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Opinión - Eurovisión y Europa, hundidas de la mano. Por Rosa María Artal

Jóvenes franceses con Le Pen, sin reflejo en el espejo alemán

Marine Le Pen, rodeada de simpatizantes.

Andrés Ortega

Francia y Alemania son países vecinos cuyas relaciones son esenciales –mas no suficientes– para mantener y recomponer la Unión Europea. Sin embargo, sus juventudes parecen tirar por distintos caminos. En Francia, más jóvenes entre 18 y 24 años –incluso entre los de 25 a 34– optan en las encuestas por Le Pen que por otros candidatos. De hecho, es entre los más jóvenes entre los que el Frente Nacional tiene más apoyos. En Alemania, la opción preferida de estos grupos de edad es la de los socialdemócratas (SPD), seguidos de los democristianos (CDU), de La Izquierda (Die Linke) y de los Verdes. La derecha xenófoba y antieuropea de la Alianza por Alemania (AfD) queda marcadamente por detrás.

La principal razón de esta discrepancia demoscópica renana hay que encontrarla en la frustración de la juventud francesa por sus tasas de paro: en torno al 25%, cinco puntos más que antes de la crisis y diez más que la media comunitaria. Es un mercado de trabajo dual que protege a los que ya tenían trabajos fijos, y desprotege a los que entran por primera vez en él. (¿Suena?). Algo que el candidato social-liberal, Emmanuel Macron quiere transformar en un sistema más a la nórdica en el que el peso de la protección frente al despido recaiga sobre el Estado y no sobre las empresas.

En Francia hay una crisis de expectativas en la juventud, con, también, una componente de identidad cultural. En Alemania la situación es otra: la tasa de paro juvenil es de 6,5%, aunque interviene también la cuestión de la creciente precariedad y sueldos más bajos para esta franja de la población. Pero las ayudas sociales que reciben los jóvenes alemanes son significativas. Y el modelo alemán de la Formación Profesional funciona. En la reciente elección en la región del el Sarre los socialdemócratas y los democristianos –ganaron claramente estos últimos– estuvieron empatados entre los menores de 30 años, aunque por debajo del 30%, mientras la AfD se quedaba en torno a un 6%.

En un sondeo especial del Eurobarómetro, encargado el año pasado por el Parlamento Europeo se preguntaba a los jóvenes por si sentían que habían quedado marginados por la crisis, es decir, “excluidos de la vida económica y social”. Un 66% respondía afirmativamente en Francia frente a solo un 27% en Alemania (la tasa más baja, frente a un 57% de media en la UE, y un 79% en España).

En Francia, más que entre izquierda y derecha, la divisoria en estas elecciones se libra en torno al proteccionismo/apertura, al rechazo a lo que Le Pen llama “globalización desarraigada”. En un país con un superávit comercial como el alemán, hay poco de lo primero. Pero en Francia esto se tiñe de debate sobre Europa, para salirse del euro y de la UE, como quiere Le Pen, o para el contradictorio “una Francia soberana en una Europa soberana” que pide François Fillon. En Francia, este repliegue sobre el Hexágono lo representa esencialmente Le Pen y la Izquierda Insumisa de Mélenchon (el segundo más popular entre los jóvenes). Hamon, que se ha hecho con el partido socialista, va por detrás.

De haber sumado la izquierda estas dos candidaturas –lo que rechaza el primero– podrían haber alcanzado el 25% en el que se mueven Macron y Le Pen de cara a la primera vuelta. De haberlo logrado, un candidato único de izquierdas podría haber ganado en primera vuelta (y, paradoja, abierto la posibilidad de que Le Pen triunfara en la segunda).

La dirigente del Frente Nacional, como hizo Trump en EEUU, además de su posición anti-inmigración, anti-musulmana y anti-europea, le ha robado algunas banderas tradicionales a la izquierda, se ha quedado con mucho antiguo votante del Partido Comunista, y con una parte de ese voto juvenil. Ello pese a que su programa tiende a proteger a la gente mayor, antes que a los jóvenes. Pero Marine Le Pen, a diferencia de su padre, Jean-Marie, y de su sobrina Marion Maréchal-Le Pen, es partidaria de lo público y del Estado de Bienestar. Macron representa la apertura al comercio, a la inmigración y al pluralismo religioso, todo de forma incluyente. El voto más católico-conservador es que el que intentaba aunar Fillon.

Aunque Le Pen y el Frente Nacional son ya “tradicionales”, estamos viendo en Francia el declive de los partidos y liderazgos asentados frente al auge de unos nuevos, tanto en el centro derecha como a la izquierda. Pese a que las encuestas apuntan a una clara victoria de Macron en la segunda vuelta, sería importante, en términos de impacto psicológico en Francia y en Europa, que Le Pen no llegara en cabeza en la primera. Y cuidado, pues en la segunda vuelta pesará el nada automático trasvase de votos al otro candidato, y la participación, es decir, el grado de abstención. La “tercera vuelta” –las legislativas– será, a su vez, otra cosa.

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