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Marcelo Chorny, el entrenador de rugby que supo volver a dirigir tras perder la voz por un cáncer de garganta

Marcelo Chorny, entrenador del Gijón Rugby

Raquel L. Murias

Gijón —
13 de mayo de 2025 09:27 h

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El peor día de la vida de Marcelo Chorny (Buenos Aires, 1967) lo causó un silencio. Podría haber sido el día que le robaron a golpe de pistola en su coche en Buenos Aires, el día que cerró los ojos, con el arma apuntándole en la sien, y echó el cuello hacia atrás contra el asiento convencido de que le iban a matar, pero no. Su peor día fue otro. Hospitalizado en Cabueñes, tras someterse a cuatro operaciones para intentar curarse de un cáncer de garganta, la última intervención había sido terrible porque fue en la que le tuvieron que extirpar la laringe y las cuerdas vocales. El cáncer seguía avanzando y hubo que optar por una decisión complicada: salvarle la vida a Marcelo, pero a la vez matarle la voz.

Un año 2020 fatídico, en el que el argentino, que casi acaba de llegar a España se vio solo y enfrentándose a un cáncer agresivo. “Me pregunté muchas veces que por qué a mí. Del cáncer nadie saca nada bueno, pero el rugby me había preparado para cuando llegó. El discurso que tantas veces les había dado a los chicos, cuando les decía que ante la adversidad el jugador saca fuerza de donde sea, lo hice mío. Es mucho más fácil decirlo que hacerlo, así que me empeñé en ser un ejemplo para no convertirme en un hipócrita”.

Marcelo Chorny es el entrenador de Gijón Rugby, arbitro de la Federación Asturiana de Rugby y está convocado para arbitrar en el próximo mundial de rubgy inclusivo que se celebra en Pamplona este mes de junio, pero además de todo ello es uno de los voluntarios de la Asociación Española contra el Cáncer que visita a gente que acaba de ser diagnosticada de su mismo tipo de tumor.

Enfermos que presos del miedo y la angustia agradecen escuchar a Marcelo, su testimonio y su nueva voz, la esofágica, en la que mantiene el acento argentino, aunque nadie sepa explicar cómo puedo pasar esto, son la esperanza a la que mucha gente se aferra. “Ojalá yo hubiera tenido a alguien a quien escuchar cuando me dieron el pronóstico, de repente estás ahí solo con tu cáncer lleno de dudas… Yo siempre estuve rodeado de amigos, de familia, pero me faltaba alguien con un relato real de la enfermedad”, señala.

Aquel día del año 2020, el peor día de la vida de Marcelo Chorny, él estaba convaleciente en la cama, le mataba el dolor de la garganta, el que le llevaba dos años dando guerra y que le hizo pasar de un médico a otro, dando tumbos sin un diagnóstico. Nadie sabía por qué a Marcelo le dolía tanto la garganta y se le iba la voz, hasta que una doctora que estaba a punto de jubilarse y a la que pidió cita buscando otra opinión le dijo sin anestesia la frase que él nunca hubiera querido escuchar: tienes cáncer. “¿No hay una palabra más linda?”, respondió Marcelo, que aquella tarde caminó en silencio por el muro de Gijón en busca de un refugio que le ayudase a asimilar aquella pésima noticia. El mar le ayuda a enfrentar.

Marcelo Chorny, entrenador del Gijón Rugby, con su equipo para dirigir los entrenamientos

“Me lo comí todo durante un año, hice una realidad paralela para que mis hijos no sufrieran, ellos estaban en Buenos Aires con su madre. Yo subía fotos alegre y sonriente mientras me moría de dolor acá”, relata. En plena pandemia, sin voz, con cuatro operaciones a la espalda, treinta sesiones de radioterapia y un futuro laboral que se tornaba negro, “me tocó reinventarme y ser un ejemplo de vida”, concreta Chorny.

“Yo sabía que me iba a quedar mudo, que iba a tener que dejar de entrenar y de arbitrar. Siempre había trabajado con la voz. Soy un tipo positivo, pero hay días en los que no veo la luz. Estaba en la cama cuando escuché la voz de pato de Dimas, venía a visitarme, pero no le dejé pasar. Estuve llorando durante horas”, relata. Dimas era un hombre que como él había sido operado de cáncer de garganta y el bisturí también le había robado la voz.

