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“Una ley de protección de las víctimas no puede dejarnos de lado”

Cedillo

Javier Ramajo

A sus 39, no hace mucho que ha puesto un poco más de paz a su vida. Aquella que le arrebataron con el asesinato de su padre, cuando no había alcanzado los cuatro años. Una infancia perdida en los años de plomo de ETA. El nacimiento de sus hijos, de la misma edad ahora que la que él tenía cuando mataron a su padre, y un encontronazo con el libro 'Vidas Rotas' donde conoció los detalles de su muerte, le han servido en los últimos tiempos para tratar de poner orden a todo aquello.

Un acto de homenaje hace un par de sábados en el lugar donde le birlaron a su padre (“y a mi madre”) le ha llenado finalmente de “tranquilidad”, mandando “un mensaje de paz”. Al menos en lo que respecta al pasado, no tanto al presente. Porque sigue buscando un cambio legal que ampare casos como el suyo, una incapacidad derivada del asesinato de su padre.

“Estar aquí tomando con normalidad un café hace cinco años era algo casi impensable”, comenta en un bar de Bormujos (Sevilla) mientras charla con eldiario.es Andalucía, con pelos de punta a cada rato, según va confesando. José Miguel Cedillo ha pasado por todas las etapas en su “proceso de sanación” como él le llama. Como psicólogo, bien lo sabe. Una vecina le da un gran abrazo. “Qué valiente ha sido lo que has hecho”, le dice. El día 15, en la localidad guipuzcoana de Errenteria, junto a su madre, María Dolores García, otros familiares y representantes políticos, honró la memoria de su padre, como él mismo quiso, en el mismo lugar, 36 años y un día después del asesinato.

Pero la historia de José Miguel también empieza por el principio, por aquel nefasto 14 de septiembre de 1982 en el que su padre, el policía nacional de 29 años Antonio Cedillo, se dejó la vida junto a tres compañeros por los disparos de integrantes de la banda terrorista. Septiembre, un “mes maldito” desde entonces. Vivían en San Sebastián, lugar al que ahora ha vuelto para superar todo aquello. “Mi primer recuerdo es en la entrada de mi casa. Mi madre estaba comentando que mi padre estaba tardando. Llamaron a la puerta dos agentes y algo malo le estaban contando Ella se tiró al suelo. Más tarde nos enteramos que le habían matado. En el funeral vi cómo se pegaba un tiro un compañero de mi padre, que había estado un cuarto de hora delante de cada uno de los cuatro féretros. Al día siguiente nos sacaron de allí, muy rápido. Un Hércules de las Fuerzas Armadas nos llevó de inmediato a Sevilla. Tengo grabado el ruido de aquella avioneta y de los llantos mientras yo 'jugueteaba' con los ataúdes dando golpecitos”, relata José Miguel.

Una “intranquilidad constante”

Una infancia arrebatada para aquel hijo único y una adolescencia impensable para cualquier joven. “Estuvimos unos tres años en casa de mis abuelos, en Olivares, pero cuando tenía unos 6 años, mi madre quería ya salir del pueblo. Aquella etapa la recuerdo como de intranquilidad constante. El colegio fue un suplicio. Tenía un miedo que no podía controlar. No podía salir al recreo porque no me sentía seguro, recuerdo que le decía a la profesora. Eso me ha perseguido toda mi vida. No he podido disfrutar de muchas cosas de mi edad. Siempre he pensado que estaba enfermo, que me pasaba algo que nadie sabía qué era, pero todo era por la muerte de mi padre”. A partir de los 14 años, estuvo cinco años sin salir de casa, señala. Reacciones en la piel con cada atentado, según dictaminó su médico, al que visitaba a menudo.

Dice que hace apenas dos meses se dio cuenta de que tenía que volver al lugar donde mataron a su padre. No lo hubiera imaginado si se lo preguntan hace dos años. Una llamada del nuevo ministro de Interior interesándose por su caso le sirvió también de acicate. Grande Marlaska le telefoneó “el primer día que se sentó en su despacho”. “Llevo cuatro años luchando en el Ministerio. Fernández Díaz y Zoido [los anteriores ministros] me han hecho muchísimo daño. Zoido no nos quiso recibir. Tanto que se dice que hay que saber perdonar a los asesinos, también hay que decir que los buenos también hacen cosas malas. Podrían solo disculparse. Después vienen los tuits y los golpes de pecho con las víctimas. El perdón, incluso a los que asesinaron a mi padre, lo he encajado, pero no perdono a los de ahora, porque podían darme un sitio. A cambio, me dan una losa, una incapacidad, que no me reconforta”.

“Yo había buscado información en los últimos años y solo encontré un atestado de cuatro páginas del asesinato de mi padre. Contacté con Pedro, un compañero suyo que ahora vive en Jaén y fue el que recogió su cuerpo en Errenteria. Muy emocionado me tuvo que colgar mientras me reconocía que mi padre estaba irreconocible cuando le mataron”. Cedillo también habría podido hablar en su reciente viaje a Euskadi con el conductor de la furgoneta que recogió a su padre malherido en la carretera. Su padre no había muerto en el acto. Lo supo a través de 'Vidas rotas'. Dudó antes de leer el capítulo dedicado al policía nacional Antonio Cedillo. Al hacerlo se enteró que su padre se tuvo que arrastrar para pedir ayuda y que, unos kilómetros adelante, le remataron tras parar la furgoneta a punta de pistola. “¿Qué sintió en aquellos minutos? ¿Se acordó de mí en aquella agonía?”, se pregunta su hijo.

