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La revolución feminista de los 20 años

Margarita, Marta y Paula en su primera manifestación

Raúl Solís Galván

No saben quién es Simone de Beauvoir, la madre del feminismo moderno, y les suena de lejos Clara Campoamor: “¿Una diputada?, ¿una feminista, ¿una política?”, responden Margarita, Marta y Paula en medio de una marabunta de gente en la que no tienen espacio nada más que para hacer fotos con su móvil. Están en la Plaza Nueva de Sevilla, el lugar de partida de la manifestación convocada este 8 de marzo en la capital andaluza por el movimiento feminista hispalense. Hora y media después del comienzo de la marcha, prevista para las 19 horas, estas tres jóvenes aún no han podido comenzar el recorrido de la que ha sido la primera manifestación a la que acuden en sus apenas veinte años de vida.

Mujeres más mayores dicen entre ellas, al lado de Marta, Paula y Margarita, que no recuerdan nada igual: “Bueno, sí, yo creo que esto se parece a la manifestación del 4 de diciembre”, dice una histórica militante feminista. A las tres jóvenes, estudiantes universitarias, la fecha les suena a chino, tanto como Simone de Beauvoir. No saben que el 4 de diciembre de 1977 es a Andalucía lo que este 8 de marzo de 2018 será para las mujeres, una fecha que marcará un antes y un después y que será señalada en el calendario como un día sagrado para sus derechos.

Si el 4 de diciembre de 1977, fecha en la que dos millones de andaluces y andaluzas salieron a las calles a pedir ‘Amnistía, Libertad y Estatuto de Autonomía’, las abuelas amarraron sus banderas andaluzas a las escobas y los balcones se convirtieron en otro mástil, este 8 de marzo los mandiles en los balcones y las fregonas con alegatos feministas han sido también los artefactos políticos con los que millones de mujeres se han tirado a las calles para lanzar un mensaje nítido: es el momento de la igualdad entre hombres y mujeres y del feminismo, valga la redundancia.

Margarita, Paula y Marta se enteraron de la convocatoria de la huelga feminista a través del grupo de whatsApp de clase y de las redes sociales: “Yo vi lo de la huelga hace como un mes porque una compañera de clase lo compartió”, asegura Paula, que confiesa que anoche se acostó nerviosa deseando que amaneciera para irse con sus amigas a vivir su despertar como ciudadanas. “Yo vi un cartel por Facebook y corriendo lo pasé a unas amigas”, recuerda la emeritense Margarita Barrero, quien comparte piso con Marta Pascual y aula con Paula Domínguez, ambas gaditanas de San Fernando.

No han ido a clase, pero tampoco se han quedado en casa. Han cumplido religiosamente con la huelga feminista como si fueran dos veteranas militantes aunque no han pisado en su vida una asociación o un partido político ni se han leído un solo libro sobre feminismo. Toda su formación feminista es de artículos de prensa que han leído a través de las redes sociales porque en clase confiesan no haber recibido nunca formación con mirada de género. Su feminismo no bebe de las grandes teóricas de la ideología que propugna que las mujeres son seres humanos, sino que les sale de manera intuitiva para defenderse de los acosos sexuales, piropos soeces, tocamientos en discotecas y la certeza de que, si no lo remedian, lo tendrán más complicado que sus compañeros de facultad.

“Ahora mismo, mientras veníamos aquí, unos babosos nos han gritado desde un coche diciéndonos cosas asquerosas”, relata Margarita, de 20 años, quien dice que en el colegio de monjas en el que estudió en Mérida le decían todo el día que se bajara la falda del uniforme. Cuanto más le decían que se bajara la falda, más se la subía ella: “¿Por qué nos tienen que decir desde pequeñas cómo tenemos que vestir, andar y amar?”, arenga esta joven extremeña que está afónica de todo lo que ha gritado y saltado durante la jornada feminista, que empezó con sendas concentraciones a mediodía y una posterior manifestación improvisada por las calles del casco antiguo de la capital andaluza, en la que Marta, Margarita y Paulan han vivido el momento más emocionante de la jornada.

