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2016, el año del desconcierto

José Manuel Soria, en una imagen de archivo

Rosa María Artal

Dicen y escriben que 2016 ha sido el año que no vieron venir. Suele ocurrir cuando se vive en los cenáculos del poder y las personas se convierten en números estadísticos o un fastidio si osan hacer patente su malestar. Con claridad, 2016 ha sido el año de las mil definiciones que se resumen en una: desconcierto. El año que acaba ha confirmado el absoluto divorcio entre las élites y el resto de la población. El triunfo del No que lo caracteriza es a lo que todos ellos representan, a lo establecido, aunque los erráticos caminos de la banalidad programada, no hagan sino consolidarlo. Porque en 2016, la verdad, los límites de lo admisible, han saltado por los aires. El año en el que se volvió atrás para reedificar los más terribles monstruos de nuestro pasado, con el fascismo en ciernes a la cabeza. Se ha desencadenado lo que, desde hace no menos de un quinquenio, incluso casi un decenio, veíamos venir y escribimos. Basta tener los pies en el suelo y mirar qué sucede alrededor.

El rey en el palacio del ayer. La cuerda para el nudo. La risotada. El dolor. El consumible. La manta de la que tirar. Una espectacular ciénaga. Barra libre para robar. Para imponer. Para mentir. La pobreza invisible. Necesidades inaplazables. Impunidad. Crónicas cortesanas. Al servicio del poder. Periodismo. Al servicio de la gente. El año que fuimos “populistas” o el de las etiquetas. Aquél en el que la corrupción parece haber sido legalizada tácitamente. La invasión aplastante de los mediocres.

Maniobras para la continuidad del PP y las políticas de siempre

En España fuimos repitiendo elecciones generales hasta que -con un golpe de mano chapucero y evidente-, se formó el gobierno que conviene al poder, al que vive en camarillas y no ve venir otra cosa que las bandejas de canapés. O los peligros que acechan a sus privilegios. La decencia se ha resentido en gran medida del devastador impacto. Hasta provocar destrozos desestabilizadores. El “atado y bien atado” que anuda desde antaño los caminos de futuro de los españoles volvió a echarnos otra lazada más.

Repasar la mascarada política y mediática de estos doce meses deja sabor a inmensa tomadura de pelo. Es ver quiénes movían los hilos de la operación, cómo se desechaban las piezas inservibles, las encuestas-puñal, la maquinaria de la intoxicación a pleno rendimiento. Cuando en el Congreso entraron las personas que cada día vemos en la calle, los aposentados dieron un fuerte respingo. De ahí que se blindaran para luchar contra la pura alergia física a la realidad y a la posibilidad de algún cambio que alterara su estatus.

Por 2016 pasaron ministros, como José Manuel Soria, tan preocupado por los beneficios de las empresas energéticas y por orillar adversarios políticos, que terminó apeado por un offshore negado a ritmo de sainete. Y llegaron repuestos como la Ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, en pura añoranza de aquel pasado de Beneficencia en el que la gente no se quejaba no fuera a ser que, encima, le cayera un buen palo. Conocimos al Hernando mutante de un partido llamado PSOE, las migas asturianas al PP, y a la reina en el sur pendiente de una Operación Triunfo, con los vientos favorables de los dioses del socialismo versión cachirulo. A la explosión de las tensiones, de la presión, en un proyecto interesante que pesa más que las personas que no estén a la altura. A la evaporación de Ciudadanos mientras se desdecía, prácticamente, de cuanto dijo.

Corrupción fangosa

Vimos los grandes desfiles por los juzgados de un buen número de saqueadores de lo público, nivel presunto. Cuesta recordar la serie de mangancias, cohechos y cohechitos, prevaricaciones y transgresiones varias que este sufrido pueblo ha soportado. Menos mal que cada día llegan refuerzos para recordar que en cualquier otro país, incluso en algunos bananeros, la corrupción pasa factura. Y declaraciones como las de Francisco Correa, mediador de la Gürtel, hubieran hecho saltar gobiernos por los aires. Nos han dejado ahogados de cinismo y desvergüenza. A las personas decentes, se entiende.

