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Picasso o el “resistir sureño” de un genio

N.C.

Néstor Cenizo

En algunos círculos se dice que entre Picasso y Málaga hay una relación forzada por el interés de la ciudad en asociar su imagen a la del pintor. Al fin y al cabo, el artista vivió en esta ciudad sus primeros diez años, pero desarrolló su carrera en París. Siendo cierto, también lo es que la influencia del Sur y del Mediterráneo, y la añoranza de la infancia y la juventud quedó para siempre en la obra del genio. Esto puede comprobarse ahora en El sur de Picasso. Referencias andaluzas, una muestra programada por el Museo Picasso de Málaga que permite comprobar la influencia de los símbolos y los genios españoles en el arte de Picasso y que podrá visitarse hasta el próximo 3 de febrero.

La condición de migrante de Pablo Picasso nunca le despojó de su filiación cultural. “Málaga, Andalucía y España forman parte de su ser meridional, no sólo artístico”, se dice en la presentación de esta exposición, en la que hay exvotos íberos, bustos religiosos de Alonso Cano, terracotas etruscas, esculturas y pélices griegos y pinturas y grabados de Zurbarán, Pedro de Mena o Goya. Por supuesto, también piezas relevantes del genio malagueño. Un total de 204 obras que muestran la influencia (finalmente recíproca) y el diálogo de Picasso con 2.500 años de arte ibérico y español. Un juego de espejos que demuestra la huella del sur en Picasso.

Vemos así la correspondencia entre los bustos religiosos de Alonso Cano y los que cinceló Picasso, la influencia de los modelos de la antigüedad clásica o la representación picassiana de mitos de la cultura y la mitología grecorromana, como el Minotauro. La tauromaquia, los ritos, la maternidad y la familia y los bodegones son elementos presentes una y otra vez en la obra del malagueño. 

Lo que viene a defender esta muestra es que la radical independencia artística de Picasso no está reñida con la fidelidad al legado que recibió. En este caso, la historia y la influencia del “Mediterráneo cultural y cultual”. Parafraseando a François Jullien, una especie de “resistir sureño”.

Cuando apenas era un niño de siete años, Picasso dibujaba los modelos clásicos con una precisión académica que a él mismo le asustaba. Luego siguió su camino, pero esos fragmentos escultóricos volvían a aparecer en algunas naturalezas muertas o en el Guernica. “El estilizado andaluz saca todo de su decantado arcaísmo, de sus hondas raíces mediterráneas”, escribió Antonio Bonet en Picasso y España (Taurus, 1981). Lo toma para aplicarle su mirada, para destruirlo, para “hacer añicos el arte académico”.

Picasso es “adictivo, cíclico y fiel a una memoria iconográfica que hace suya integrándola en un acto reivindicativo de alteridad”, explica José Lebrero Stals, comisario general de la exposición y director del museo. “Para mí no hay ni pasado ni futuro en el arte. Si una obra de arte no puede vivir siempre en el presente no ha de ser considerada en absoluto. El arte de los griegos, de los egipcios, de los grandes pintores que vivieron en otras épocas no es un arte del pasado, tal vez está más vivo hoy de lo que lo estuvo nunca”, le dijo Picasso a Marius de Zayas en 1923.

Picasso y su admiración por Velázquez

También le influyeron los genios de la pintura española, como El Greco, Goya o Velázquez, para Picasso el más grande de todos ellos. A ellos le unía, además, un deliberado afán rupturista y una mirada escéptica sobre el clasicismo, que había que dominar sin dejar que llegara a “esclavizar” al artista. El malagueño fue copista en el Museo del PradoMuseo del Prado, donde quedó constancia de varias visitas en 1897. En la exposición puede contemplarse a la infanta Margarita María, parte de su serie dedicada a Las Meninas, y reproducciones de algunos de los Caprichos de Goya. También su reinterpretación de El desayuno en la hierba, de Eduard Manet.

Llega un momento en que Picasso se convierte a su vez en la referencia ineludible de sus contemporáneos. Y así, vemos las obras de Juan Gris, de José Moreno Villa o de Manuel Ángeles Ortiz, el pintor del cante jondo, donde destaca la guitarra como motivo pictórico, y emblema simbólico por su “potencial antropomórfico”.

La exposición se cierra con una muestra de los bocetos de Picasso para la representación de El Sombrero de los Tres Picos de Manuel de Falla en Londres, pero en realidad, el viaje de ida y vuelta al Mediterráneo lo cerró el malagueño su casa de Mougins, en la Costa Azul, donde falleció en 1973.

El sur de Picasso. Referencias andaluzas explora el “tránsito intelectual que hace Picasso del sur al norte”, en el que se sirvió del patrimonio simbólico ibérico y mediterráneo, para volver al origen. La muestra recoge, al fin y al cabo, 2.500 años de arte sureño en ocho décadas del genio.

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