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Carmen Tejero, la memoria de La Desbandá 82 años después de la masacre

Los buques de guerra Canarias y Cervera, junto a aviones, durante el mayor crimen de guerra del franquismo. / Archivo Rafael Molina

Néstor Cenizo

Cada año por estas fechas, cientos de personas recuerdan uno de los mayores crímenes del ejército franquista. Desde el 8 de febrero de 1937, decenas de miles de malagueños huyeron por la carretera de Málaga a Almería, mientras los buques Canarias, Baleares y Cervera los cañoneaban desde el mar, los aviones Heinkel de la Luftwaffe los ametrallaban desde el aire, y los regulares marroquíes y los tanques italianos comandados por Queipo de Llano los hostigaban por tierra. André Malraux describiría después lo que vio desde su avión: “El mundo entero fluía, en ese momento, en un único sentido”.

A ese río de gente que huía de las bombas y el horror lo llamaron La Desbandá, y allí fue a parar también Carmen Tejero, entonces una niña de nueve años, y hoy una señora de 91 que ha venido desde Mataró a un instituto de Rincón de la Victoria a contar su historia: “Hola, jóvenes. Yo tenía nueve años cuando aquello empezó. Venían unos camiones con soldados y si veían personas por allí mataban a los que veían”.

Carmen Tejero, o Carmela, pide perdón por contar las cosas a su manera, aunque las cuenta muy bien, y relata que su pueblo, Salar (Granada) cayó pronto en manos del ejército golpista y que su padre, concejal de la República, fue encarcelado.

“Cada día me mandaba mi madre a que fuera la puerta de la cárcel a llorar. Yo llegaba allí y el vigilante me preguntaba a dónde iba: 'A que echen a mi padre, que no ha hecho nada”.

- Pues lo vamos a fusilar, como a los otros.

“Un día, estando llorando en el tranco”, continúa Carmela, “vino otro señor con buen corazón, y dijo”:

-¿Qué le haces a esta nena?

-Que vamos a fusilar a su padre.

“Yo lloraba abrazada a las piernas de ese hombre”, sigue relatando la mujer, que cuenta cómo fue él quien le llevó a ver a su padre, “que estaba el pobretico ya fatal”, y quien lo liberó.

Para entonces la familia ya tenía el miedo en el cuerpo, de modo que los abuelos juntaron los cinco hijos, todos los nietos y los tres burros, y huyeron. Primero se refugiaron en la sierra de Alhama, pero cerca de las Pilas de Dedil hubo un bombardeo.

“Murieron unos cuantos, cogieron miedo y nos llevaron a otro sitio”, rememora hoy la mujer.  Después atravesaron el boquete de Zafarraya, hasta llegar a Vélez-Málaga, y allí su familia su unió a la riada que venía de Málaga. Era tanta la gente que huía, que en el pueblo habían colocado listones para guiar la riada humana hacia los refugios.

Una marcha para recordar la masacre

Los chavales del instituto Ben Al Jatib, en la Cala del Moral (Rincón de la Victoria) escuchan con atención la historia de Carmen Tejero, a pesar de que son las dos de la tarde y están a punto de terminar la jornada. La actividad es parte de los actos de homenaje del Club Senderista La Desbandá, que desde hace tres años organiza una marcha integral hasta Almería para recordar la masacre.

“El mejor homenaje es andar, andar, andar hasta Almería. Por supuesto, en condiciones muy distintas a como lo hicieron las 300.000 personas que salieron de Málaga”, explica Rafael Morales, que coordina el comité que organiza la marcha. El lema este año es “Avanzamos contra la impunidad”.

Víctor Rodríguez, un profesor de Historia recién llegado al instituto, ha organizado la actividad con los alumnos, y dice que es un “compromiso con la memoria democrática desde la educación pública”. Al fin y al cabo, aquella marabunta humana (entre 150.000 y 300.000 personas, según las fuentes) pasó apenas a unos cientos de metros de aquí. La Desbandá es historia de Rincón de la Victoria. “Algunos familiares de estos chicos huyeron, y ellos se han enterado estos días”, asegura el profesor. Hoy tienen delante a otra protagonista de aquel episodio.

Durante muchos años, de La Desbandá se habló bajito en Málaga y de quien había huido se cuchicheaba que había “corrido”. También Carmela dice que no le da tiempo a contar lo más duro, y su hija explica por teléfono que su madre prefiere no relatar lo difícil que fue para la familia volver al lugar del que huyeron. También desvela que Carmela perdió a una hermana y dos primos durante los bombardeos. Tenían ocho, catorce y tres años.

Al salir del instituto, la mujer nos dice que es la primera vez que habla en público, pero que más de una vez se había planteado escribir lo que hoy ha contado, que si no lo hizo fue por no importunar, y que eso ya se acabó. “Estoy muy contenta de haber hablado a mi manera. Que seáis felices, que tengáis el día de mañana hijos… Y que no pase esto nunca más”.

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