El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
Se sabe que la fiebre alta es capaz de provocar delirios o alucinaciones, el individuo que la sufre puede percibir la realidad de una forma alterada fruto de la temperatura excesivamente alta de su organismo. Tal vez es eso lo que le está pasando a nuestras ciudades, o más bien a quienes las gobiernan y gestionan: que fruto del calor perciben una imagen distorsionada de la realidad que les empuja a moldear la ciudad para hacerla intransitable.
Unos dos kilómetros separan mi casa de mi trabajo. Casi la mitad del recorrido es un páramo sin sombra ni cobijo, transitarlo es como realizar una travesía en el desierto. Parte de mi diaria ruta infernal discurre junto al Pilar que, según el catedrático de Geografía de la Universidad de Zaragoza, José María Cuadrat, alcanza estos días temperaturas de hasta 54 grados. Es una de las mediciones que ha realizado para su próximo libro 'El Clima de Zaragoza'. También ha captado los 64 grados de la plataforma del tranvía en el paseo de la Independencia o los 60 de las aceras. El lugar ideal para jugar al mítico “el suelo es lava”.
Pasear por Zaragoza en verano se convierte en una odisea, el sombrero o la gorra son aliados imprescindibles y el paraguas, a modo de sombrilla, un elemento cada vez más común en nuestras calles. Es un sistema de autodefensa en una ciudad en la que la sombra escasea, si no está directamente en peligro de extinción. La última tala de árboles en César Augusto ha levantado ampollas entre los ciudadanos. Es difícil de entender no encontrar una sombra que te ampare en una ciudad en la que no para de hablarse de un bosque de los zaragozanos. Universos paralelos.
La cosa no está para bromas. El calor ha dejado de ser conversación de ascensor para convertirse en un peligro real para nuestra supervivencia. En Aragón 17 personas murieron en junio por las altas temperaturas, en España 380. Acabamos de dejar atrás el junio más cálido desde que hay registros y AEMET ya ha advertido que este verano promete llevarse el mismo título. Con lo que ya son hechos consumados es inconcebible que una de las ciudades más calurosas del país no tome más medidas que bajar el precio de las piscinas ante las alertas y recomendar ir por una sombra que, para muchos, no existe en sus recorridos por la ciudad.
El tan anunciado y cuestionado calentamiento global ha llegado a nuestras vidas y elementos como el aire acondicionado, que hasta ahora se consideraban un artículo de lujo, pasan a ser tan imprescindibles como la calefacción en zonas como la depresión del Ebro. Urge acomodar los horarios y faenas en los trabajos a la dinámica del calor y es imprescindible renaturalizar las ciudades si queremos habitarlas. Es cuestión de vida o muerte.
Zaragoza es una isla de calor que aumenta 5 grados la temperatura respecto a su periferia. Así que es la propia ciudad y no su anillo circundante el que clama por un arbolado que no para de menguar. Según un estudio de ANSAR, solo el Parque Bruil ha perdido en 30 años la mitad de sus ejemplares. En la calle la temperatura a la sombra de un árbol baja entre 3 y 7 grados. Así que llenar de ellos las calles parece la solución más inteligente, sencilla, obvia. Pero en la época de la posverdad las pantallas y las plazas duras van comiendo terreno a los espacios verdes. A este paso tendremos que acabar haciendo un Tita Cervera y encadenarnos a un árbol al grito de “no a la tala”.
0