Palestina estará en el podio

Hay silencios que causan más dolor que un disparo. La indiferencia ante la injusticia puede ser más cruel que la más despiadada de las acciones violentas. Del mutismo y sus efectos sabe mucho la periodista Isabel Cadenas. En 'Se llamaba como yo' –un podcast muy interesante dentro de su serie: 'De eso no se habla'– nos sumerge en las circunstancias que se derivaron del asesinato de Begoña Urdoz, la primera víctima del terrorismo en España. 

Cadenas nos acerca al dolor de esos padres que tuvieron que enterrar a una niña de menos de dos años mientras el jolgorio de la charanga y el pasacalles de las fiestas se colaba en la escena del duelo más amargo de sus vidas. Nadie en el pueblo se acercó durante años a darles el pésame, a preguntar, a dar su apoyo en ese duro trance. Mejor no meterse en política, pensarían, sosteniendo una indiferencia con la que pasaban a tomar partido por los terroristas. 

Aquello fue en 1960; hoy en 2025 la misma actitud de cobardía, la misma tibieza cruel, se enfunda en la supuesta neutralidad del deporte para no denunciar un genocidio que ha acabado ya con la vida de más de 70.000 civiles. La Vuelta ha dado la espalda a una realidad que a nadie le es ajena. A una barbarie que subleva a los cientos de personas que en todas las etapas han inundado el recorrido con las banderas de Palestina para mostrar su rechazo a que un equipo israelí participe en la vuelta ciclista a España. 

No existe la neutralidad ante el abuso. Cualquier excusa para no apoyar a las víctimas es ponerse de parte del agresor. Es así en un caso de bullying escolar o de crímenes contra la humanidad. No hay que ser experto en política internacional para saber que Israel está cometiendo crímenes atroces contra miles de inocentes bajo el pretexto de acabar con un grupo terrorista. Miente la Unión Ciclista Internacional al esgrimir el argumento de la neutralidad política para permitir participar a Israel en las competiciones cuando hace tan solo tres años vetó la participación de los equipos rusos o bielorrusos tras la invasión de Ucrania. 

Hemos escuchado estos días al director del equipo israelí, Óscar Guerrero, lamentarse de lo mal que lo está pasando el equipo. No lo dudo. También a la dirección de la Vuelta decir que algunos ciclistas tienen miedo; tampoco lo pongo en duda, tienen razón. Son sentimientos naturales ante esa situación tan tensa que tiene muchos culpables y ninguno sostiene una bandera palestina. Son las organizaciones deportivas las que han pasado por alto un asunto gravísimo ante el que no cabe otra opción que tomar partido para que nadie les agüe la fiesta o, tal vez, para tener contento a quien tiene el poder en ese conflicto y –con muchísimas ramificaciones– en la economía de todo el mundo. 

Con su egoísmo, el equipo de Israel, la UCI y la propia Vuelta han convertido una competición deportiva en una cuestión moral de primer orden. Viendo la movilización ciudadana en cada una de las etapas, han conseguido que lo que querían obviar centre cada día las informaciones dentro y fuera del deporte. Conviene recordar que entre los valores del deporte no está la neutralidad, están la superación personal, el respeto a las normas y al oponente, la equidad, la igualdad… Lo que opaca estos días las hazañas de los ciclistas no es la defensa de esos valores sino la cobardía de no defenderlos dentro y fuera de las competiciones deportivas. Obviando el sufrimiento del pueblo palestino solo han conseguido dañar la imagen de una de las pruebas deportivas más sobresalientes del país y justo lo que odiaría Israel, que Palestina tenga en cada etapa un lugar en el podio.