Añadamos el temor a la impunidad que se materializa en la imagen de una Infanta de España que, a tenor de sus declaraciones: “Qué ganas tengo de que esto acabe para no volver a pisar este país”, parece dar por hecho –como tantos otros- que saldrá exonerada de los delitos contra la Hacienda Pública por los que se le juzgó. El amor lo excusa todo cuando se posee sangre azul en particular. Azul realeza o azul ideológico. Mientras en España muchas personas siguen viviendo sin luz, mueren sin luz.

No hay sector susceptible de lucrarse en el que algunos de nuestros próceres no hayan metido mano. Todo es magro para la rapiña: infraestructuras, servicios, hasta colegios y hospitales. Visto los destrozos en la sanidad, incluso vidas humanas. 2016 nos deja la impresión de que en España operan varias mafias y que una parte de las pistas que sigue la justicia proviene de algún tipo de ajuste de cuentas entre bandas o facciones rivales. Algunas, como afirman las pesquisas judiciales de Ausbanc, chantajeando a bancos y empresas de lo más relevante del país durante 20 años sin que nadie dijera ni pío. En cambio todo español debe estar al corriente ya hasta del primer borrón, real o supuesto, de cualquier miembro de Podemos en sus años de parvulario y, sin duda, del color de su ropa interior.

La prensa cortesana

“Puigdemont promete romper España”, leímos en un titular entre los muchos irrisorios con los que nos obsequian a diario. “Insensato sin escrúpulos” llamaba un editorial al candidato del PSOE que acabaría defenestrado. La prensa oficial participando de parte en política. Hasta obvió noticias. Una bien reciente: la investigación por homicidio a dos altos cargos de la sanidad pública gallega al posponer la medicación eficaz para la hepatitis C no ha llegado a las portadas de los principales medios de la comunidad. Una más alejada en el tiempo, un juez grabado proponiendo a un imputado fabricar indicios contra su predecesora, Victoria Rosell, sin que tenga grandes repercusiones, ni mediáticas. La denuncia del ex Ministro Soria contra ella, por supuesto cohecho, retraso malicioso y prevaricación, relacionado con el caso, archivada por la justicia con similar eco. Y nunca hemos sabido tanto de Venezuela y tan poco de Huesca, Cáceres o León, por poner el caso.

Multitud de personas en España, no se enteran de asuntos esenciales que les afectan. Cuesta creer que las graves noticias difundidas sobre la atención pediátrica en la Comunidad de Madrid no levanten auténticas ampollas. Hablamos de niños. Absolutamente imperdonable que las denuncias de carencias o deficiencias se estén saldando con despidos, ante el silencio cómplice de los apoyos políticos, de los medios y los propios usuarios. Vistas las consecuencias, seguramente muchos lo dicen solo en voz baja, aunque lo dicen.

2016, el año en el que las políticas pudieron cambiar y el pasado se atrincheró, dejando una ciudadanía anestesiada o frustrada. La España sucia ha ganado de nuevo la batalla, un respiro más. Un estertor quizás.

El Rey en su palacio

Descorazonador escuchar el remate del Rey Felipe VI, en un mensaje de Navidad conservador y banal por mucho que lo alabe la gran coalición de poder. Sorprende que una persona de su edad y preparación, con contactos en la vida real (de realidad) opte por ese camino. El discurso menos visto de la historia, y sigue hablando, con paternalismo, de un país que la mayoría desconoce.

Crece la ultraderecha

2016 se vio venir. El desvarío electo, la peste fascista. La hegemonía de los inanes convertidos en sujeto. Los nuevos rumbos mundiales sí traen significativas variaciones: la ultraderecha, la sinrazón, avanzan a grandes zancadas, mientras los medios y la propia sociedad vuelven a equivocar el foco. Los emigrantes pobres no son los culpables. Y no hay nada -ni los dolorosísimos atentados terroristas-, más desestabilizador que la extrema derecha por su capacidad de llegar al poder en varios países, algunos muy decisivos. Europa entretanto no mueve un dedo. 2016 acrecienta el profundo deterioro del proyecto común. El año que… siguió muriendo la UE.

