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Vicenç Gavaldà, cabeza de turco

Víctor Saura

Un día de estos ingresan en prisión Fidel Pallerols y Vicenç Gavaldà, máximos condenados, que no responsables, del llamado caso Pallerols. Han pasado quince años desde que comenzaron las actuaciones judiciales, y más de veinte desde que se produjeron los primeros hechos delictivos, es decir, el desvío de dinero de la UE que debía ir a la formación de parados y que acabó sirviendo para pagar nóminas y facturas de Unió Democràtica de Catalunya. Cada vez que oigo a tertulianos criticar con saña la parsimonia con que la Justicia despacha hoy el caso Millet pienso que nos hemos olvidado de cómo funcionaban las cosas durante el tardopujolismo, pienso en los casos Casinos, Grand Tibidabo o Pallerols, por citar algunos, la mayor parte instruidos con deliberada negligencia gracias a la inexistente presión mediática y a la muy eficaz presión del partido hegemónico. Ahora las cosas son distintas; que un patricio como Millet haya caído del pedestal es un síntoma claro, pero la evidencia más fehaciente que vivimos otros tiempos es la doble imputación de todo un Pujol Ferrusola. Inimaginable hace quince años. O incluso menos.

No sé si el asunto Pallerols fue el más execrable de todos, tal vez no, pero personalmente siempre me causó nauseas el cinismo de un partido confesional y propenso a dar lecciones de moral y buenas costumbres que por detrás estaba robando un dinero que debía de servir para que gente desempleada tuviera más oportunidades para reciclarse y encontrar trabajo. Robar, sí. Este es el verbo que se ajusta mejor para relatar aquellos hechos. No lo podíamos usar los que entonces intentábamos informar sobre el asunto, y hablábamos de cobrar indebidamente y eufemismos por el estilo, pero desde que el año pasado Unió aceptó la culpa y la condena a fin de ahorrarse la vista oral (acertaron a comprender que su potencial explosivo y posterior onda expansiva eran incontrolables) ahora ya se puede hablar sin rodeos. Ahora ya se puede decir que Unió se financió gracias a que robó a los parados. Para recordar brevemente el mecanismo: durante años se estuvieron simulando cientos de cursos con decenas de miles de alumnos que no existían (ni unos ni otros), los supuestos formadores cobraban la subvención europea, que gestionaba la consejería de Treball de la Generalitat, y aproximadamente un 10% de los fondos terminaban en Unió Democràtica, en efectivo o en especies. Las academias de Fidel Pallerols fueron las más diligentes en esta gran orgía de cursos falsos y alumnos ficticios, pero ni mucho menos fueron los únicos. En otras palabras, sólo el dinero chorizado a través de las empresas de Pallerols fueron objeto de investigación judicial, pero hubo muchos más centros, fundaciones y organizaciones de todo pelaje que chuparon con fruición del mismo tetamen. Y no hacía falta rascar mucho para ver hacia dónde confluía todo aquel alcantarillado.

La ecuación es muy simple. Treball controlaba el comedero de los fondos europeos. Unió controlaba Treball. Y a Unió la controlaba... quién? Si nos creemos la verdad judicial del caso Pallerols, la respuesta es un tal Vicenç Gavaldà Casat. Pero aquí la verdad judicial da pena. Todo el mundo sabe que quien controlaba y controla Unió Democràtica de Catalunya desde hace casi treinta años se llama Josep Antoni Duran Lleida.

