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Blas Infante, un buen comunicador al que le faltó una estrategia para vender mejor el andalucismo durante la República

Página del diario madrileño 'Ahora' en 1933 informando de un acto de Blas Infante.

Antonio Morente

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Blas Infante nunca tuvo un buen asesor de comunicación, ni contó entre los suyos con buenos propagandistas. Es más, nunca tuvo un plan predefinido y diseñado para reforzar su mensaje andalucista. Y eso se notó en que “no hubo una estrategia comunicativa” en su intento por despertar la conciencia andalucista durante la II República, unos años que abordó con una especial ilusión que, más pronto que tarde, fue perdiendo. “No tuvo un órgano que hiciera de vocero de su ideal para que perdurara”, una falta de transmisión de sus ideas que precisamente no ayudó a la causa, por mucho que su nombre se asomara a los periódicos y fueran frecuentes las crónicas de sus actos.

“En la comunicación falló”, apunta a modo de resumen la historiadora Eva Cataño, que en su obra Blas Infante y el despertar de Andalucía en la prensa republicana (Almuzara) ha seguido el rastro en las páginas de los rotativos de la época del proclamado como padre de la patria andaluza. Investigadora de la Fundación Centro de Estudios Andaluces (Centra), el libro es el desarrollo de su tesis doctoral, “la primera y la única que se ha hecho sobre la figura de Blas Infante en España” (curiosamente, hubo una en Francia en 1991), algo que no deja de parecerle significativo dado el calibre histórico del protagonista. Premio Memorial Blas Infante de investigación 2022 que concede la Fundación Blas Infante, su trabajo es un recorrido por más de 700 noticias de 70 diarios entre 1931 y 1936, en plena “madurez ideológica” de un personaje que usará los medios para intentar ese despertar andalucista que truncó la Guerra Civil pero que nunca lo hizo siguiendo un patrón diseñado para intentar calar más.

De hecho, podría decirse que Blas Infante fue un buen comunicador que falló en la comunicación al carecer de estrategia. Cuando llega la II República nos lo encontramos con buena parte de su obra ya escrita y con los pilares de su proyecto más que definidos, así que lo que se publica en prensa refleja “un discurso que no es nuevo, es lo que viene defendiendo desde hace años” y muy especialmente desde la Asamblea de Ronda de 1918. Cataño pone el acento en “su empeño por despertar la conciencia andalucista en el pueblo y movilizarlo” por una Andalucía de la que se tenía un amplio desconocimiento, tanto de su historia como de sus factores identitarios. Pero pronto entiende que la tarea no es fácil, hasta el punto de que llega a reconocer que cómo va a inyectar andalucismo “si el pueblo lo que tiene es hambre”, y así seguirán las cosas mientras no se resuelvan dos problemas capitales como son el de la tierra y el del trabajo.

“Es consciente de que no tiene el apoyo ni del pueblo ni de los líderes políticos”, señala la investigadora, pero eso no le desanima y se embarca en los procesos electorales de 1931 y 1933, año en el que también impulsa la asamblea andalucista de Córdoba. Infante entiende que la República aporta el marco ideal y que “es el momento de subirse al carro”, así que entra en una “espiral vertiginosa” de actividad que pega el frenazo cuando a finales de 1933 gana las elecciones la coalición conservadora. Todo vuelve a cambiar con la victoria en 1936 del Frente Popular, lo que embarca al andalucismo en una “efervescencia total” y aquello se traduce incluso en un último intento de redacción de Estatuto de Autonomía que esta vez toma forma más tangible, hasta el punto de que se va a pulir durante el verano de ese año para remitirlo a las Cortes en septiembre.

Despertar la conciencia desde los pueblos

No dio tiempo. El golpe de Estado en julio y la posterior Guerra Civil frustraron la iniciativa y Blas Infante fue fusilado la noche del 10 al 11 de agosto. “El golpe llega en el momento de más ilusión, cuando se va a hacer realidad y casi se está tocando con los dedos” un proyecto autonomista que introduce el autogobierno para Andalucía. Y eso que Infante, que recibe con una “ilusión total” la llegada de la República, ya en 1932 va dejando pistas de que se siente “decepcionado” por el escaso entusiasmo autonomista que desprende, hasta el punto de que considera que “no responde a las expectativas generadas” e incluso la considera fallida y llega a anunciar el advenimiento de una III República.

De toda esta sucesión de acontecimientos y de la evolución en el pensamiento de Infante va dejando constancia la prensa, que también refleja a juicio de Cataño la “sorprendente cantidad” de instituciones culturales y políticas, así como de personalidades, que apoyan y van dando alas al sueño andalucista. En este contexto, nuestro protagonista insiste en que se trata de un ideal que “no puede ser impuesto desde arriba”, desde la cúpula política, “sabía que había que despertar la conciencia andaluza desde los pueblos” y de ahí su perspectiva municipalista.

Los periódicos también son reflejo de las críticas a su proyecto, “no hay una corriente fuerte en su contra” pero sí voces que lo tildan de romántico, orientalista y separatista, acusación esta última a la que Infante siempre responderá con el “Andalucía por sí, por España y la humanidad” en un intento de defender que “el nacionalismo andalucista es antinacionalista”. De hecho, defiende la colaboración entre regiones, y si insiste en una vía autonomista es porque la considera el camino más directo para que “Andalucía vuelva a ser como en su pasado más glorioso, con identidad propia y capacidad de inspirar, consideraba que tenía individualidad histórica por sí misma”.

Un verbo con aires pacifistas

Eso sí, la investigadora rechaza que estemos ante un idealista puro y duro, ya que cuando se leen sus artículos e intervenciones públicas (que la prensa suele reflejar de manera textual) se aprecia que el autor “está perfectamente alineado con los datos y la realidad de la época”. “A veces usa una prosa muy poética, pero la mayoría de sus escritos se basan en datos y de hecho se quejaba de que se hablara sin fundamentos”, a lo que suma que en su trabajo ha analizado el tono y el lenguaje de los escritos de Infante en la prensa, y las formas son “siempre inclusivas y pacifistas, nada de un aire guerrero para hacer las cosas por la fuerza”.

Es más, llega a integrarse en un partido nacional para desmentir las acusaciones de separatismo. “Cuando Blas Infante crea su propia candidatura no llega ni a pedir el voto, entiende todo esto como la oportunidad de que se hagan oír una voz y un mensaje andalucista”, lo que lleva a Cataño a afirmar que, a la hora de la verdad, no le preocupan en exceso los malos resultados electorales que cosecha cuando se presenta. “Eso no le frustra porque no busca su promoción política, sino difundir su mensaje”, aunque de una de estas aventuras electorales, la de 1931, salió malparado “con un desprestigio y un daño moral importantes”. Compañero de filas de Ramón Franco, aviador y hermano del después dictador Francisco Franco, “aquella candidatura no tenía desperdicio” y se saldó con el confuso episodio que se bautizó como el Complot de Tablada.

En definitiva, ¿qué se puede extraer siguiendo el rastro de Infante en los periódicos republicanos? Pues que fue consciente de “su valor transformador más allá de la información, porque permitía influir y tomar partido”, de ahí que los usase “como estrategia, como uno de los medios para conseguir el autogobierno de Andalucía”. De paso, permite escuchar “la realidad de su pensamiento” de forma directa y sin intermediarios, asomándose a los temas que le preocupaban y trataba en sus actos. Eso sí, pese a la importancia que le dio a prensa nunca dio el paso de diseñar una estrategia comunicativa efectiva, algo que le ayudara a propagar su mensaje, y eso le restó impacto y efectividad.

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