La involución ha animado a salir del armario posiciones ultraconsevadoras. El machismo se ha rearmado con fiereza. Con ese reguero de muertes incomprensibles, y la exaltación verbal de sus defensores. La homofobia también ha repuntado hasta apalear a varias víctimas.

El año que… sabe a injusticia y egoísmo llegado a la crueldad. En el que ya ni se mira a los miles de refugiados que se traga el mar -5.000 en 2016 como mínimo- o a los que se abandona llegados a tierra. Manos pequeñas que abrazan el llanto inconmensurable del padre. Niños que ya no lloran. Un año que apesta a cerrazón y torpeza. A mordaza, la forma que el poder autoritario tiene que dialogar con sus inferiores. A trampa, fraude, plagio, mentira y manipulación. El año en el que fue estruendoso el silencio de las buenas personas, de muchas que creen serlo.

Amanece cada día

Pero la vida no sería soportable sin las luces que alumbran la marcha y nos hacen levantarnos cada día con ganas de emprender la jornada. Asideros que cada uno reconoce como suyos. Sin manida autoayuda. Mi propia retina se llena de mujeres que se alzan con muchos pesos a cuestas para luchar por los demás, mientras den de sí las fuerzas. O jóvenes generosos volcados en una idea sin otro afán que contribuir a un mundo mejor. O un general, al que el gobierno del PP cesó con deshonor por su opción política, leyendo un libro, solo en una silla, en medio de un tumulto de personas, focos y cámaras.

Y, frente a esa prensa, radio y televisión cortesanas tan dañinas para la sociedad, he vuelto a ratificar, a conocer y reconocer a periodistas insobornables, empujados a contar lo que precisan saber los ciudadanos, cueste lo que cueste. Como un mandato irremediable que impele a revelar lo que el poder no quiere que se sepa. A pesar de las represalias o de no llegar a los afectados, tan distraídos en otros menesteres.

El año de las voces que ya no se callan para lograr detener la pezuña mortal de los machistas y las lenguas viperinas de su coro de soportes, colaboradores necesarios. Violencia y más violencia. Y, enfrente, coraje, fuerza, honestidad, razón.

He visto, ustedes también, a artistas, actores, a la cultura que persiste y vuela sobre las dificultades. A los científicos que se multiplican por encima de la tijera para investigar y buscar soluciones. A personas que, desde cualquier ámbito, siguen intentando lo mejor para su familia y para ellos incluso en terrenos hostiles.

La muerte y la vida

Es cierto que la muerte se nos ha llevado mucho en 2016: personas y utopías. Lo primero es lógico, lo segundo no, aunque lo diga aquel concejal mastuerzo de Pamplona. El mundo que resucita la irracionalidad y la violencia da miedo, pero podría caer en su propia emboscada. Otras muertes significativas, deberían tomarse, como insistía José Luis Sampedro, en algo que forma parte de la vida. Me quedo, si me lo permiten, con las viñetas feministas de la pionera Nuria Pompeia, fallecida este mismo martes. Ese compendio de valores que constituye “Matar un ruiseñor” que nos dejó en herencia perpetua Harper Lee. Carrie Fisher, la Princesa Leia de Star War por ser mito de una generación a la que demostró que una mujer puede encabezar una rebelión y que no hace falta ser perfecta. Con el entusiasmo del solista del Coro del Ejército Rojo al cantar la jota de La Dolores muerto, según se ha publicado, al estrellarte el avión en el que viajaba con sus compañeros en Navidad. Con el propio grupo que hace muchos años nos descubrió los Ojos Negros de Rusia. Con la creatividad de Bowie y Prince, con la prodigiosa voz de George Michel y con Leonard Cohen que nos acompañó en un buen tramo del trayecto, en caídas y empeños. A muchos.

Con los caminos que recorrimos juntos, las fronteras que traspasamos, los muros que derribamos. Las jaulas que, más que abrir, rompimos. Las sendas cotidianas. En los pasos que buscan la belleza, la dignidad y la justicia. No hay otra, excepto si no ves venir nada que no sea tu propio interés. Los años no son sino tramos de tiempo a convenir. Pero, atentos, porque ése al que llamaremos 2017 se ve venir. Y viene fino. El nombre por el que será conocido aún está por escribir.

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