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Ciudadano del mundo digital, ¿en qué país pasas más horas al día?

En internet, todos somos emigrantes virtuales

Lucía Caballero

“Cada vez que te conectas a internet, viajas a través del tiempo, el espacio, y la legislación”. Sea cual sea tu nacionalidad, cuando abres el navegador y pasas de una página a otra, estás cruzando fronteras a toda velocidad. Cada una de esas webs tiene alojados sus archivos en uno o varios servidores, localizados en algún lugar del mundo, donde tu máquina envía y de donde recibe información continuamente.

Todos los datos que generas son almacenados y monitorizados en diferentes lugares, y utilizados por algoritmos, empresas e incluso gobiernos para tomar decisiones que, en muchos casos, te afectan directamente y condicionan tus derechos. Precisamente esta cuestión se ha llevado al Parlamento Europeo esta semana para decidir las normas que habrán de proteger los derechos de los europeos y la neutralidad de la red.

En este escenario, cobra sentido el proyecto del que sale la frase con la que comienza este artículo: Citizen Ex, una iniciativa desarrollada por el artista, tecnólogo y escritor James Bridle para el festival Web We Want (La Web Que Queremos) del Centro Southbank, en Londres.

Desde la página, que Bridle ha creado en colaboración con Nat Buckley, cualquier interesado puede descargarse una extensión para el navegador que seguirá sus pasos por la Red para saber qué países visita. Esta pieza de ‘software’ rastrea tanto tu localización como el origen de cada página a través de las direcciones IP.

El objetivo es proporcionar al usuario la información que figuraría en un supuesto pasaporte virtual (si este existiera): su “ciudadanía algorítmica”. Cada país supone un porcentaje de esta condición, que cambia constantemente. En internet no perteneces a un solo lugar, sino que te afilias en cierta manera a cada una de las naciones con las que tu ordenador realiza un intercambio de datos.

El primero en concebir esta idea fue John Cheney-Lippold, cuyas investigaciones giran en torno a la tecnología, la identidad digital y la privacidad. “La nacionalidad de las personas, ese título que les otorga derechos como ciudadanos de un país, se ha vuelto algorítmica”, explica Cheney-Lippold a HojaDeRouter.com.

Tradicionalmente, hay dos situaciones básicas que te convierten en miembro oficial de un país y te permiten disfrutar de los derechos que brindan sus leyes. Si tus padres son ciudadanos de un estado, tú también lo eres, y si naces en uno y te inscribes en el registro civil, estás bajo su protección. Todo ello viene acompañado del documento acreditativo correspondiente (pasaporte o tarjeta de residencia).

“El gobierno de los Estados Unidos no puede espiar a un estadounidense porque tiene derecho a la privacidad”, recuerda Cheney-Lippold. Sin embargo, con la ubicuidad de la Red y la vigilancia global a la que estamos sometidos, las organizaciones tienen que considerar una nueva dimensión: “¿Quién es ciudadano de los Estados Unidos en internet?”, plantea el investigador.

Cuando las personas se convierten en números

Debido a la estructura de la Web, “solo eres una dirección IP, de correo electrónico o una dirección MAC”. Con esa información, “no hay una manera fiable de saber si se trata de una persona estadounidense, porque nada indica quiénes son sus padres ni su lugar de nacimiento”, explica Cheney-Lippold.

Por eso, la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense (la NSA) desarrolló un concepto que el experto bautizó como “ciudadanía algorítmica”, y que establece quién es un ciudadano estadounidense en base a los datos que produce. “Según los documentos filtrados del programa PRISM, el Gobierno estadounidense considera el tráfico de internet foráneo si una dirección [IP, de correo o MAC] tiene más de un 51% de extranjería”, afirma el experto. “Utilizaban esta variable para decidir, en base a los preceptos de la Constitución, si podían o no invadir la privacidad de las personas”. Si alguien superaba la cifra, podían espiarle.

