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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Brexit or Bremain?

Juan Miguel Sans

Formar parte de una organización como la UE implica una pérdida de soberanía en aquellos temas previamente pactados. El Reino Unido participa en muchos de estos pactos pero, como todo el mundo sabe, ha logrado muchas excepciones. Tantas que cuando ha habido que negociar las condiciones para que el Gobierno de Camerón aceptara votar por el Bremain no ha habido mucho donde rascar. Así que más que un problema de soberanía, de lo que verdaderamente se trata es de un problema de proyecto. Y aquí sí que la UE se lo debiera mirar porque no parece que haya un proyecto asumido por todos los países. Más bien al contrario. Parece que hay dos visiones muy dispares. La que apuesta por la unión política y aquella otra que lo aborda solo como una unión comercial. Y esto plantea problemas permanentes cada vez que hay un conflicto internacional grave. Hoy los refugiados. Ayer Siria o Crimea. Otras veces las negociaciones de cualquier tratado internacional donde no parece nunca que haya una voz propia.

A mi juicio, en un momento en el que el centro de gravedad geoeconómico del mundo se está desplazando hacia China, y más en general hacia Asia, con la salida del Reino Unido, se debilitan tanto las posiciones de la UE como del Reino Unido en instituciones multilaterales como la ONU, el FMI o el Banco Mundial. El Reino Unido hace ya tiempo que no es una potencia mundial y la UE está a la defensiva en todas estas instituciones intentado mantener su cuota de poder pero haciendo poco para ir con una voz única. Ni una ni otra ganan con el Brexit. Todos pierden en la gobernanza global.

El impacto económico del Brexit ha pasado casi a segundo lugar en el debate político. Casi todos los expertos vaticinan perdidas del PIB a corto plazo que van desde un 1,3% hasta, en los casos más pesimistas, casi un 6 % del PIB. A largo plazo (2030) las dudas son mayores y los escenarios oscilan desde el -2,2 % del PIB hasta el + 1,6 %.

Que no es un buen negocio para el Reino Unido se puede intuir cuando consideramos que el 50% de las exportaciones del Reino Unido van a la UE (aproximadamente el triple de las que van a EE.UU.), mientras que tan solo un 10% de las exportaciones de los países de la UE van al Reino Unido. Más allá, en un mundo tan globalizado como el actual, donde las cadenas de producción globales están muy fragmentadas, las empresas británicas pueden tener más dificultades para insertarse en las mismas. Esto explica la campaña beligerante de las multinacionales del Reino Unido contra el Brexit. Tampoco parece que la city financiera salga ganando con el Brexit. Perder peso en la negociación sobre la liberalización de los servicios, el TISA (Trade in Services Agreement), no puede favorecer a una economía a la que le va tanto en este asunto. En relación con el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP, en sus siglas en inglés) tampoco parece que las cosas vayan mejor. Obama ya ha avisado que el Reino Unido se pondría a la cola para negociar un acuerdo de libre comercio con EE.UU.

De nuevo, a mi juicio, hay asuntos más importantes que unas décimas arriba o abajo en el PIB, cuyos cálculos por mucho modelo econométrico sofisticado que se utilice serán siempre discutibles. Estamos hablando de la pérdida de voz que el Reino Unido tendrá en los distintos foros comunitarios donde se discuten las normas legales y técnicas que regulan el mercado interior. Y aquí, donde los británicos han sido unos auténticos maestros en canalizar su influencia, van a verse seriamente perjudicados. Su nivel de influencia desaparecerá aunque consigan, en el mejor de los casos, un estatus como el de Noruega y Suiza. Lo peor de todo es que se queda sin voz en los foros donde se deciden estas normas, pero debe aceptar sus resultados si quiere insertarse en ese Espacio Económico Europeo. Como dice un reciente informe del Peterson Institute for International Economics, Brexit is a Bad Trade.

Es verdad que a la Unión Europea se le ha acusado, con bastante razón, de cierto déficit democrático. También los euroescépticos británicos la acusan de una institución excesivamente burocrática. No comparto esta última opinión. Creo que pocas veces se ha ensalzado suficientemente los procedimientos europeos. Me atrevería a calificarlos de originales, incluso permítaseme el atrevimiento, de innovadores. A mí me parecen profundamente democráticos. No hay directiva, recomendación o dictamen, que no sea discutido en foros de muy diversa índole y comités varios (Comité Económico y Social, Comité de las Regiones, etc.) para finalmente ser debatido en el parlamento europeo, así como, depende de los asuntos que se traten, en los parlamentos nacionales. Cuando una norma europea finalmente se aprueba, no hay nadie que no haya encontrado un foro para dar su opinión y hacer oír su voz. Es verdad que en el camino se pierde rapidez pero se gana en legitimad, mal que les pese a muchos.

Más difícil es hablar del impacto sentimental sobre una población donde el tema de la Unión Europea siempre ha sido controvertido. Aquí simplemente quiero ofrecer dos opiniones. La primera tiene que ver con el fracaso de la “política” en todos sus gremios, nacionales y comunitarios. Cuando una obra institucional tan compleja y exitosa - aunque con serios riesgos de naufragar- no ha cuajado en la población, e incluso se enfrenta a una seria oposición ciudadana, es que algo importante se ha hecho muy mal en el ámbito del marketing político. La otra reflexión es muy personal y supongo que habrá mucha gente que no esté de acuerdo, pero allá va. Me parece profundamente irresponsable, aunque sea en nombre de la democracia participativa, lanzar referéndums en asuntos donde la población está tan dividida. Esto me parece que sólo contribuye a fracturas sociales que luego son muy difíciles de recomponer. Como el lector puede suponer, esto se aplica no sólo al referéndum del Brexit, sino a otros muchos campos políticos. No digamos además si añadimos que se trata de un asunto donde la información de la opinión pública es muy deficiente. Puede consultarse al respecto la encuesta de Ipsos Morí, Public misperceptions about the EU and how it affects life in the UK, de junio de este año, donde se enumeran las falsas y equivocadas percepciones que los ciudadanos británicos tienen sobre asuntos como inmigración, aportación británica al presupuesto de la UE o apoyos a los hijos de los emigrantes. En resumen, un referéndum de alto riesgo con consecuencias imprevisibles.

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