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Queremos habitar Málaga

Manifestación de apoyo a La Invisible de Málaga

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La semana pasada el crucero más grande el mundo desembarcó en Málaga a 4.000 turistas. Es sabido que 15 de los barcos más grandes del planeta emiten tanta contaminación atmosférica como 760 millones de automóviles, pero al Gobierno municipal y a buena parte de la prensa local les pareció un hito digno de celebración.

Málaga ya no es una ciudad concebida para ser habitada, a menos que entendamos habitar como el mero trámite de pasar tus días en un espacio localizado. Sin embargo, hasta hace poco habitar también significaba vivir un lugar, hacerlo y sentirlo propio, puesto que en él te componías con los demás y aspirabas a tu felicidad y a la de los tuyos. Con cada nuevo crucero que atraca en Málaga se levanta un telón que deja al descubierto un escenario sin protagonistas verdaderos, porque el director de toda la función, el acalde Francisco de la Torre, solo quiere figurantes desembarcados. Al resto trata de ocultarnos entre bambalinas.

El problema es que la pretensión de De la Torre pasa por ampliar y ampliar ese escenario (yo mismo me vi convertido, hasta mi expulsión, en vecino de Antonio Banderas). Y ya no sabe qué hacer con los molestos habitantes de los aledaños. A los de las barriadas de El Perchel y Santa Julia los están intentando desahuciar, sí, después de una pandemia y en plena crisis económica. Claro que De la Torre dice que, al fin y al cabo, los edificios en los que residen no son de titularidad municipal. Vamos, que es el mercado, amigos, como si él mismo no hubiera diseñado, con mucho tesón, el modelo de ciudad que permite esas crueldades.

Ese modelo ya solo se lo compra gente interesada (los del mercado, amigo) o algunos ingenuos. A fin de cuentas, precisamente la pandemia ha revelado, mejor que nunca, la naturaleza despiadada del alcalde. Ni siquiera podemos montar en bici en esta ciudad, porque quitamos espacio a los visitantes. En su patológica lucha contra las bicis (en plena pandemia, sí), a De la Torre no solo le dio por eliminar los carriles, sino por no construir los proyectados. Es el caso de La Alameda, donde muy pronto quedó claro que la deseada peatonalización de esa vía no tenía como fin el esparcimiento, no, sino la proliferación de negocios y terrazas para los visitantes. Sin carriles bici.

Todos esos grandes museos que ha levantado Málaga en los últimos años han funcionado como polos de gentrificación, una vez más. Lejos de convertirse en focos de cultura, lo han sido de turistas

En realidad, De la Torre le tiene mucha manía al centro histórico, lo que explica que lleve décadas “rehabilitando” sus edificios: la verdad es que los demolió para, en muchos casos, erigir hoteles o convertir bloques de viviendas en apartamentos vacacionales. En rigor, el calificativo de “histórico” le viene grande a nuestro centro.

Lo único que podría haber salvado el casco histórico, y otros barrios periféricos, era una apuesta sincera por la cultura. Pero, ¿lo adivinan? Todos esos grandes museos que ha levantado Málaga en los últimos años han funcionado como polos de gentrificación, una vez más. Lejos de convertirse en focos de cultura, lo han sido de turistas. Es decir, ni sedimentan entre la ciudadanía, ni se vertebran con la creatividad y la experimentación locales, ni devuelven nada material al mundo cultural de Málaga. De hecho, nos hemos acostumbrado a enterarnos de los balances anuales por ruedas de prensa a cargo de… la Concejalía de turismo, así, sin disimular. El despropósito ha llegado a tal punto que, hasta que en su propio partido no le llamaron a capítulo, De la Torre pretendía seguir inyectando dinero al gobierno de Putin. En plena invasión de Ucrania, aún trataba de alquilar exposiciones temporales al Museo de San Petersburgo, propiedad del Estado ruso y con franquicia en Málaga.

De la Torre tampoco quiere que en el Distrito de Carretera de Cádiz, con una de las mayores densidades de población de toda Europa, se aprovechen los antiguos terrenos que ocupaba Repsol para un bosque urbano. De igual modo no le parece que nuestra bahía esté lo suficientemente castigada. Además de que en la bahía sigan atracando cruceros de récord mundial, el alcalde lucha denodadamente por erigir un rascacielos en el dique de levante, su particular delirio faraónico. Nada de eso, efectivamente, pone fácil habitar una ciudad, vivirla en tanto espacio donde desarrollarnos como personas.

El precio de nuestra vida

De la Torre ignora que “La vida no se vende, la vida no se expone, la vida no se alquila, ni se desahucia, la vida no se convierte en otra atracción más para la trituradora turística. La vida ni siquiera se puede gobernar, porque la vida es también el deseo de tantas y tantos. ¿Cuánto valen nuestros deseos, nuestra vida? Porque eso es lo que pretenden: poner a Málaga en un escaparate para que el mejor postor puje por nuestras propias vidas”. Son palabras del último manifiesto de La Casa Invisible de Málaga. En su particular lucha contra la vida, la obsesión del alcalde es desalojar este centro social y cultural, si hace falta mintiendo públicamente y saltándose todos los acuerdos rubricados entre La Invisible, el Ayuntamiento y otras instituciones para la cesión del edificio.

Es comprensible, porque La Casa Invisible simboliza, en plena almendra central de la ciudad, que aún es posible habitar Málaga, que lo cultural y lo social sí pueden ir de la mano, que en mitad del escenario hay un decorado que no es de cartón piedra, y que precisamente permite lo que él más detesta, el encuentro entre personas, y no entre consumidores. Habitar la ciudad pasa, cómo no, por espacios como este. El alcalde lo sabe tan bien que por eso ha solicitado autorización judicial para desalojar La Casa Invisible.

De la Torre nos quiere arrebatar lo último que nos pertenece, la vida, otra manera de habitar la ciudad; y por eso, nadie debería faltar a la manifestación que La Invisible ha convocado el 7 de mayo. No se trata, en definitiva, de frenar el desalojo. Se trata de habitar nuestras ciudades. Y estamos a tiempo.

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