“Cuando le oí llegar, no pude, no pude… cerré la puerta. No le dejé entrar y me puse a llorar”, dice Marcelo. Y Dimas se fue antes de entrar y la habitación de Marcelo se quedó en silencio absoluto, un silencio atronador que se hacía asfixiante cada minuto y entonces, ya llorado, tuvo que abrir la puerta... y dejar que entrase el aire.

 “Yo he sido siempre el alma de la fiesta y ahora he aprendido a ir a una cena y a hablar cuando me toca, sino me quedo en silencio y escucho”, explica Marcelo y se remueve un poco en la silla, porque ese ímpetu le sigue agitando por dentro, el carisma sigue intacto. Aquella tarde que a Dimas y a su voz no les dejaron entrar, la recuerda Marcelo como el día más triste de su vida, fue cuando se dio cuenta de que nunca nada volvería a ser como antes, de que tendría que dejar toda su vida, el rubgy, los entrenamientos… Y tuvo hasta partido de despedida.

Tres meses le duró la retirada a Chorny, de forma casi inexplicable y por medio de videoconferencia, en pleno confinamiento, dirigió sus entrenamientos a recuperar la voz. “Me pasaba doce horas al día aprendiendo a hablar”, y nuevamente volvió a aplicar el rugby a la vida, entrenando y entrenando y con la premisa en la mente de que lo imposible no existe, simplemente “la mente lo desconoce”. Fue el primer asturiano que aprendió a hablar por videoconferencia, y lo hizo en tiempo récord, tres meses. Carmen Rico, su logopeda, impresionada con los avances de Chorny le recomendó que se acercase a la Asociación Española contra el Cáncer y le abrieron las puertas del voluntariado de par en par. “Acompaño a familiares de enfermos de cáncer, a personas que están pasando por la misma enfermedad que yo, participo en congresos y visito muchos colegios. Me encanta trabajar en colegios porque los niños pueden hacer mucho con un enfermo de cáncer, y hoy todos los tienen cerca, en un abuelo, en un padre, en el amigo de alguien… Lo fundamental en el acompañamiento de un enfermo de cáncer es tratar de entender”, relata.

Marcelo Chorny volvió a entrenar y a arbitrar, ayudado por un sistema ampliación de voz y un silbato especial, y con su voz esofágica con acento argentino. “La verdad es que tener cáncer es una cagada y entonces solo nos queda una opción, convertirnos en víctimas o en protagonistas, y yo preferí ser protagonista”, concreta.

Hace unos meses a Marcelo Chorny también le cerraron la puerta, igual que él hizo con Dimas. “Me llamaron porque había un señor de Avilés que no se quería operar, no quería quedarse sin voz y con el agujero en la garganta. Respeto absolutamente al enfermo, y si no quiere que le visite no voy, yo tampoco le quise abrir la puerta a Dimas aquel día. Cené con los hijos, me vieron y les conté mi historia y ellos le trasladaron la realidad a su padre. La gente se sorprende, yo mismo me sorprendo. Al día siguiente quiso verme, charlamos, me hizo todas las preguntas y se operó”, relata.

Marcelo Chorny, entrenador del Gijón Rugby

Marcelo Chorny lleva cinco años curado, tiene claro que “al cáncer no hay que agradecerle nada”, pero su perspectiva de la vida ha cambiado e incluso su profesión, porque en aquellos meses en los que su futuro deportivo parecía haberse derrumbado se reinventó también laboralmente y ahora trabaja en el departamento de administración de la empresa gijonesa Nueso Group. “Soy chófer, vendedor, llevo compras… algo así como el entrenador de la empresa”, explica agradecido con quienes le dieron una oportunidad laboral cuando la necesitaba.

Chorny ha pasado a ser espectador en lugares en los que siempre había sido protagonista, pero se ha convertido al mismo tiempo en guía de mucha otra gente que ve en él la esperanza para recuperarse. La filosofía del campo de rugby, de enfrentarse con dignidad a los contrincantes, aunque sean difíciles, le ha amarrado a la vida y a su “voz de pato”, con la que convive. “Me permito días de bajón, me encierro en casa las veinticuatro horas, lloro hasta vaciarme y al día siguiente sigo”. En su mente la próxima charla, el próximo congreso o la siguiente visita. Y su sonrisa casi perenne y que irradia esperanza y que consigue que casi nadie le mire la “tapita” de su garganta, esa que cada día le recuerda que un cáncer pasó por allí para dejarle sin voz, pero con vida.

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