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El comienzo de otra cosa

Andrés Ortega

Aunque ha habido avisos previos con las municipales y las autonómicas en mayo, e incluso con las catalanas en septiembre, las elecciones generales del próximo 20 de diciembre van a marcar el comienzo de un nuevo tiempo en la política española, de un cambio de sistema. Gane quien gane. Pues nadie va a ganar de forma absoluta, y el bipartidismo imperfecto que ha dominado la democracia española desde la Transición va a sufrir un embate.  Estamos ante un cambio de paradigma político. Habrá que aprender a pactar. Y lo primero que exigirán los partidos emergentes serán cambios en algunas reglas de juego, en primer lugar la ley/sistema electoral y en los usos políticos.

Los resultados contarán, claro: en escaños, votos y orden de llegada. Aunque están en curso dinámicas que seguirán más allá de este domingo, último día, absurdamente, para publicar encuestas (pero no para realizarlas, como hacen los partidos), los sondeos apuntan a que el PP llegará primero en escaños (aunque algunos creen que Ciudadanos le puede superar en votos). Y es importante quién llegue segundo. No es lo mismo que lo haga el PSOE que C’s. Si Rivera llega en cabeza puede aspirar a gobernar con los socialistas y otros (aunque es incompatible con Podemos), y en todo caso tendrá mucha más fuerza para negociar un programa de legislatura si es con el PP. Si lo hace Sánchez quizás tenga también alguna chance. Con la posibilidad de que Rajoy, de su propio pie, se retire tras haber ganado (su objetivo principal es no ser el único presidente del Gobierno que no ha revalidado victoria tras su primer mandato –Calvo Sotelo llegó sin ganar elección y perdió a la primera-), para facilitar un acuerdo con C’s que responda a la renovación generacional en curso en el país. Y eso que el censo electoral ha envejecido: los jóvenes (17 a 34 años) representaban el 24% en las últimas elecciones en 2011, y un 21% en estas.

La posible salida de Rajoy podría abrir una lucha sucesoria en el PP no solo por las personas sino por las esencias, que podría resultar muy dura, y de ahí que quizás tenga que resistir. En cuanto al PSOE, si cayera al tercer puesto, o incluso por debajo de 100 diputados,  se abriría la necesidad, quizás no a corto pero si a medio plazo y pensando en la posibilidad de una legislatura corta, no ya de un cambio de liderazgo (por Susana Díaz, más que probablemente), sino de una auténtica refundación. Podemos tendrá también que transformarse. Es decir, que lo que ocurra el 20D va a tener repercusiones más allá de quién gobierne.

El cambio de sistema debe venir del cambio en algunas reglas del juego, para lo que se puede requerir una reforma constitucional (que tiene que ser de amplio consenso, incluyendo a PP y a Podemos y que satisfaga a una mayoría de catalanes).  Varias  cosas van a cambiar porque además de por los efectos de la crisis y la desigual recuperación económica, mucho votante se va a guiar por la cuestión de la corrupción y  un cierto agotamiento –el 20D se medirá cuánto- del bipartidismo. C’s insiste en una reforma de la ley/sistema electoral que a la vez resulte más proporcional y acerque a los diputados a los electores. El sistema alemán, doble con escaños atribuidos en distritos uninominales y listas regionales, es el modelo favorito de muchos. Y esta es una de las líneas rojas de C’s. En cuanto a las primarias para candidatos a elecciones, está visto que tienen sentido si son abiertas no solo a los militantes, sino a cualquiera, pues de otro modo las controlan los aparatos de los partidos.

También es necesario, y lo exigirán los emergentes, cambiar el eternamente relegado Reglamento del Congreso –que contará con más mujeres que nunca-, para facilitar mayor dinamismo y frescura en los debates (debía prohibirse leer salvo casos excepcionales, y que diputados secundarios pudiesen intervenir con mayor facilidad), y sobre todo, que no hubiese apisonadora de las mayorías a la hora de rechazar comparecencias y comisiones de investigación). Además de muchas otras medidas. Y de eso que Ortega y Gasset, en su conferencia de 1914 sobre “Nueva y vieja política”, llamó “usos nuevos”, que, como dijo, dejen atrás viejos “abusos”. Incluidos, naturalmente, los casos de corrupción, y las dimisiones inmediatas políticas ante escándalos sin esperar a que actúe la lenta justicia, como ocurre en otros países de nuestro entorno, como Reino Unido o Alemania. Probablemente esta será la última campaña en unas generales en la que un presidente del Gobierno que se vuelve a presentar se pueda negar a un debate con los principales partidos en liza. Y cambiará también la manera en que se controla RTVE.

No va a ser una revolución, sino una transformación, del sistema político. Como vamos, con cierta probabilidad (el PP tiene su propia idea, o ideas, en un cajón o cajones), a una reforma constitucional y no a un proceso constituyente que no es necesario. Pero reformándose, va a cambiar de sistema. Lo escribí a principios de 2014 antes de que surgiera Podemos, eclosionara a escala nacional Ciudadanos, y Pedro Sánchez marcara la llegada de una nueva generación a la cabeza del PSOE. Lo ocurrido desde entonces, y lo que va a ocurrir el 20D y después, lo ratifica. Aunque tome tiempo.

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