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La resistencia tiene nombre de mujer en Palestina

Olga Granado

Ramala (Palestina) —

Las mujeres en Palestina siguen siendo un pilar clave en la lucha contra la ocupación por parte de Israel a la vez que libran otra batalla para conseguir la igualdad de género. Se han convertido por ello en objetivo de los militares, que además quieren combatir en su piel el futuro de la resistencia por el papel que tienen en las nuevas generaciones de palestinos que no se resignan a la normalización de la ocupación y el apartheid. Es una violencia contra palestinos, pero sobre todo, contra mujeres.

Están ahí, no sólo como víctimas, sino en la defensa de los presos políticos, en las organizaciones que permiten amortiguar el drama de miles de refugiados, en la corresistencia (donde van de la mano palestinos e israelíes)... Manal Tamimi, para muchos considerada la Gandhi palestina y que lleva el apellido de una zaga de luchadoras, es un ejemplo de ello. Su mirada verde refleja la esperanza pero también del sufrimiento de su pueblo. Su activismo le ha costado tres detenciones, la última el pasado 8 de mayo: “Pasadas las dos de la madrugada, 15 soldados se presentaron en mi casa y me detuvieron delante de mis hijos. Por un comentario que hice a un post que un amigo había publicado en Facebook. Finalmente quedó en una multa de unos 1.500 euros”. 

Dos veces le han disparado, la última, minutos después de ser amenazada por Twitter. Le han quedado secuelas pero no ha perdido su valentía. Inició la lucha en Nabi Saleh, su ciudad, donde no hubo nunca discusión sobre si las mujeres participarían o no en la resistencia: “Se daba por sentado”. Es la ciudad donde las mujeres tienen más protagonismo en las protestas. “Las mujeres están muy formadas, podemos viajar solas, estudiar en el extranjero… Tenemos esa libertad, pero no encuentras esto en otros puntos del país. El rol de la mujer es clave porque es la que cría la nueva generación de luchadores por la libertad”, cuenta durante esta entrevista en Ramala.

Su apuesta es la resistencia no violenta: cientos de mujeres se han movilizado para frenar el desalojo de sus viviendas de los palestinos o la expulsión de sus tierras por parte de los colonos, y en varias ocasiones han triunfado. De todas maneras, lamenta: “El papel de las mujeres en la resistencia no está siendo el que tendría que ser. En la primera intifida las mujeres que eran líderes están trabajando ahora en ONG. No es que no sea bueno, pero no es lo único que tenemos que hacer”.

El movimiento que lidera se creó en 2009. “En nuestra organización también hay israelíes, y sufren la estigmatización de los suyos. Pero nuestra resistencia no es ni contra ellos ni contra una religión, sino contra la ocupación”, matiza. “Nosotras creemos en un estado, donde lo importante no es ni el nombre ni la bandera, sino que todo el mundo vida en igualdad de derechos. Y también contando con quien quiera regresar de los más de seis millones de palestinos que viven fuera como refugiados”, prosigue.

Lo corrobora Shatda Alazza, trabaja en el Lajee Center en el campo de refugiados de Aida, creado en 1950 en Belén. Bioquímica, empezó trabajando en los test de calidad del agua del poblado, si bien luego pasó a formar parte de la asociación Jalee, que trabaja por mejorar las condiciones de vida de los refugiados. Cuando llevaba dos meses casada detuvieron a su marido y lo tuvieron en prisión durante cuatro meses. “Pero me da vergüenza contar mi historia cuando estoy frente a familias marcadas por dramas mucho mayores, como mujeres con sus maridos condenados a tantos años por el Estado de Israel que ya no volverán a abrazar a sus hijos”, confiesa.

En este campo de refugiados, donde ella nació, hay unos 5.800 procedentes de 27 municipios y “ya no cabe nadie más”, como evidencian las estrechas calles en las que se agolpan sus viviendas para aprovechar el espacio hasta el límite. Seis torres militares los rodean, junto a decenas de cámaras de vigilancia. “El ejército entra casi a diario, nos ataca con gases y agua pestilente”, expone. Todo ello ha dejado un rastro de detenidos y muertos en el recinto, cuyos nombres se leen en los murales con los que han decorado las paredes de cada calle.