Estudio individualizado

La Ley 29/2011, de 22 de septiembre, de Reconocimiento y Protección Integral a las Víctimas del Terrorismo prevé una pensión a los hijos de las víctimas hasta una determinada edad. Pero él pretende que sus secuelas se le reconozcan como fruto del asesinato de ETA. “Han querido ponerme la etiqueta de incapacitado, pero una ley de solidaridad con las víctimas del terrorismo que no incluye a los huérfanos no puede llamarse así. O le cambian el nombre o nos incluyen a mí y a tantos otros. Una ley de protección de las víctimas no puede dejarnos de lado”, apunta. “Yo quiero que, igual que se ha dicho que se va a hacer con cada acercamiento de presos al País Vasco, se estudie cada caso de huérfano de víctimas de ETA de manera individualizada”. Cedillo, que nunca ha pertenecido a ninguna asociación de víctimas, se lo quiso explicar a Fernández Díaz hace dos años. Una perseguida reunión de cuatro horas que no sirvió “para nada” y ahora ya “no quiere saber nada de nosotros”.“Sonia Ramos lleva doce años de directora de la oficina de apoyo a las víctimas y me ha demostrado una gran insensibilidad”, añade.

En enero, Cedillo tendrá un juicio contra la Seguridad Social por la inacapidad permanente con la que le quieren “etiquetar” y para la que no hay “ni reconocimiento ni secuelas”. Su espondilitis anquilosante con la que se levanta cada mañana y su constante medicación no es consecuencia de todo aquello que pasó, según le dijeron en última instancia en el Ministerio, pero otro informe anterior del mismo departamento señalaba que por el asesinato de su padre quedaría marcado para siempre. “Con el trabajo que me ha costado salir adelante con todo esto, no quiero para mí esa losa de la incapacidad”, resume mientras explica que apenas puede trabajar un par de días en el gabinete psicológico donde ejerce y donde convive con la “ansiedad” de querer dar más de lo que realmente puede, con las “limitaciones” y la “frustración” que ello le genera.

Ahora, con su enfermedad y sus hijos creciendo, no para de preguntarse: “¿cómo estaré dentro de unos años?”. Y confiesa: “Yo era como ellos, queriendo estar todo el tiempo con mi padre. Mi madre me contaba que le llevaba las zapatillas a la puerta en cuanto llegaba del trabajo. Mis hijos son más o menos así conmigo y pienso cómo tuvo que ser de impactante para mí que se fuera para siempre de un día para otro”. Quizás eso lo explique todo. Se encuentra en un estado “de haberme ayudado, de haber ayudado, de encontrar una pieza que encaja perfectamente. Lo tenía que hacer, y lo tenía que hacer yo”.

Pero durante un tiempo, la venganza también rondó su cabeza. “He estado en el odio y en la venganza. He planeado muchas veces el asesinato de los asesinos de mi padre. Hace cuatro años, uno de ellos, Jesús María Zabarte, el 'carnicero de Mondragón', dijo que no se arrepentía. Con 20 atentados y 17 asesinatos a sus espaldas. Eso me causó un gran sinvivir. Pero cuando preveía todo el plan, me chocaba con una pared que me decía que yo no era así, que la violencia no está justificada en ningún caso. Yo no soy igual. Yo no tengo que ajustar cuentas”.

La llamada de Grande-Marlaska

¿Y qué espera ahora? “Quiero confiar en lo que me dijo Grande-Marlaska, aunque desde junio no sabemos nada nuevo. Es mucho más de lo que me han dado todos los demás. Nadie se va a oponer a eso, a que los huérfanos de las víctimas tengamos nuestro sitio y nuestro reconocimiento. Aunque me da miedo que se vaya sin ayudarme, pero tengo esperanza. Hubo dos ministros que pudieron ayudar y no lo hicieron. Solo recibí portazos. El PP usa el nombre las víctimas. Somos 800 familias, no media España como dijo una vez Sonia Ramos. Tengo tres enemigos a día de hoy, a los que no perdono”.

Pero Cedillo tiene aún fresco el recuerdo de su viaje a Errenteria. “Me he traído una familia. Allí lo sentí. Todavía me escribe gente diciéndome que falta hacía algo así”. Mención aparte merece para él el alcalde de Errenteria. Quizá esa pequeña historia que se fraguó entre ambos sea el punto final necesario a la sangrienta historia de ETA en España y el “buen sabor de boca” que se trajo José Miguel.

“Algunos me decían que si estaba seguro. Yo lo necesitaba. Llamé al Ayuntamiento de Errenteria y les expliqué. Enseguida me respondió el alcalde, Julen Mendoza, y estuvo muy amable pero me dijo al final: '¿tú sabes que yo soy de EH Bildu?'. 'A mí me da igual, yo voy buscando personas', le respondí”.

“Hace unos meses vino a Sevilla exclusivamente a verme, a devolverme mi acto de valentía, me dijo. Me confesó que estaba nervioso. 'Yo también', le dije. Estuvimos cuatro horas hablando. Yo no sabía que allí hay víctimas conviviendo con sus asesinos. Él me contó todo eso. Me advirtió de que no sabía si iba a poder estar en el homenaje a mi padre (estuvo), pero que solo quería ayudarme. Antes de irse me dijo que no sabía cómo era mi padre pero que, viéndome a mí, se lo podía imaginar. Mi proceso de curación empezó a terminar ahí”.

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