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El empobrecimiento de España en tres historias

Natalia (nombre ficticio) ha vuelto a los 40 a casa de su padre.

Laura Olías / Sofía Pérez Mendoza

“Hace unos años no me hubiese planteado trabajar mientras estudiaba”, admite Isabel, de 21 años, que ahora ha llevado su currículo a varias tiendas. Estudia Periodismo y en su casa la crisis económica se resume en un despido (el de su madre) y dos juicios: uno por despido improcedente y otro para recuperar los 50.000 euros que su familia desembolsó por un piso que nunca se terminó de construir. Y, como consecuencia, una situación económica muy frágil. “Vives con lo mínimo y aguantas, pero cualquier gasto importante te supone un mundo”, relata por teléfono.

Su caso no es excepcional. Según la última Encuesta de Condiciones de Vida (ECV), publicada en mayo por el INE, cuatro de cada diez hogares españoles está en esas mismas condiciones. El estudio pone en cifras la realidad de un número ascendente de hogares: desde que comenzó la crisis, cada año entra menos dinero en casa. El ingreso medio en 2012 fue de 26.775 euros, mientras que en 2008, fecha fijada como el inicio de la crisis económica, era de 30.045 euros. Un 11% menos en cinco años.

La encuesta ofrece también información de la tasa de pobreza en España, que alcanza a uno de cada cinco españoles (20,4%). Pero más allá de los hogares con una situación muy precaria, los indicadores señalan un empobrecimiento general de la población.

La casa de Isabel es un ejemplo del 41% de hogares para los que afrontar gastos imprevistos supone un imposible. Si su novio no le hubiese hecho un préstamo para pagar el carnet de coche, después de haber suspendido la parte práctica, habría perdido el dinero invertido. “Me iba a caducar el aprobado del examen escrito, pero al final me pudo dejar lo que necesitaba”, cuenta.

Antes de la crisis, Isabel no tenía problemas de dinero. Se iba con su familia de vacaciones y planeaban mudarse a una casa más grande. “Mi madre hace tres años que no sale del pueblo y yo me he ido con mis amigas gracias a que mi tía me paga algo por cuidar a mi primo”, cuenta.

La familia, las pagas extraordinarias y las horas que el marido de su madre trabaja más allá de su horario han permitido mantener las facturas a raya hasta ahora, pero sabe que la situación es inestable. “Si echasen a la pareja de mi madre, nos echarían de casa”, dice.

El descenso del umbral de la pobreza

Antes de salir de casa para hacer la compra, Carla (nombre ficticio) se asegura de que lleva el teléfono móvil. “Voy sumando lo que llevo por si me paso y para ver cuáles son los mejores precios”, afirma esta joven de 25 años. Se acaba de mudar a un piso más barato porque cualquier ahorro, “aunque sea de cinco euros”, es importante para llevar las facturas al día.

La joven admite que, aunque sus amigos saben que su presupuesto no es holgado, no cuenta toda la verdad. Para ella, la crisis ha significado mucho más que reducir gastos. Dejó Madrid hace unos años porque, sin trabajo, la vida en la capital es más cara que en Andalucía, donde se estableció con su madre y su hermana. Llegaron de Brasil hace 19 años y la precariedad laboral ha protagonizado la vida de su madre desde hace tiempo, pero ahora las condiciones han empeorado: trabaja de interna en una casa y sin contrato.

Por su parte, Carla pertenece al 55,48% de jóvenes desempleados que colocan a España como uno de los países con peores índices de paro juvenil. Ser inmigrante y formar parte de una familia monoparental son dos factores que incrementan el riesgo de pobreza en España, según los resultados de la ECV. Y estos factores de riesgo añadidos también se infieren de los resultados de la última Encuesta de Población Activa, que en los datos del primer trimestre de 2014 sitúa la tasa de paro de la población extranjera 13 puntos por encima de la de las personas de nacionalidad española (24,25%).

