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La violencia extrema contra las mujeres como venganza machista del franquismo desde el 18 de julio

Fosa común en Monturque (Córdoba). |

Juan Miguel Baquero

Fue un golpe maestro. La violencia extrema contra las mujeres sirvió al franquismo como venganza machista contra quienes osaron contravenir el orden patriarcal. En la guerra civil y en 40 años de dictadura. Con violación, tortura, cárcel y ejecuciones desde el golpe de Estado del 18 de julio. Con imposición de un modelo único de mujer tras la victoria fascista.

El paradigma de la pedagogía del terror está en las fosas comunes. La mayoría de los cuerpos arrojados a la tierra corresponden a hombres. En torno a ocho de cada diez. Pero también hay desaparecidas. Y los golpistas ejercían una represión especial sobre las mujeres.

La España de la conspiración golpista nunca perdonó que las mujeres rompieran las reglas de juego. Que transgredieran la feminidad tradicional durante la II República española. Muchas sufrieron las consecuencias desde el minuto uno. Era el modo de doblegar la incipiente lucha feminista para convertirla en sumisión. Para pasar de la reivindicación a la sumisión, de las calles al hogar.

“En la guerra se utilizó el cuerpo de la mujer como campo de batalla, como forma de castigar al enemigo”, sostiene Encarnación Barranquero, profesora titular de Historia Contemporánea en la Universidad de Málaga (UMA). Y con una saña particular, reafirma. “Las mujeres sufrieron sin atenuantes los mismos castigos que los hombres pero hubo algunos específicos, como el rapado del cabello, la obligación de ingerir aceite de ricino y ser paseadas en público bajo los efectos, o la violencia sexual”, enumera.

Más allá del terror caliente, enmarañado en el conflicto bélico, la violencia de género tenía un objetivo: imponer un modelo único de mujer. La dictadura de Francisco Franco ejerció una represión doble, de castigo y aleccionadora. De venganza primero y, en 40 años de régimen, de educación nacionalcatólica.

“Mi madre quería libertad para la mujer”

Rapado de pelo, aceite de ricino… vejaciones y más. Secuestro. Tortura. Violación. Y muerte. Es lo que encontraron las 'niñas del Aguaucho'. Muchas menores de edad, caso de Coral García Lora (16 años) y su hermana Josefa (18), María Jesús Caro González (18), Josefa González Miranda (17) o Joaquina Lora Muñoz (18).

Eran jóvenes mujeres de Fuentes de Andalucía (Sevilla) que trabajaban como sirvientas de terratenientes y señoritos locales. En la República participaron en manifestaciones. Algunas secundaron huelgas. Otras cosieron banderas tricolores. Un día fueron apresadas por los falangistas, subidas a un camión y sometidas a vejaciones múltiples. Sus cuerpos sin vida acabaron desaparecidos para siempre.

La represión franquista asestó la mayor parte de los golpes contra la población masculina. Las cifras también cantan el peso de la balanza social. Algunas asesinadas pasaban por un tribunal. Otras muchas, ni eso. “Vemos que en los juicios militares un 10% de personas procesadas eran mujeres, fusiladas entre un 3 y 5% según las áreas, con variaciones”, relata Barranquero. “Son porcentajes generales”, especifica la profesora de la UMA, con un matiz: “hay 727 asesinadas en la provincia de Sevilla de las que 12 estaban embarazadas, según nos dice José María García Márquez”.

El caso de las 'niñas del Aguaucho' es un ejemplo de la violencia de género sistemática que ejecutó el fascismo español. Como el de La Luna, una feminista republicana ejecutada por Franco como castigo para todas las mujeres.

Carmen Luna denunciaba las injusticias en su pueblo, Utrera. Aleccionaba a los obreros y defendía los derechos sociales. Cuando la mataron, los franquistas dejaron su cuerpo tirado en la puerta del cementerio un par de días. Como escarmiento, como aviso para navegantes.

“Mi madre quería la libertad para la mujer”, cuenta Dalia Romero Luna al hablar de su madre, La Luna. “Mi madre era una rebelde, pero no para matarla”, justifica con un asimétrico acento francés y andaluz desde su casa en Mallemort, localidad cercana a Marsella (Francia), donde acabó exiliada.

Dalia suma más de un siglo de vida y tenía 18 años cuando empezó la guerra. El mismo año que los rebeldes ejecutaron a su madre como castigo ejemplarizante. “Los fascistas la vigilaban (sobre todo en los meses previos a la sublevación armada) y por estas razones la cogieron y la asesinaron”, dice. “A mí no me mataron porque me escapé a zona republicana”, culmina.

“Lo recuerdo todo”, confiesa Dalia. “Mi madre vendía en la plaza del pueblo y tenía mucho contacto con la gente, les ayudaba y aconsejaba para que no se callaran, para que protestaran y reclamaran lo que era suyo”, sostiene. La Luna quería “que el pueblo tuviera la cultura y la educación como una herramienta, que supiera defenderse y no agachara la cabeza para todo”.

La doble represión de género

“El régimen de ellas, como de los curas, como de personas de clase media o alta, esperaban tener 'aliadas' de su causa”, resume Encarnación Barranquero. “Que las mujeres hubieran sido militantes, activistas, mitineras, milicianas, era aún más grave para los vencedores que en el caso de los hombres”, sostiene.

Por eso los franquistas mataron a La Luna, para atemorizar y dejar claro el camino del silencio y la obediencia. Porque la mujer buscaba torcer el curso patriarcal de la historia. Como la República, que quiso transformar el país y cambiar el discurso social. El golpe fascista contra la democracia frenó el nuevo paradigma.

La doble represión de Franco sobre la mujer tenía un objetivo: imponer un modelo patriarcal. Un tipo único de ser mujer. La maquinaria franquista arrasó con las bases emancipadoras para la mujer que apenas iniciaba la etapa republicana. Y para este plan había tres pilares: la Iglesia, el sistema educativo y la Sección Femenina.

“El niño mirará al mundo, la niña mirará al hogar”, resumía uno de los aparatos propagandísticos de la rama femenina de Falange Española, la revista Consigna dirigida por Pilar Primo de Rivera. En el papel social, la mujer debía estar en un segundo plano.

Del feminismo al sumisa y devota

El franquismo quería a las mujeres vestidas con recato, sumisas y virtuosas. La “salud moral” de la población recaía sobre ellas: “el atuendo femenino debía ser reflejo de la mujer virtuosa y modesta”, escribe Lucía Prieto, profesora de la Universidad de Málaga (UMA), en la revista Andalucía en la Historia.

Porque los años de posguerra sirvieron de ensayo para la moral nacional católica en una sociedad ya dominada por el silencio y el miedo. En un país, sobre todo en los años 40, marcado por el hambre, la represión y la miseria. Y porque “para la mujer hay un antes y un después de la II República”, asegura Inmaculada Cordero, profesora de Historia Contemporánea en la Universidad de Sevilla.

El franquismo acabó imponiendo esta doble venganza sobre la mujer. El escarmiento adoctrinador devolvió a las mujeres al hogar y a la tradición. Justo los límites que la dictadura había diseñado para ellas. Por eso la dictadura echó a las mujeres del ámbito público. Y la lucha femenina en España, como narra el espacio digital Mujer y Memoria, está bañada por el “sumisa y devota” franquista.

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