde Noadibu (Mauritania) a Canarias tras varios días en el mar. Era el segundo intento de llegar a España puesto que en el primero la Marina les cogió. Después de ser trasladado a Madrid y pasar 15 días con la Cruz Roja en Badajoz, el joven se fue a Valencia porque allí tenía un conocido, Sylla, que podía ayudarle. “La vida es muy dura. No tengo ninguna familia aquí y normalmente donde he vivido en España no vive gente de mi pueblo”, cuenta. Además de la separación de la familia, otro estresor es la lucha por la supervivencia: “Hay veces que no tienes comida, también”, lanza el joven.  

A esto se le añade el sentimiento de desesperanza y fracaso porque, por ejemplo, no se puede acceder a los papeles, al mercado de trabajo o se hace en condiciones de explotación. “Hay muchas cosas que dificultan el día a día. Tú por ejemplo si no tienes trabajo vas a una oficina a buscarlo. Si no tienes papeles, ¿qué haces?”, me pregunta con la impotencia de alguien a quien además de derechos le falta vocabulario para describir con exactitud su indignación.

Le preguntamos a Muosta si al llegar a España hablaba algo de español o francés. “Es muy duro, yo llegué aquí sin saber ni a, ni b, ni c. En Senegal casi no estudié francés pero al llegar a España tenía claro que quería aprender español. Quiero entender si lo que me dice la gente es bueno o malo. Cuando llegué aquí y veía la televisión pensaba: ‘esta lengua no la hablaré nunca’.” Pese a ello, lo ha logrado.

Estresores de larga duración

Carme Manich, psicóloga de Càritas Diocesana que participa en la atención a inmigrantes, explica que “todo ser humano puede soportar una situación límite si se produce en un período de tiempo corto pero cuando estos estresores se mantienen en un tiempo largo esto va disminuyendo las capacidades y los recursos cognitivos, emocionales y sociales de las personas”.

“España es muy diferente de cómo la imaginaba, no tenemos libertad, aunque esté empadronado y tenga tarjeta sanitaria no tengo papeles”.  “Sin papeles -repite una y otra vez- no tenemos derecho a nada, no puedo volver y ellos [su familia] no pueden venir”. De hecho, me cuenta, cuando habla con su mujer ya no hablan de un hipotético futuro juntos y me mira con cara de “¿qué sentido tiene hablar de ello?”.

Según Manich, en Càritas han empezado a detectar este duelo migratorio extremo sobre todo en personas subsaharianas porque los procesos de migración han sido más complicados o difíciles que en otros casos: “Ellos no se plantean la posibilidad de regresar porque lo consideran como un fracaso y muchos te dicen ‘¿Cómo voy a volver al infierno’?”.  Esta psicóloga explica también que muchos suelen limitarse a responder “estoy bien” cuando les pregunta cómo se sienten.

“Nosotros no acostumbramos a explicar si estamos mal”, reconoce Muosta. “Hay veces que no lo cuentas porque ya sabes que la otra persona no puede resolver tu problema, entonces ¿por qué explicarlo?”, reflexiona. “Imagínate, imagínate –dice varias veces- tengo contrato, pago un alquiler, nunca he vendido top manta ni he tenido problemas pero no tengo papeles”.

Según cuenta Achotegui a este diario, el patrón común en todas las personas que padecen síndrome de Ulises es la soledad forzada, el miedo, la indefensión o la ausencia de oportunidades. Según él, “llegar en avión o en patera no es lo más importante, lo más importante es que la persona esté aquí sin su familia y sin ningún tipo de perspectiva”.

Naishad no llegó en patera, lo hizo en avión, un año después que llegara Muosta. Este joven de la India, que trabajaba en el mundo de la gestión empresarial en su país, sintió curiosidad por Europa tras viajar a Austria por trabajo. En 2006, y con solo 21 años, llegó en avión con algo de ahorros a las Canarias, donde empezó a trabajar en una tienda de cámaras fotográficas. Según explica a Catalunya Plural, tenía curiosidad pero también quería alguna cosa mejor para su vida. “Desde pequeño he conocido el sufrimiento, mi padre nos abandonó a mí y a mis dos hermanas cuando yo tenía tres años”, cuenta nervioso.

“Llevo nueve años aquí pero no tengo familia, estoy solo. Me salió todo mal pero aquí he aprendido a luchar, al cabo de pocos meses en Canarias ya me di cuenta que la vida aquí no era fácil”, relata Naishad, quién está recibiendo la asistencia psicológica de Càritas. “Tienes que ser duro, sacar fuerzas de donde sea”, añade.

Además de superar el cambio de status social Naishad ha tenido que enfrentarse también a estresores relacionados con la supervivencia, como por ejemplo la vivienda. El joven hindú ha vivido en distintas ciudades en España, donde ha trabajado ocasionalmente cuando ha encontrado una oportunidad. También ha vivido en la calle, mientras ha hecho un curso de camarero. Ahora, asegura, tras nueve años aquí se niega a volver a vivir en la calle.

La elaboración del duelo migratorio

Según Achotegui el Servicio de Atención Psicopatológica y Psicosocial a Inmigrantes y Refugiados (SAPPIR) tiene contacto con 300-400 personas aunque apunta que quizás vienen físicamente la mitad ya que una parte del programa se hace fuera. “Hay que ir casi más a buscarlos que no que vengan ellos. La gente nos llega o bien desde servicios sanitarios, servicios sociales y también por asociaciones. Pero hay gente que no va a venir, gente que vive en las catacumbas y es allí donde hay que ir, a través de asociaciones como Càritas o Cruz Roja que están muy en el terreno”, detalla.

“El riesgo está, por una parte, en banalizar esto y decir que no es nada y por otro lado medicalizar. Ni es un problema médico ni está enfermo. Algo le pasa, está en el límite en el área de la salud mental y el trastorno mental. No es fácil abordarlo, nosotros miramos de intervenir sobre las causas que vemos más próximas, como el asesoramiento legal, buscar que tenga más apoyos, o sea que sí que tenemos medios para que el sufrimiento no sea tan grande. No le quitamos la causa pero le ayudamos”, explica el fundador y director del SAPPIR.

Achotegui reconoce la dificultad de hacer tratamientos en grupo porque suelen ser personas “muy dispersas”. Con todo, Manich explica que años atrás Càritas puso en marcha un proyecto preventivo de atención psicológica a los inmigrantes en el que asistían a grupos de elaboración del duelo. “El hecho de compartir la experiencia con personas que habían pasado una situación similar, y ponerle palabras, tenía unos efectos muy positivos”, apunta.

Muosta espera cerca de la playa para empezar su turno de trabajo. “No me asusta nada”, asegura con la mirada clavada en el infinito. “Sólo me preocupan la salud y la pobreza. Si no tienes salud no tienes fuerzas para luchar”. Naishad acaba de examinarse de catalán y ha empezado a escribir poesía y a dibujar, animado por una arteterapeuta. Esto le ayuda, dice, a relajarse y a canalizar sus emociones. Ambos llevan años sin ver a sus familias, no tienen papeles y luchan a diario por conseguir aquello que se propusieron al empezar su viaje.  “Quiero añadir una cosa”, comenta Muosta antes que terminemos la entrevista: “Hay que tener otra mirada sobre nosotros. Hay que integrar y cambiar el modo de mirarnos”. Porque ni él ni Naishad son Nadies.

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