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Chicas pandilleras, el terror de la calle

Foxfire: confesiones de una banda de chicas

Lucía Lijtmaer

“Soy Legs Sadovsky, soy una Foxfire y no voy haciendo el gilipollas con los tíos”. He aquí una declaración de intenciones de la protagonista de Foxfire: confesiones de una banda de chicas, la película que se estrena el viernes, basada en Puro Fuego el libro de culto de Joyce Carol Oates, famoso por haber plasmado de la manera más cercana y triunfante la vida de una banda de chicas estadounidenses de clase obrera en la década de los cincuenta.

La versión fílmica disecciona los elementos más sugerentes de un tema poco tratado en la ficción: el mundo de las pandillas de chicas, sus aspiraciones, deseos, el entorno violento al que deben enfrentarse y sus posibles salidas, que son pocas. La película llega, como un soplo de aire fresco, a cubrir el despropósito de una intentona anterior protagonizada por Angelina Jolie (Jóvenes incomprendidas).

Si en el libro, cuatro amigas utilizan primero el vandalismo callejero a pequeña escala y después la venganza más directa contra todos aquellos que las humillaron y/o atacaron sexualmente, la primera versión fílmica obviaba el núcleo de la acción -la inventada población de Hammond, en Nueva York- para centrarse en las peripecias de cuatro chavalas de clase media con ganas de vengarse.

Y es que el lema “support your local girl gang” (apoya a tu pandilla local de chicas) está vivito y coleando. El evidente interés por revivir los movimientos de riot grrrl de los noventa, el foco puesto sobre los feminismos contemporáneos y el auge de fenómenos como el de Pussy Riot han dado un nuevo impulso y renovada luz sobre una acepción más urbana y radical del término. Así, la gang ya no sería únicamente un grupo cualquier de chicas, sino uno violento.

El interés no es únicamente estético, sino que responde a la situación urbana contemporánea: desde los años noventa, en los suburbios de la mayoría de las grandes ciudades occidentales las pandillas de chicas son un fenómeno común y creciente, y su relación con la violencia también. Las autoridades del Reino Unido detectaron ya en 2011 que los delitos a manos de mujeres habían aumentado un 12% con respecto a la década anterior, y que aquellos relacionados con estupefacientes, robos y asesinatos a manos de mujeres habían aumentado un 250% desde 1973.

En Estados Unidos, según fuentes del FBI en 2010, uno de cada tres adolescentes detenido por cometer un delito era una chica, lo que suponía un aumento del 200% con respecto a las cifras de 1980. Según fuentes policiales, la situación es similar en Francia, donde la violencia callejera ejercida por chicas ha aumentado un 140% desde 2002.

Así, no es casual que crezcan las representaciones sobre las bandas callejeras de chicas. Mientas se estrena Foxfire, todavía resuenan los ecos de Sket (el vocablo en patois para “prostituta”) dirigida por Nirpal Bhogal y sin estrenar en nuestro país, que narra la vida de la adolescente Kayla en las calles de Londres, que, arropada por una pandilla ante los ataques de otro grupo, deberá enfrentar las consecuencias de unirse a la banda para protegerse de una violencia mayor.

En un tono confesional y autobiográfico documenta también el libro How I Escaped a Girl Gang de Chyna, una trabajadora social que narra su adolescencia en la banda de chicas “Nothing To Lose” o N2L. La vida y la de sus amigas aparece marcada por antecendentes comunes: fracaso escolar en un sistema que les ignora, familias con problemas de adicción, y la violencia -muchas veces sexual- como esquema diario de vida. Pese al rechazo final a lo que la banda supuso a largo plazo, Chyna recuerda el sentimiento de pertenencia: “Estar en una banda nos hacía sentir poderosas. Nos llamábamos 'hermana' las unas a las otras y era nuestra única familia, un espacio al que recurrir para ser comprendidas”.

Otras gangs en la ficción

Pese a la común idea de invisibilidad, las pandillas de chicas tienen una tradición fílmica escasa pero consistente. Aquí van algunos ejemplos:

She-Devils on Wheels (1968). ¿Qué se puede esperar de una pandilla de moteras que responde al nombre de Las Comehombres? Un grupo de chicas aterrorizan a la ciudad y ganan siempre que pueden a la banda rival de moteros del barrio. De factura mediocre y algo risible con el tiempo, se trata de una película con un mensaje sorprendentemente contrario a lo que suele encontrarse en el cine mainstream estadounidense: obligada a elegir entre el amor de un chico o el compañerismo de la pandilla, la protagonista elige esto último, y no muere sola y rodeada de gatos como consecuencia.

Los amos de la noche (1979). La película de culto de Walter Hill sobre las bandas callejeras de Nueva York tiene varios momentos memorables. Uno de ellos es cuando los rudos Warriors deben enfrentarse a las Lizzies, un grupo de chavalas supuestamente majas y normalitas. Ese es el momento en que los Warriors comienzan a sudar sangre de verdad. Las Lizzies son fieras sin domar, y en cuanto sacan las navajas, se prepara una de las mejores batallas del cine. Máximo respeto a Las Lizzies.

Hasta el final (Set it off), (1996). Plagada de clichés cinematográficos, sigue siendo una de los escasos momentos en el que el cine comercial se aventuró a retratar el mundo de las bandas de mujeres afroamericanas. Con voluntad de thriller, se centra en un grupo de chicas que, desprovistas de toda manera de ganarse la vida, se deciden a robar bancos. Mientras tanto, la violencia se ceba contra su entorno. ¿Lo mejor? Queen Latifah.

Grease (1980). ¿Qué eran las Pink Ladies sino una banda callejera? Las pistas están ahí: uniformes, cohesión grupal frente al exterior, y -con toda seguridad- alguna navaja que otra guardada en un armario. Rizzo nos demostraba la doble moral del instituto con There Are Worse Things I Could Do, Frenchie nos cantaba las dificultades que se le presentaban a una chica de su clase, que podría verse obligada a apuntarse a un curso de esteticien por culpa del fracaso escolar. Si por algo detestaban a Sandy -además de por ser una mojigata al estilo de Sandra Dee- es por su mirada condescendiente de clase media, sin problemas familiares, con unos padres que invitaban a Danny Zuko (¡Danny Zuko!) a tomar el té.

Girl Boss Guerilla (1972). El género sukeban japonés de chicas delincuentes contiene una joya, la saga Girl Boss, digirida por Norifumi Suzuki. Entre ellas, Girl Boss Guerrilla, con la maravillosa Miko Sugimoto, jefa de las moteras de la banda Casco Rojo, que pretende alzarse por encima del resto de pandillas de chicas. Hasta que topa con los Yakuzas. Navajas, tatuajes y baños de sangre en la costa de Japón. Se podría pedir más, pero sería (otra vez) delito.

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