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El agua, un recurso limitado en un nuevo contexto climático
El desarrollo de la humanidad tiene una de las premisas en la relación con el agua. No sólo como fluido vital imprescindible, pues agricultura, pesca y navegación, han estado en la base del desarrollo social y económico de las diversas culturas. A ellas se incorporaron en épocas muy tempranas la energía hidráulica mediante los molinos y las fraguas, y los usos mineros.
Más recientemente se añadieron la industria y los usos urbanos asociados a la higiene y al confort de las personas. La secuencia de usos se ha actualizado con los servicios y las actividades recreativas, que se han añadido a los usos económicos de las sociedades modernas.
España es el país europeo con mayor tendencia al estrés hídrico. En los últimos años, se ha registrado como uno de los países que más agua consume por habitante y día en cuanto a uso doméstico y esta demanda ha venido aumentando debido al desarrollo económico, la expansión urbana, el turismo y la agricultura. Se calcula que para el año 2030 un 65% de la población española sufrirá las consecuencias de la escasez del agua.
La sequía asoma ya su peor cara en el sur de España. La cuenca del Guadalquivir, la tercera más grande del país, se encuentra en situación de alerta y con su peor escenario hídrico desde el año 1995. De continuar la escasez de precipitaciones (un 21% menos que la media de los últimos 25 años) la cuenca del Guadalquivir, que abarca territorios de las ocho provincias andaluzas más parte de Badajoz, Ciudad Real y Albacete, está abocada a una situación de emergencia. Los embalses del Guadalquivir han recibido un 60% menos de aportaciones que la media histórica del último cuarto de siglo. Los datos nos obligan a revisar tanto la superficie a sembrar como el tipo de cultivo, para ser más eficientes que nunca.
La escasez de agua ya abre una brecha entre ricos y pobres, poderosos e impotentes, opresores y oprimidos. Y eso se agravará a medida que el cambio climático amplíe la fractura entre los ricos totalmente hidratados y quienes no tienen acceso al agua o se ahogan periódicamente en ella.
Las sequías pueden crear falta de agua dirigida a fines agrícolas. También podrían manifestarse en altos precios para destinos esenciales, sobre todo, beber, cocinar y limpiar, aunque la falta de inversión en estos suministros puede ser incluso más importante que las sequías.
El agua es un bien básico para la vida y por tanto un derecho humano, no un activo de mercado. Su propiedad, dotación, gestión y asignación deben quedar en manos públicas y fuera del ámbito de la especulación, como ya está empezando a suceder.
No se consigue romper la tendencia en la cantidad anual de emisiones de gases que se emiten a la atmósfera, que sigue aumentando a nivel global pese a los avances en la descarbonización de sectores clave de la economía (como la generación de energía), debemos comenzar a adaptar territorios y sociedades ante el escenario climático futuro.
España necesita un nuevo esquema de planificación hidrológica adaptado a sus condiciones climáticas actuales y futuras, que además no resultan nada halagüeñas.
Han pasado 20 años desde la aprobación del último Plan Hidrológico Nacional y en este intervalo la evolución del clima terrestre y sus manifestaciones regionales en nuestro país obliga a reformular su política hidráulica. Ésta debe apostar por el uso sostenible de recursos propios en cada cuenca y, en caso de no ser suficientes, por el aprovechamiento de aguas depuradas y desaladas, en este orden.
En España seguimos sin reutilizar gran parte de las aguas regeneradas que se producen en las estaciones de depuración; apenas reutilizamos, en su conjunto, un 10% del total de aguas depuradas (con matices regionales).
El agua es un elemento básico para el desarrollo de las sociedades, pero en su condición terrestre es un recurso limitado y, en España, lo será más en el futuro. De ahí la necesidad de adaptar el discurso y la acción de la planificación hidráulica al nuevo contexto climático, que va a ser más cálido y con mayor irregularidad en sus lluvias. El próximo –y necesario- plan hidrológico es una excelente oportunidad para ello. Y no hay tiempo que perder.
En este nuevo escenario, el agua debe de retomar la importancia que le atribuían antiguas culturas, ser concebida como un recurso básico para la supervivencia y ser gestionado de manera estratégica como un bien económico escaso de creciente valor, sin perder de vista el enfoque en derechos humanos que conlleva su uso y disfrute.
La manera de controlar nuestro consumo y los bienes que proporciona la naturaleza ante el imparable acoso humano reside en anteponerse al problema utilizando la inteligencia, volcar la tecnología en el uso del agua antes de que nos demos cuenta de que hemos reaccionado demasiado poco y demasiado tarde. Canales, presas y depuración son parte de la receta. El reto es dar de comer al mundo con cada vez menos agua.
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