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Francisco Casero y su huelga de hambre itinerante: “Esto hay que cambiarlo”

Francisco Casero lidera la creación de una fundación para dignificar la vida en el campo.

Javier Ramajo

Acaba de cumplir una semana en huelga de hambre. Francisco Casero, a sus 65 años, se dice a sí mismo que, jubilado y “con la vida resuelta”, tiene “más responsabilidad”. Sus ojos han visto muchas cosas pero parece que nada detiene su inquietud y su conciencia social frente a las desigualdades. Hasta el punto de iniciar un camino (“no sé cuantos días duraré”) para no desandar lo andado (“cada vez hay menos valores”, “no podemos renunciar a lo mucho que se ha avanzado”). Su “vocación de servicio a la sociedad”, según incide, le va a llevar por media Andalucía para lanzar “una llamada”. ¿La forma? No ingerir alimento alguno. ¿El fondo? El que siempre ha marcado su trayectoria, acrecentado con la crisis socioeconómica. “Esto hay que cambiarlo, esto no puede seguir así”. Paco Casero no quiere que se frustre su sueño, el sueño de una sociedad más justa. ¿Sus armas?: “Dignidad, honestidad, rebeldía, compromiso y mentalidad de esfuerzo”.

“Paco no puede ponerse, está atendiendo a unos ganaderos”; “Paco ha ido a Granada a llevar una documentación al TSJA”; “Paco está ahora mismo reunido”. No parece fácil hablar estos días con Francisco Casero, presidente de la Asociación de Certificación Ecológica de Andalucía (Ecovalia). Los compañeros que le acompañan en su aventura reivindicativa saben de su empeño. “Léete la carta y luego hablamos”. El escrito, reproducido más abajo, es una clara declaración de intenciones. Más allá de sus pretensiones concretas (una PAC “que contribuya a dar vida al campo, a los pueblos” y un mayor apoyo al sector de la ganadería ecológica), de sus palabras se desprende el hecho de no bajar la cabeza y de mirar hacia adelante con la esperanza del cambio y de la igualdad.

La pedanía Venta del Rayo, en Loja (Granada), fue su punto de partida. “Anoche estuvimos en la Alpujarra, hoy vamos al norte, el jueves estaremos en Doñana, en El Andévalo el viernes, luego a Cádiz...”, explica a eldiario.es/andalucia el que fuera fundador del Sindicato de Obreros del Campo, con la dictadura echando el cierre, en 1976. Una pequeña casa cedida por la Asociación de la Raza Ovina Lojeña fue su primer refugio. “Estos días ya he recibido cientos de mensajes y correos de apoyo”, apunta, agradeciendo “que les remueva la conciencia”. Representantes del sector productor, industrial y universitario también le han mostrado su respaldo. Se verá “con todo tipo de movimientos, sin distinción”, asegura.

“El objetivo es plantear un debate abierto a la sociedad sobre sus problemas. Esto no puede seguir así. ¿Cómo es posible que todo sean obstáculos para cualquier iniciativa empresarial? Necesitamos una Administración que resuelva. ¿Cómo pueden acaparar 80 personas el mismo poder que los restantes 3.500 millones de habitantes del planeta? ¿Qué le vamos a dejar a nuestros nietos? No a costa nuestra. Ante todo esto, me rebelo”.

La desafección hacia la política (“los políticos no pueden ser los protagonistas”) también la lleva en su mochila que, sin alimentos, tratará eso sí de alimentar entre la gente la recuperación del poder de decisión “en las grandes cuestiones que nos afectan”. “Esto no tiene ni pies ni cabeza, no se puede frenar el desarrollo empresarial”, insiste. “Las perspectivas son preocupantes”, pero una cosa tiene clara: “la pasividad nos lleva a un aumento de la pobreza y las desigualdades y, por consiguiente, al rompimiento de la convivencia”. Es su máxima.

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