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Pozos ilegales y falta de vigilancia: así se ha secado Doñana durante décadas

Laguna del Taraje. Era una laguna temporal de larga duración. Seca desde 2013

Alejandro Ávila / Luis Serrano

Apenas un puñado de metros. Es lo que separa un pozo ilegal de la verja que delimita el Parque Natural de Doñana en el municipio de Lucena del Campo (Huelva). Es una de las mil perforaciones que aguijonean las aguas subterráneas de Doñana, desangrando así la fuente de vida de este espacio protegido.

A unos metros, se encuentra otro pozo. Ambos, en monte público. Llevan el agua a una finca situada a unos siete kilómetros del lugar. Son infraestructuras rudimentarias compuestas por tubos y cables que atraviesan terrenos públicos con un control visiblemente insuficiente. Es el mismo tipo de pozo que en el que cayó Julen y que, tras la tragedia, la Junta de Andalucía se afana por controlar.

Marcados numéricamente con ácido por unos guardas forestales que no dan a basto ante la proliferación de cultivos ilegales, fue en esta zona donde uno de ellos fue agredido y retenido. La agresión y la decisión de Bruselas de llevar a España ante el Tribunal Europeo por permitir la sobreexplotación de las aguas subterráneas de Doñana van a acelerar el fin de unos “piratas” que se lucran explotando los recursos de todos.

Eso es al menos lo que cree Felipe Fuentelsaz, ecologista de WWF, una de las organizaciones ecologistas más activas en Doñana y la que denunció en Europa el expolio del agua hace casi una década.

El Gobierno central ha anunciado su intención de que el acuífero se declare en riesgo, como reclaman científicos y expertos desde hace años. Eso permitiría “un mayor control de la gestión del agua subterránea” y que la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir pueda cerrar el grifo en momentos de sequía.

El robo de agua es claro como el líquido que entra en una balsa ilegal situada a escasos kilómetros de los pozos. Con la longitud y el ancho de una piscina, pero una profundidad mayor, la poza acumula agua cristalina procedente de las mismas entrañas de Doñana, pero en vez de alimentar a su fauna salvaje, nutre cultivos ilegales

Competencia desleal

“Se trata de una competencia desleal para los agricultores que tienen sus papeles en regla y que invierten 60.000 euros por hectárea para transformar en zonas de regadío las tierras de secano, mientras que a los ilegales les sale por 20.000 euros”, desgrana Fuentelsaz.

Según los cálculos de la organización ecologista, de las 11.000 hectáreas de cultivos de fresas, naranjas y otros frutos que se extienden al norte de Doñana, el 30% son ilegales. Una hectárea de cada tres, en los municipios de Almonte, Rociana, Moguer, Lucena o Bonares. Una cifra que la Junta de Andalucía siempre ha rebajado al 15%.

Para poner freno al caos y la sobreexplotación del acuífero de Doñana, WWF jerarquiza las medidas: cerrar las fincas ilegales, controlar el consumo de agua de las fincas legales y seguir apostando por el ahorro de agua en el riego. “El trasvase sería la última opción”, sentencia Fuentelsaz sobre la decisión del Gobierno de llevar 5 hm3 desde el Río Piedras hasta la zona.

Tras una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, hay 77 pozos ilegales del municipio de Lucena, como estos, que tienen los días contados.

Hacia el corazón de Doñana

La carretera que lleva desde Lucena hasta el corazón de Doñana está plagada de cultivos bajo plástico. Los invernaderos salpican el camino y se entremezclan con los pinares. Si son legales o ilegales es algo que sólo se puede saber mediante una herramienta informática de geolocalización pública de la Junta de Andalucía, que marca en rojo, ámbar y verde la legalidad de cada hectárea.

La Reserva Biológica de Doñana se encuentra a apenas a 15 minutos por carretera de la zona de cultivos. Le llaman el santuario y en él, una investigadora del CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas) denuncia desde hace años que Doñana se seca. Autoridad no le falta: lleva 40 años pisando el espacio protegido. Desde que era una estudiante.

Las denuncias y los estudios de la bióloga Carmen Díaz Paniagua le han generado más de un conflicto político ante unas autoridades locales que han preferido obviar lo que los propios ojos de Díaz Paniagua constataban cada día: que el estado de las lagunas se estaba deteriorando.

El sistema de lagunas es un termómetro magnífico del estado del acuífero. Al estar situadas sobre arenas, que son terrenos permeables, la lluvia se filtra a las aguas subterráneas y no permanece en la superficie, sino que alimenta el acuífero. “Todas las lagunas se llenan con la lluvia que recarga el acuífero. Viene de abajo a arriba, así que es un indicador del nivel del acuífero, ves directamente su estado”, aclara la bióloga.