Ya hace tiempo que cuando leo una noticia sobre el caso Pallerols en la que se menciona a Vicenç Gavaldà me pregunto si los lectores tienen la más puñetera idea de quién es. Tal vez no lo sabe ni el periodista que la firma. Gavaldà lleva tantos años fuera de circulación que sólo los más enfermos de la política pueden tener un leve recuerdo suyo. Y por eso no hay dios que recuerde algunas obviedades que ayudan a entender la sinvergüenza con que se toreaban los procesos por corrupción durante el tardopujolismo. Primero, que el período investigado por el fraude de las academias Pallerols va de 1994 a 1999, mientras que Vicenç Gavaldà sólo fue secretario de organización del partido entre el 94 y el 96. Así que, fuera cual fuera su implicación, alguien que no se ha sentado nunca en el banquillo de los acusados la siguió perpetrando cuando Gavaldà abandonó la cúpula del partido. Segundo, que en el mejor de los casos Gavaldà fue el número tres de Unió, y que por tanto había un número dos y un número uno. Inmaculados hasta el presente. Tercero, que cuando estalla el escándalo (aunque el proceso judicial arranca en el 2000, la investigación de la guardia civil venía de dos o tres años antes y ya se había asomado en algunos medios), Gavaldà era la persona que aglutinaba a un pequeño pero no insignificante sector crítico de militantes molestos con el presidencialismo y doble moral de su gran timonel. O sea que su imputación tuvo también el efecto de desactivar la principal amenaza interna que ha tenido jamás Duran. Ahora sabemos que Duran es eterno, o que aspira a serlo, todo aquel que ha intentado desbancarlo lo ha pagado, por eso ya hace tiempo que en Unió no queda ni rastro de oposición interna. Pero en aquella segunda mitad de los noventa se puede entender que hubiera un grupo de ingenuos que fabulase con la idea de echar al cabecilla. Y el doctor Vicenç Gavaldà era el más preparado de todos ellos para tomar el relevo.

“En el partido no se movía un papel sin que Duran lo supiera”. “Duran me presentó al señor Pallerols como nuestro hombre en Andorra”. Las frases no son textuales, pero más o menos eso es lo que explicó Vicenç Gavaldà al juez instructor cuando en 2002 le tomó declaración. Otros testigos vinieron a decir lo mismo. Y ni eso ni otras evidencias obtenidas de los registros en las oficinas de Pallerols sirvieron nunca para que el juez y el fiscal apuntaran más arriba. Por definición, los intocables no se tocan. Unos años antes, Corcuera y Vera habían acabado entre rejas porque unos subordinados declararon, sin más prueba que su testimonio, que la orden de crear los GAL vino de ellos. En cambio, a Duran o a Josep Sánchez Llibre ningún juez ni fiscal tuvo los huevos de interrogarlos sobre qué había de cierto en lo que había declarado el imputado Gavaldà. O para preguntarles quién del partido había enviado aquel pobre diablo al que el propio Fidel Pallerols grabó en su despacho mientras recogía un maletín repleto de billetes, o cómo se explicaban todas aquellas anotaciones sobre UDC aparecidas en la agenda personal de Fidel Pallerols. Todo esto podía haber sucedido finalmente en la vista oral, por lo que corrieron a aceptar la culpa, pedir perdón con la boca pequeña e intentar cerrar el caso con la máxima celeridad y mínimo ruido posible. Porque sabían que los tiempos han cambiado, y que hoy la impunidad va mucho más cara.

A Vicenç Gavaldà le conozco muy poco o nada, en todo este tiempo sólo he hablado con él una vez en persona y dos o tres más por teléfono, y siempre ha rehusado amablemente mi invitación de entrevistarlo. Lo mismo habrá hecho con otros, supongo. Sospecho que ha preferido el silencio para no cerrarse la puerta a un pacto como el que hace un año y pico parecía que finiquitaba el asunto y le evitaba entrar en el trullo. Por tanto, ni sé cómo es ni qué piensa, ni sé realmente hasta qué punto conocía la procedencia ilícita del dinero que Pallerols y otros entregaban al partido. No puedo decir que sea una persona inocente, pero estoy convencido de que no es, ni de lejos, la persona más culpable de esta trama. Y después de veinte años de ostracismo y quince de calvario, para él y sobre todo por su familia (que es quien más sufre situaciones así), de vivir en solitario su involuntario papel de cabeza de turco, después de todo esto el día que ingrese en prisión yo le veré sobre todo como la víctima de una enorme injusticia. Una más. Así es como acabé viendo también a Joan Cogul, el inverosímil cerebro del caso Turismo. Otro cabeza de turco, otra víctima. Sólo lamento que tardé demasiado en comprender que no era más que una pieza cualificada del engranaje.

Joan Cogul nunca pudo explicar abiertamente su versión de los hechos. Su verdad. Se quitó la vida en Manila antes de ir a juicio porque no pudo resistir los devastadores efectos de la trituradora político-mediática-judicial. Implacable cuando te atrapa. La principal diferencia con Gavaldà es que Cogul confió hasta última hora que los suyos le salvarían de la quema, mientras que Gavaldà siempre ha sabido que la estrategia (exitosa) era cargarle a él todo el muerto. Ahora pasará un tiempo en la sombra, no muy largo. Para el día que vuelva a ver el sol, yo mantengo mi propuesta de entrevista.

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