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Frigiliana, el pueblo al que se le paró la gallina de los huevos de oro del alquiler turístico: “Ahora esto está muerto”

Frigiliana.

Néstor Cenizo

Frigiliana - Málaga —

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Frigiliana, blanca entre el verde de la Sierra Almijara y el azul del mar, es un pueblo malagueño orgulloso de su belleza: un cartel anuncia que este es uno de los “pueblos bonitos de España”. Sin embargo, durante muchos años apenas atraía a unos cuantos visitantes exquisitos, gran parte de ellos británicos, que aprovechaban una escapada desde Nerja para recorrer en un rato las calles empedradas del barrio mudéjar, con sus casas encaladas y sus macetas de geranios. Ni siquiera había fonda para quedarse. Eso ha cambiado: en los últimos años, el pueblo ha sumado cientos de casas de alquiler turístico. Si se atiende al estudio publicado recientemente por el Instituto Nacional de Estadística, 304 casas, el 15,2% de las que hay en Frigiliana (una de cada siete), se dedican al turismo.

La estadística experimental del INE, realizada a partir del rastreo de datos en los principales portales de alquiler turístico (Airbnb, Booking y Vrbo), sitúa a Frigiliana como el segundo municipio, tras Benahavís, con mayor porcentaje de vivienda turística de Málaga, que a su vez es la tercera provincia en España, solo por detrás de Baleares y Girona. Pero el alcalde matiza: hay muchas más registradas ante la Junta de Andalucía de las que aparecen en la estadística. “En torno a 600. En términos absolutos, Frigiliana tiene el mayor número de alojamientos turísticos rurales de Andalucía”, asegura Alejandro Herrero, el regidor (PSOE). Lo que ocurre es que muchos alquilan por agencia, y no a través de las principales webs.

El resultado es que, en un pueblo de 3086 habitantes, rara es la familia que no alquilaba una casa a turistas. La mayoría son antiguas casas de aperos, ampliadas aprovechando regularizaciones, prescripciones y la laxitud de las administraciones, que, aseguran todos, ya se ha acabado. Esas casas, muchas de ellas con plantaciones de aguacates o mangos (la otra gran actividad del pueblo) han proporcionado una renta extraordinaria. “Muchas familias han conseguido su jubilación anticipada”, asevera el alcalde, que no cree que haya afectado a la identidad del pueblo y defiende el negocio: “Ahora somos la tercera renta media más importante de la Axarquía”.

Mil euros a la semana o 17.000 por semestre

El Hotel Las Chinas declara en su fachada que fue el “primer hotel de Frigiliana, fundado por la familia Castilla Fernández en 1988”. Otra placa recuerda que en 1982 el pueblo recibió el premio nacional de embellecimiento. Son los orígenes de la fiebre del oro del turismo en Frigiliana, que despuntó definitivamente en este siglo coincidiendo con eventos como el Festival de las Tres Culturas, y tocaba techo hasta que llegó la pandemia. El boom del alquiler turístico provocó que las antiguas casas de aperos, hasta entonces refugios familiares de fin de semana, se convirtieran en un gran negocio. Se restauraron incluso aldeas abandonadas, como El Acebuchal.

“Tengo un cortijo que hicimos hace ya muchos años, para irse con la familia. Hablando con los vecinos se vio la oportunidad de alquilarlo y sacarle un dinerillo”, relata Antonio García, un vecino del pueblo. “Han sido años muy buenos, se alquilaba una semana por mil euros… Está bastante bien”.

Carmen Herrero y su marido se decidieron hace tres años. Él, albañil de profesión, había levantado la casa “sábado a sábado” en un terreno que ella recibió en herencia. La familia la aprovechó así, a medio hacer, hasta que los hijos ya estuvieron crecidos. Su hermana ya alquilaba su casa y Carmen explica que ella vio una oportunidad para financiar los estudios de sus hijos: “No les podemos dar estudios con un sueldo de 1000 euros. Vi el beneficio que sacaba y me animé”. “Fue la gallina de los huevos de oro”, admite la mujer.