Hay que entender las lagunas como un sistema interconectado en el que unas lagunas pueden rebosar y trasvasar sus aguas a la siguiente, ya que se encuentran en pendiente. Las que están en la zona más alta están más lejos del nivel freático y se secan antes.

Es el caso de Charco del Toro, que lleva sin agua desde 2004. Cuando el agua desaparece, la naturaleza continúa su curso y la vegetación invade el lugar que le correspondía a la laguna que, aunque seca, mantiene su 'cadáver' en forma de paraje desierto y redondo. Hay informes de los años 80 que ya denunciaban que Doñana se secaba. 

Al igual que el Charco del Toro, Taraje y Zahillo eran lagunas temporales de larga duración. Según explica Paniagua, en Zahillo había agua hasta agosto o septiembre y ahora solo queda hasta mayo y es poca. “Desde 2010 apenas ha habido agua y se seca en seguida”, aclara con resignación desde el todoterreno, mientras un grupo de jabalíes hozan a escasos metros, en el lugar en el que debería haber agua.

En esta zona, la investigadora apunta a las causas de esta desecación nada natural: la agricultura y el turismo. A pocos kilómetros se encuentra Matalascañas, un pueblo turístico del litoral onubense, donde cada gota que sale del grifo procede del acuífero de Doñana.

La Laguna del Taraje lleva seis años prácticamente seca, aunque conserva algo de agua invadida por junqueras. Un taraje es un matorral que puede alcanzar grandes dimensiones. Llegaban hasta la orilla de la laguna y aún hoy puede delimitarse el contorno de la orilla, gracias a los tarajes de mayor tamaño. Ese límite ya no existe. Ahora hay junqueras que le han tomado la delantera a estos arbustos y han logrado invadir la antigua laguna.

Efectos sobre la biodiversidad

Los efectos sobre la biodiversidad son directos. Según Paniagua, “si, por ejemplo antes se veían 42 especies de libélulas, ahora hay entre 25 y 28 especies. Los efectos se notan mucho en especies como la libélula, que dependen mucho del agua. Hay una serie de plantas acuáticas amenazadas que dependían mucho de las lagunas permanentes y que ahora han visto restringida su distribución a lagunas artificiales, llamadas zacallones”. 

Aparte de más de 200 tipos de invertebrados, las lagunas son el hogar de once especies de anfibios, cuatro tipo de reptiles, dos de mamíferos y 200 plantas acuáticas. “Se encuentran algunas especies de distribución muy restringida, como el copépodo Dussartius baeticus (un crustáceo) , los tritones pigmeos o los sapillos moteados, que solo se encuentran en el sur de la Península Ibérica”, destacan los investigadores.

Como algunas lagunas temporales del parque nacional han acortado su ciclo hidrológico, algunas especies de anfibios ya no puedan reproducirse en sus aguas.

Doñana es famosa por ser la casa del lince ibérico. Uno de los dos últimos refugios que encontró el felino más amenazado del mundo cuando estaba al borde de la extinción. En otros lugares del parque natural, campan más de 85 ejemplares del animal más emblemático de este ecosistema.

La joya de la corona es la laguna permanente de Santa Olalla. A simple vista, presenta un aspecto idílico. Los flamencos y diferentes especies de patos y ánades chapotean en sus aguas, mientras los cormoranes sobrevuelan nuestras cabezas. La estampa queda culminada por una manada de gamos que cruza la laguna, mientras los famosos caballos salvajes de Doñana trotan en la orilla.

A los ojos de la investigadora experta no es todo tan perfecto. Santa Olalla es una de las lagunas que se encuentra en una de las cotas más bajas y es, por tanto, una laguna permanente que en invierno rebosa aparente salud. “Esta laguna se secaba en años muy excepcionales (de sequía). Sin embargo, desde 2012 se seca mucho todos los años”, señala la ecóloga.

Así, debido a la sobreexplotación del acuífero, las lagunas permanentes tienden a convertirse en lagunas temporales... y las temporales a desaparecer. “Las lagunas permanentes están dejando de serlo, porque hay una bajada del nivel freático que impide que se llenen las lagunas y tengan una duración normal. Antes, con un buen año de lluvia, se recuperaba el sistema. Ahora, si tras un año de lluvias, llega uno normal, no se recupera”, añade.

Aún así, en Doñana tienen la esperanza de que la decisión de Europa llegue a tiempo para frenar el desastre ambiental que avanza en este paraíso natural.

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