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El otoño en que Juan Ramón se enamoró de las monjas del Rosario y de los merengues de vainilla

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Alejandro Luque

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Son solo 61 páginas, apenas un mes en la larga vida del poeta. Y sin embargo, el Diario íntimo de Juan Ramón Jiménez que acaba de rescatar la editorial Athenaica refleja con detalle un momento decisivo para el Nobel onubense, por la extraordinaria confluencia de circunstancias que se dieron en aquellos días madrileños del 28 de octubre al 27 de noviembre de 1903.

El texto del Diario íntimo ya había visto la luz anteriormente en una revista de escasa difusión y con numerosos errores, afirma Rosa García Gutiérrez, de la Cátedra Juan Ramón Jiménez. “Hacía falta una edición que hiciera justicia con el texto, porque lo que se muestra en él es al poeta en una encrucijada vital: permite entrar en el temperamento del hombre, en su sensibilidad, sus crisis melancólicas, su necesidad de establecer una conexión con la realidad a través de la poesía. Juan Ramón está buscando su lugar en el mundo y una razón ética para la poesía”.

Estas dudas, apunta García Gutiérrez, no se resuelven en 1903, pero lo colocan en el punto a partir del cual empezar a caminar. Ignacio Garmendia, que ha revisado esta edición entre otros títulos juanramonianos, coincide en señalar cómo en Madrid “se libra todavía la batalla entre el modernismo y la que llamaban gente vieja”, y destaca la enorme galería de personajes que desfila por estas páginas, de Rubén Darío a Alejandro Sawa, pasando por Cansinos Assens, Salvador Rueda, Villaespesa, los hermanos Machado, Valle-Inclán, el matrimonio Martínez-Sierra…

Pilares éticos y estéticos

Por su parte, Soledad González Ródenas, editora del volumen, subraya la dificultad que ha supuesto recomponer una obra cuyas páginas originales habían quedado a ambos lados del Atlántico, entre Madrid y Puerto Rico, donde el poeta vivió exiliado. Ella se ha encargado de rellenar adecuadamente los huecos que quedaban, para completar ese retrato de “un Juan Ramón de 21 ó 22 años, ya reconocido como maestro desde su juventud, y que ejerce un magnetismo tan grande que el doctor Simarra, que lo atendía como psiquiatra de su tendencia a la neurosis, acabará llevándoselo a su casa. Él le va a poner en contacto con el pensamiento krausista, como miembro de la Institución Libre de Enseñanza le presentará a Giner de los Ríos y a Cossío, le dará a leer a Spinoza, a Nietzsche y a Heine, y todo ello establecerá los pilares de su ética y su estética”.

Porque el breve momento que fotografía este Diario íntimo es aquel en el que frecuenta a la bohemia, se fragua la revista Helios y publica Arias tristes. “Fue probablemente la época más feliz de su vida, por más que las caricaturas de la época lo retraten sentado en un banco del sanatorio, con una lágrima rodándole por la mejilla”.   

“No sé hasta qué punto fue consciente de la gente que le rodeaba, porque a pesar de todo se sentía solo”, prosigue González Ródenas. “Ansía encontrar una mujer espiritualizada y sensual en su vida, pero todavía quedan diez años para el encuentro con Zenobia”. Ahí aparece un Juan Ramón internado en el Sanatorio del Rosario, que alivia sus angustias tomando láudano, que recorre la capital en tranvía y siente debilidad por los merengues de vainilla, y compra caramelos para dárselos a los niños pobres, solo por verlos sonreír.

Sor Amalia y Sor Pilar

También establece una ambigua relación con las monjas del Rosario que lo cuidaban, que cristalizará en poemas subidos de tono. “Hay mucha leyenda sobre sus aventuras sentimentales con sor Amalia y sor Pilar, y algún texto comprometido, porque parece que el trato entre ellos no era el más adecuado”, explica la editora. “Hay que tener en cuenta que donde vivía era un hospital quirúrgico, pero él estaba allí como en una residencia. Y rodeado de mujeres de 18, 19, 20 años, ya se puede imaginar que alguna chispa podía saltar”.

En concreto, parece que fue sor Pilar, a la que el onubense llega a llamar “mi Venus de Milo”, quien le inspiró mayor dulzura y amabilidad, mientras que la relación “más escabrosa” parece ser la que mantuvo con sor Amalia: ella acabó siendo trasladada a otro destino, y Juan Ramón expulsado por la madre abadesa“, añade. La casualidad quiso que, cuando muchos años después llegó maltrecho a otro hospital de religiosas en Puerto Rico, se encontró con un médico al que había conocido en el Sanatorio de Madrid, exiliado como él, que le negó la entrada. ”Aún tenía celos del poeta desde aquella época, porque las monjas le hacían más caso que a él“.   

“Algo hubo allí”, se limita a decir la sobrina-nieta del poeta, Carmen Hernández Pinzón, quien asevera que “a Juan Ramón se le conoce mal como poeta, y peor aún como hombre. Los prejuicios que le achacan por sus diferencias con la Generación del 27 le han dado una mala fama inmerecida, porque era una persona tremendamente generosa y agradecida. No digo que fuera perfecto, pero vale la pena conocer su calidad humana y su ética intachable. Prefirió pasar hambre antes que dejarse imponer, quería mantenerse puro. La fama de hombre irascible encerrado en su torre de marfil queda desmentida en este Diario íntimo”.      

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