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Hace diez años

Asamblea del 15M en la Puerta del Sol

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Esta será una de las pocas columnas que este miércoles no traten de analizar los resultados de las elecciones en la Comunidad de Madrid. Los periódicos, los informativos, y también las redes habrán amanecidos saturados, en gran medida a causa de ese chovinismo estomagante con el que los medios capitalinos nos vienen bombardeando con la idea peregrina de que hay que leer estas elecciones en “clave nacional”. Sin embargo, hace ahora diez años ocupábamos las plazas al grito de “No nos representan”.

En tan solo una década la política institucional ha recuperado una relevancia que, si tal vez no llegó a perder nunca, desde luego sí fue cuestionada en sus formas. Lo que se llamó la nueva política, lo que fue el municipalismo, se ha extinguido por la fuerza de las votos o ha mutado hasta, con pocos matices, mimetizarse con los viejos actores.

El ciclo que abrió el 15M finalizó, sin lugar a dudas, con el descalabro generalizado de las candidaturas municipalistas en las elecciones de 2019. Muchas de ellas, tras cuatro años en la institución, habían virado su discurso rupturista hacia lo que entonces se llamó posiciones “posibilistas”. La paradoja radicó en que numerosos votantes, ante la tesitura de elegir entre la copia y el original, optaron por las papeletas habituales o por la abstención. Lo comprobó, por ejemplo, Manuela Carmena en los barrios populares que le habían dado la alcaldía de Madrid en 2015, y que ahora se la quitaron. A su vez, al contrario que en 2015, Podemos sí concurría, y además en coalición con Izquierda Unida. De ese modo, las candidaturas netamente ciudadanas se vieron atrapadas en la nueva lógica de ese posibilismo y del voto útil, lo que a la postre las barrió sin contemplaciones en una buena cantidad de municipios.

A esas alturas, Podemos, que nunca ha sido el partido del 15M, como se sigue repitiendo de modo harto simplista, se había domesticado a velocidad inusitada, casi al mismo tiempo que se descomponía en luchas intestinas. De pronto se repetía el mantra de que, después del “asalto institucional”, lo que tocaba era “la regeneración democrática”, con el horizonte de las elecciones generales a la vuelta de la esquina. El errejonismo, incluso, hablaba sin pudor de un cambio de élites. Había que apartar a la generación tapón para dar paso a esa otra, la de los “más preparados” de nuestra democracia, privados de una parte del pastel que, en justicia, les correspondía después de cuarenta años de democracia. Era un planteamiento legítimo y, de hecho, estuvo también presente en las plazas. Sin embargo, relegaba del todo ese otro espíritu de las acampadas, la impugnación total al sistema representativo. De paso explica la actual presencia de Podemos, ahora Unidas Podemos, en un Gobierno estatal presidido por uno de aquellos que no nos representaban.

Diez años después del 15M nuestros mas jóvenes, esos que en 2011 eran niñas y niños, ven todo aquello de las iniciativas municipalistas, entre las que no hacen distinciones, y las alianzas de Podemos e Izquierda Unida como parte del juego institucional. Seguramente votan en cada cita, pero desde luego no se tragan que la nueva izquierda sea la concreción material de una revolución ciudadana, acaecida en el lejano mayo de 2011. No en vano, sus energías han estado volcadas en levantar la nueva ola del feminismo y la lucha por el clima. Diría que su principal alegría en estas elecciones ha sido la ocupación del nuevo edificio con el que resurge La Ingobernable, el mítico centro social de la capital, ahora reconvertido en Oficina de Derechos Sociales.

Cuando escribo esto ni siquiera se han cerrado los colegios electorales de Madrid. No tengo ni idea de lo que en unas horas me encontraré, de si se habrán cumplidos las encuestas, de cómo quedan los bloques, las perspectivas negociadoras para formar gobierno. Lo que sí sé es que, con una campaña en vísperas del décimo aniversario del 15M, apenas se han mencionando las plazas. Y quizás eso explique, en mayor o menor grado, los resultados. Sí, en clave nacional.

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