La entrada es un pórtico rematado con una inmensa llave, que aseguran que es la más grande del mundo. Simboliza la llave de derecho al retorno a sus casas. “En cada familia conservamos la llave con la que un día nos vimos forzados a cerrar las puertas de nuestras casas y marcharnos expulsados por el avance del colonialismo”.

Ella representa la nueva generación de la resistencia. Entre las veteranas, Khitam Saafin, responsable de la Unión de Comités de Mujeres Palestinos (UPWC) y que recuerda a las feministas de hace décadas en España. Ella acaba de salir de prisión: “Lo mío fue una detención administrativa por la que no me dieron ninguna razón en el juicio. Me dijeron que tenía un expediente secreto contra mí y que sólo vieron el juez y los abogados militares”.  

“El apartaheid no empezó con el muro, porque ya había check points por todo el país”, continúa, una situación que cree que se ha complicado desde el anuncio de Donald Trump. “Lo cierto es que los Acuerdos de Oslo no nos van a liberar, sino que han servido para dar más tiempo a los israelíes para avanzar en su proceso de colonización de Palestina. Estamos absolutamente bajo el control de las fuerzas ocupantes, incluso nuestras propias autoridades”, explica, sin evitar hablar de “corrupción” en estas últimas.

Trabajan también en la reconciliación entre las distintas facciones de Palestina. “Israel y EEUU juegan a que el conflicto continúe entre los palestinos. Estamos presionando para una reconciliación porque si no, fracasaremos. Es importante volver a una OLP (Organización para Liberación de Palestina), con todos los partidos, porque la ANP (Autoridad Nacional de Palestina) se puede ocupar de nuestras necesidades básicas [...] pero no hay un rol real de la política”, continúa. En paralelo, aboga por un proceso de paz supervisado por la “legitimitad internacional”, pero no por EEUU porque sería “un desastre para los palestinos”.

Por su parte, Sahar Francis lidera la Addameer Prisoner Support and Human Rights Association, organización cuyo objetivo son los derechos de los  6.515 presos políticos, tanto por las autoridades israelíes, en su mayoría, como por las propias palestinas. De ellos, medio millar condenados a cadena perpetua. “Es muy fácil tener cargos en Palestina porque todo se justifica por razones de seguridad o por información secreta”, dice.

Los defensores de los derechos humanos son uno de los principales objetivos de los israelíes. “En paralelo, presionan a las autoridades palestinas para que no apoyen a las familias de estos prisioneros. Es una manera de atemorizar a toda la sociedad de Palestina. Es un castigo colectivo. No hay familia que no tenga por lo menos un miembro que haya sido detenido alguna vez”. Y lanza una reflexión: “La sociedad civil israelí no está preparada para digerir lo que está pasando y se niega a asumir que también le está afectando esta situación”.

De eso puede hablar Connie Hackbarth, israelí que vive en Jerusalén y es miembro de AIC (Centro de Información Alternativa), integrado por los dos pueblos. Incluso israelíes que no han dudado en ser escudos humanos colocándose en primera línea en las manifestaciones que reprime duramente el ejército. Lo que más le choca es que los ciudadanos de Israel “saben perfectamente” lo que ocurre, pero lo aceptan. “Los israelíes, que también sufren, creen que es por culpa de los palestinos, y no por la ocupación. No ven esa conexión”, reflexiona.

Enfrentarse a esta lucha supone que sea considerada una traidora por la mayoría de su pueblo, pero no renuncia. “Lo radical no es AIC, sino la situación fuera. Somos realistas: para tener un futuro aquí, hay que resolver el problema. Lo primero es el fin de la ocupación. En paralelo, generar un movimiento que suponga cambiar la psicología de estas sociedades”, sentencia.

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