La mayoría de los arrendadores responden a este perfil, pero Álvaro Herrero es una de las excepciones: se dedica profesionalmente a gestionar sus inmuebles desde 2001. Tiene 18 apartamentos en un complejo, llamado Rosamarina. Lo construyó sobre un terreno propio. Alquila 17 y en otro vive con su familia. “Para la mayoría es un extra. La gente vio un filón”.

“Ahora hemos notado lo que dependíamos del turismo”

Todo eso ha parado en seco. La pandemia apenas ha rozado a Frigiliana (a 23 de diciembre ha registrado 23 positivos desde febrero, ningún fallecido censado), pero ha dejado en el aire un negocio boyante. “Ahora hemos notado lo que dependíamos del turismo”, señala Álvaro, en ERTE desde noviembre. Para 2019, Carmen había firmado un contrato con una agencia: 17000 euros a cambio de alquilar la casa de abril a octubre. Cuando se cerraron las fronteras, el contrato se rompió. El 11 de julio recibió a sus “últimos ingleses”, que ya no han vuelto.

El turismo nacional compensó casi toda la caída en agosto, pero ahora las casas vuelven a estar vacías. El alcalde admite cierta preocupación: “La repercusión directa no es tan importante, si no dura mucho. Pero si se alarga, todo el mundo tiene sus cuentas hechas…”. Aunque pocos se dediquen profesionalmente al alquiler, la economía del pueblo, tradicionalmente agrícola, se ha enganchado al turismo. Según el alcalde, un 70% depende directa o indirectamente de los visitantes.

“El mercado grande son los británicos. Ahora esto está muerto: no tengo ni una reserva”, dice Samantha O’Reilly, que gestiona cinco apartamentos en Molino Viejo. Esta pequeña aldea muestra otro perfil de arrendador: británicos que pasan el invierno en Frigiliana y arriendan a conocidos en verano. Además, copan también las casas del casco histórico, donde se anuncian en inglés abogados expertos en derecho de la propiedad. En los últimos años, la población local lo ha abandonado y, según el alcalde, el 80% de sus casas están ya en manos de propietarios extranjeros.

“Salvar” el verano

En el casco antiguo, un intrincado barrio morisco de calles empinadas y casas encaladas, la sensación de una espléndida mañana de diciembre, veinte grados y sol radiante, es de una quietud antigua y recuperada. Es lo que era Frigiliana hace 30 años. Un burro mecánico sube hacia el restaurante del mirador cargado de refrescos y patatas, pero los clientes potenciales no abundan. Las tiendas, orientadas al turista (productos de la zona, como miel de caña y vino, abalorios, “chocolates artesanos”, “cervezas artesanales”) están vacías.

En el pueblo, todos añoran al turista inglés. Junto a los holandeses, daneses y alemanes, son los principales turistas de Frigiliana: generalmente tranquilos, de alto poder adquisitivo y poco problemáticos: ideal para un negocio que exigía poco y rentaba mucho. El invierno era, históricamente, temporada alta de turista británico. “Allí ya están vacunando. A ver si mejora a partir de Semana Santa y salvamos algo el verano”, lanza O’Reilly. Otros no son tan optimistas. “Hay gente que piensa que a partir de primavera irá mejor. Para verano hay algunas reservas, pero no como el año pasado”, apunta Stig Nielsen, un danés que lleva veinte años al frente de Casa Frigiliana.

También es posible encontrar a quien no le va del todo mal. “Es un superbusiness. Pude alquilar la casa por 1.500 dólares. Es la primera entrada como empresaria, así que muy contenta”, espeta a su interlocutora una dependienta de tienda de souvenirs, con un inconfundible acento argentino. Pepitas de oro donde hace un año había un filón. 

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