Por las abuelas

Al paso de la comitiva feminista improvisada por la calle Feria, a mediodía, una señora con un mandil se asomó a ver por qué había tanto jaleo. Las manifestantes, puño en alto, le cantaron a la ama de casa que “mujer cuidadora, también trabajadora”. La señora rompió a aplaudir emocionada a la manifestación y el marido de la ama de casa se ha asomado también al balcón para hacer lo propio con su esposa. El estruendo de los aplausos por un momento se convirtió en poesía y ahí, Marta, Margarita y Paula, han sentido a sus abuelas, tres mujeres nacidas en la década de los 40 que fueron sacadas de la escuela antes de cumplir los diez años y que o son analfabetas, como la abuela de Margarita, o escriben y leen a duras penas.

En ese justo momento, por sus miradas de ilusión entremezcladas con la épica, el brillo de los ojos de las tres jóvenes informaba de que guardarán ese instante y este día en su memoria toda la vida, para algún día poder contarle las batallitas a sus hijos e hijas. Si es que los tienen, porque ninguna de ellas, al contrario que sus abuelas o madres, sueñan con casarse y/o tener hijos. “Yo quiero estudiar, acabar mi carrera, tener un buen trabajo, ser independiente económicamente y viajar”, me espeta Marta mientras toman un café para hacer un descanso antes de la manifestación vespertina.

Las tres conversan en la cafetería del centro de Sevilla sobre el machismo que han sufrido en sus pocos años y ponen como ejemplo a sus abuelas. “Si mi abuela tardaba un minuto en llevarle el café a mi abuelo, éste ya le reñía y ella, encima, se culpaba”, relata Marta. “Mi abuela le tiene que lavar la ropa, tenderla, doblarla y plancharla, hacerle las camas y hasta recogerle las toallas sucias de la habitación a mi abuelo y tres tíos míos que todavía viven con ella”, reconoce Margarita, quien no le dice nada a su abuelo porque “le tengo respeto, pero eso no es así”. “Mi abuela ha sido toda la vida una esclava”, sentencia la estudiante extremeña de Económicas, que se ha criado en un barrio obrero de la capital extremeña.

¿Dónde están ellas?

Otra de las cosas sobre las que se quejan las jóvenes es sobre la ausencia de mujeres en su formación académica: “Tenemos una asignatura que se llama Literatura Feminista porque en el resto de asignaturas nunca aparecen mujeres”, se lamenta Marta, la estudiante de Filología Alemana, quien también denuncia que en su clase sólo hay cuatro chicos mientras la gran mayoría de profesores son hombres. Margarita y Paula, compañeras en Ciencias Económicas, se quejan también de la ausencia de perspectiva de género en su carrera: “Solamente en la asignatura de Economía Mundial nos hablan de que las mujeres son los pobres del mundo y las grandes olvidadas de todas las políticas económicas. En el resto de asignaturas, sencillamente las mujeres no existimos”, apostillan.

Las tres jóvenes, que se han pintado los labios de morado feminista y un moflete con el símbolo que representa a las mujeres antes de salir de casa por la mañana, siguen varadas en el tumulto inmenso de la manifestación, delante del Ayuntamiento de Sevilla. Ya hay gente en la Alameda de Hércules pero ellas todavía no han podido empezar a andar desde el sitio de salida, una distancia de unos dos kilómetros, aproximadamente. Finalmente, se hartan y deciden atrochar por las calles céntricas de la capital andaluza para no perderse la lectura del manifiesto. El centro de Sevilla es un hervidero de gente, de generaciones enteras de mujeres que se dan la mano para impulsarse unas a otras hacia la igualdad. Las calles aledañas al recorrido oficial de la manifestación tienen la misma textura y el mismo gentío que las grandes bullas de semana santa, pero las mujeres en lugar de vírgenes ahora son heroínas que están dispuestas a todo para ser iguales y libres.

Las abuelas de Margarita, Paula y Marta fueron expulsadas de la escuela a los nueve años y condenadas a la pobreza por el hecho de ser mujeres, pero sus nietas han salido hoy a la calle por ellas contra tanto machismo, con la alegría de sus veinte años y han abierto una página en la historia que inaugura una primavera fecunda para todas las mujeres y hombres que creen en la igualdad.

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