Según el experto, el procedimiento podría ser aplicado por cualquier país. “Yo puedo estar escribiéndote un ‘email’, pero no tengo forma de demostrar que soy estadounidense, y tú, que lo lees, tampoco”, dice. Por eso, la agencia estableció varios criterios para saber si un sujeto superaba ese umbral del 51%.

El experto nos pone algunos ejemplos: “Si hablas con extranjeros, si estás en la lista de contactos de un foráneo, si escribes en un idioma diferente al inglés, si cifras las comunicaciones o si tienes una dirección IP que sugiere que estás fuera del país”.

Ninguna de estas asunciones tiene que ver con tus progenitores o el lugar donde has nacido. Aplicando este enfoque reduccionista, un verdadero ciudadano no tiene amigos fuera del país, es monolingüe, nunca cifra sus comunicaciones ni cruza la frontera.

Además, a diferencia de lo que ocurre con la idea tradicional de nacionalidad, las circunstancias de este internauta modelo cambian constantemente. “La información que generas puede hacerte un ciudadano estadounidense por la mañana, un extranjero después y de nuevo volver a pertenecer al país”, afirma Cheney-Lippold.

¿Turistas o emigrantes perpetuos?

Si permanecemos tan poco tiempo en cada lugar, ¿por qué no considerarlo como una forma de turismo virtual? “Hay gente que habla de turismo en términos de identidad, pero creo que es diferente”, dice el experto. “Cuando hacemos turismo, sabemos que somos visitantes, pero en internet nadie puede determinar si somos extranjeros o no”.

Hay que considerar el término nacionalidad de manera diferente. En este caso, no indica una condición permanente. “No se basa en nada continuo, solo en datos, es algo que flota en aire digital. Eres ciudadano en un momento dado y dejas de serlo al poco tiempo”, explica.

No paramos de cruzar fronteras pero no somos turistas, así que quizá nos hayamos convertido sin saberlo en una suerte de nómadas digitales. “Somos emigrantes constantes porque la información que generamos cambia nuestra ciudadanía”.

Ese viaje interminable también influye en el mundo real, en los derechos que teóricamente garantiza un pasaporte y su significado identificativo. Según el investigador, tener una nacionalidad nos da estabilidad: nos permite saber quiénes somos y cambiar nuestras circunstancias políticas, votar a un candidato a la presidencia o protestar contra alguna medida tomada por el gobierno.

La “ciudadanía algorítmica” es diferente por su carácter efímero. ¿De dónde eres si cambias de país decenas de veces al día? “Si tus datos así lo indican, pierdes la nacionalidad por momentos. No podemos estar seguros de quiénes somos”, Según Cheney-Lippold, perdemos una parte de esa identidad.

Un internauta no pertenece a ningún sitio, no tiene obligaciones, “es como un fantasma”. El experto indica que hoy en día existen nuevas formas de ciudadanía que suponen un cambio de paradigma. “Vivimos en un estado de excepción: eres un ciudadano mientras no te resistas, si simplemente compras en Amazon o visitas las páginas de los periódicos”, dice. Ahora bien, si protestas, si te muestras contrario al estado, “tus derechos desaparecen”.

Existe la creencia de que la tecnología e internet contribuyen a garantizar la democracia y la neutralidad, pero también generan problemas. “Internet no es un foro público: las empresas como Google y Facebook utilizan algoritmos que satisfacen sus intereses”, sostiene Cheney-Lippold.

La red de redes puede parecer algo distante e intangible − ¿dónde está la nube? −, pero no hay que olvidar que es una infraestructura real. Como advierte Bridle, “conecta lugares reales, territorios reales, ciudadanos reales y condiciones políticas reales”. Y, por ello, utilizar sus tentáculos tiene consecuencias reales.

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Las imágenes que aparecen en este reportaje son propiedad de Citizen Ex y Southbank Centre

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