Según datos de Eurostat, la tasa de pobreza asciende hasta el 38% para los hogares con un padre o madre con hijos a su cargo y llega al 47,8% si se trata de un extranjero de un país no comunitario. Las estadísticas publicadas por el organismo europeo miden la pobreza relativa. Es decir, la desigualdad entre hogares. La oficina estadística europea sitúa este límite en el 60% de la mediana de los ingresos. Y, como el indicador se establece en relación a los ingresos del resto de la población, si éstos bajan (como está sucediendo), el umbral también cae. El resultado es que necesitas tener menos ingresos para ser considerado pobre. En 2009, el umbral estaba fijado en 8.877 euros anuales para los hogares con un miembro y, en 2013, en 8.114.

El primer informe ISSE, sobre los Servicios Sociales en España, cifró en un 74% el aumento de la demanda de atención en el último año. “La mitad de los nuevos usuarios pertenecen a la clase media. Son personas que ni siquiera sabían dónde estaban los servicios sociales”, subrayaba la presidenta del Consejo General del Trabajo Social, Ana María Lima, en la presentación del estudio hace dos semanas.

Carla relata cómo ese empobrecimiento progresivo ha afectado su día a día. Y visiblemente emocionada se acuerda de su perra, a la que acaba de sacrificar tras mucho tiempo de intentar reunir el dinero suficiente para hacerlo. “Estaba muy mayor, ciega y con cáncer, pero es que no podía pagar los 70 euros que me pedían”, dice. “Cada vez que alguien me decía lo mal que estaba la pobre, sentía una pena enorme”, añade.

“He perdido una autonomía que ya había alcanzado”

Pero la distancia entre los que van tirando en el día a día y los que dejan de hacerlo es cada vez más corta. Natalia, una trabajadora social de 40 años que prefiere no dar su verdadero nombre, tenía una situación económica acomodada hace pocos años. Vivía con su marido y sus dos hijos en un chalé que habían adquirido en momento álgido de la burbuja inmobiliaria.

Pero, tres años después de divorciarse y tras perder su trabajo, comenzó un peregrinaje nada grato por empleos mal pagados y a tiempo parcial. Finalmente, ha tenido que dejar su casa y mudarse a la de su padre junto a sus hijos y su nueva pareja. El chalé ahora está en alquiler porque es la única forma de seguir pagando la cuota mensual de la hipoteca, cercana a los 1.000 euros. “Estoy agotada. No sé si es el desánimo o la desilusión. O todo”, dice Natalia con un hilo de voz al otro lado del teléfono.

Hace tiempo que no puede asumir los gastos básicos, que corren a cuenta de la pensión de su padre. Su nuevo hogar (en realidad, el de su padre) es uno de los casi dos millones que, según la última EPA, tienen a todos sus miembros activos en paro. También forma parte de ese 16,9% de familias que dice llegar a fin de mes “con mucha dificultad” en la Encuesta de Condiciones de Vida, lo que supone 3,4 puntos más que en 2012.

Ella tiene ocho meses de prestación acumulados, pero no puede consumirlos porque dejó su último trabajo antes de ser despedida. Su situación allí era insostenible. Jorge, su pareja, tiene derecho a subsidio de 426 euros por 20 meses más, pero probablemente se lo retirarán antes porque su hijo será en menos de un año mayor de 25.

“Antes al menos sentía que estaba en mi casa, que tenía algo mío. Ahora ya ni eso. Vivir dependiendo de que otros te ayuden, porque solo así puedes seguir adelante, machaca mucho y significa asumir una pérdida de indepedencia y autonomía que ya habías alcanzado”, asegura.

Entre la incomprensión del “es lo que hay” y la frustración de buscar empleo sin descanso y no encontrar, Natalia palia la angustia del día a día a base de ansiolíticos. “Mi médico me dice que mi estado de ánimo no puede considerarse depresión porque está justificado por la coyuntura. No me deriva a salud mental, además, porque dice que está colapsado”, cuenta.

Algunos estudios médicos ya han sacado a la superficie una relación directa entre crisis y salud mental. Es el caso de Screen (2006) e Impact (2010), dos trabajos que han analizado comparativamente la presencia de ciertos síntomas en las consultas durante estos años. Entre los resultados, los más llamativos apuntan a un aumento del 19% de pacientes que acuden a su médico de cabecera por problemas de sueño y un 12,8% de los que lo hacen con síntomas de ansiedad.

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