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Sobre este blog

El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Donde habita la palabra

'Contra el odio y el fascismo: ¡más feminismos!'

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Hay silencios que abrigan. Y hay otros que matan, lentamente, como una escarcha en los brotes tiernos. En tiempos de ruido, de gritos disfrazados de opinión, de consignas que no buscan convencer sino dividir, una empieza a añorar aquellas palabras que no servían para señalar al otro, sino para acercarse.

La palabra es hogar. Lo ha sido siempre. Desde que aprendimos a nombrar el mundo para no tenerle tanto miedo, hablar fue una forma de construir refugio. Por eso duele tanto verla convertida en arma. Usada para el desprecio, para la mentira y para el odio. Y más aún, ver cómo crece el silencio de quienes podrían frenarlo y no lo hacen. Por miedo, por cálculo o por indiferencia.

Pero callar ante el odio no es neutralidad. Es ceder terreno. Es permitir que se envenene el agua común.

La democracia no se deshace de golpe. Se va agrietando por dentro, como una casa mal cuidada. Primero el lenguaje: el insulto disfrazado de libertad, la mentira repetida hasta que parece cierta. Luego el desprecio al otro: al que piensa distinto, al que viene de fuera, al que no encaja. Y mientras tanto, quienes podrían frenar esa deriva, callan. Y en ese silencio, el odio florece.

No podemos permitirlo. Porque lo que está en juego no es sólo un modelo político. Es nuestra forma de estar juntos. Es la plaza, la escuela, el centro de salud, el campo que cultivamos entre todos. Es la palabra dada, el saludo al vecino, la posibilidad de vivir sin miedo a ser quien uno es. Como escribió Claudio Magris, “el odio es el más vulgar de los sentimientos, y, sin embargo, hay quienes viven de cultivarlo”.

En Aragón lo sabemos. Aquí, donde el tiempo pasa más lento, donde las palabras pesan, sabemos lo que cuesta construir convivencia. Y lo frágil que puede ser. Sabemos que el acuerdo no es debilidad, sino coraje. Que pactar es una forma de cuidar. Que respetar al otro es una apuesta por la vida compartida.

Las piedras de esta tierra han visto guerras y pactos, silencios largos y palabras sabias. En los valles del Pirineo, en las orillas del Jalón, en los caminos polvorientos de Los Monegros, la historia nos recuerda que lo común no se impone: se riega. Y ese riego empieza por cómo hablamos. Por lo que permitimos. Por lo que callamos.

Como escribió Irene Vallejo —esa voz aragonesa que acaricia el idioma con la delicadeza de quien sabe su peso—, “las palabras nos construyen o nos destruyen. Cuidar el lenguaje es cuidar el mundo”. Y ese mundo hoy está herido. No sólo por quienes gritan odio, sino por quienes prefieren no molestarse. Por quienes piensan que no va con ellos.

Pero sí va. Siempre va con todos y todas.

Basta mirar atrás. La historia de España y de Europa están llenas de momentos en que el odio se desató y luego fue imposible recoger los pedazos. Hay heridas que siguen supurando. Y, sin embargo, aquí estamos, intentando otra vez hablar, construir, convivir. Que no se nos olvide: lo que se rompe con palabras, a veces no se arregla ni con generaciones enteras de silencio.

Reivindiquemos entonces la belleza de hablar para entendernos. No desde la superioridad, sino desde el deseo de vivir juntos. Como en los versos de Antonio Machado: “¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”.

Frente al odio, pongamos cuidado. Frente al grito, conversación. Frente a la manipulación, cultura.

No hace falta estar de acuerdo en todo. Sólo hace falta no convertir al otro en amenaza. Y que la palabra, cuando se dice desde el respeto, siempre abre puertas.

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