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Sobre este blog

El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Cancelación de ruido

Auriculares colgados.

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Ante una mala noticia se activa en nuestra consciencia un mecanismo de defensa similar al de la cancelación de ruido en los auriculares. De repente, los asuntos principales de tu día a día, los que centran tus conversaciones, tus propósitos, tus alegrías y tus disgustos pasan a un segundo plano. Se trasponen literalmente, haciendo que, salvo esa noticia que lo cambia todo, la realidad se escuche apenas como un murmullo, un ruido blanco. 

Con el sentido del oído afectado los demás también se resienten. No es fácil calibrar las decisiones tras el mazazo. Ordenar los libros, limpiar el horno, terminar esa chapuza a medias desde hace tiempo pueden suponer el primer auxilio. Es más fácil ordenar la casa que las ideas. Pero la vida sigue y hay que gestionar emociones nuevas, combinarlas con las viejas o con heridas que quizá aún no se han curado del todo. 

No se nos ha enseñado a hablar de emociones, ya no digamos a gestionarlas. Las tratamos como si fuera algo en un segundo plano que cada uno ha de soportar como una penitencia que se lleva en secreto. De no compartirlas, de no saber qué hacer con ellas, especialmente en los momentos más difíciles, las vamos enredando en un ovillo mal hecho que será muy difícil desenredar cuando tengamos que tirar del hilo. Por eso a veces echamos mano de la hebra del enfado cuando andábamos buscando la de la tristeza y la ira es capaz de enmascarar la pena pero jamás de aliviarla. 

Como sociedad cursamos todavía primero de educación emocional. Empezamos a enseñar a los niños a expresar las suyas, a los mayores a entenderlas, pero lo de saber gestionarlas sigue siendo una asignatura pendiente. Es un aprendizaje urgente, no solo para el bien de nuestra salud mental o para el de nuestras relaciones íntimas y familiares, también para una sociedad que vive bajo un bombardeo constante de mensajes que solo apelan a sus emociones para aprovecharse de ellas. Lo saben bien algunos partidos políticos y lo dominan, sin duda, los propietarios de las principales redes sociales. Los números no engañan y lo que se hace viral es lo que nos toca la entraña. 

Si no nos tomamos una pausa para pensar en cuáles son nuestros sentimientos, en asumirlos, en diferenciar lo fundamental de lo accesorio o en empatizar con los del otro estamos abocados a la destrucción mutua. En un mundo que se empeña en que odiemos es revolucionario que nos afanemos en lo contrario, en entendernos. El odio es una trampa que solo sirve para tapar lo que verdaderamente nos preocupa. ¿Y si en vez de odiarnos nos dedicamos a cultivar nuestros afectos? ¿Y si verbalizamos esos te quiero que se dan por hecho? ¿Y si nos lo pensamos dos veces antes de compartir algo que solo genera ira? Solo hay una cosa igual de contagiosa que el odio y es la alegría. Tiremos de ese hilo, a lo mejor cuando volvamos a recuperar el oído lo primero que escuchamos es nuestra propia carcajada.

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