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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

Pregunta: ¿Por qué autoentrevistas?

Respuesta: Porque al fin y al cabo todas las columnas de opinión son respuestas a unas preguntas que se han borrado.

P: Hable por usted, no por los demás.

R: Bueno, no sé si todas. Las mías sí. Cuando tengo que escribir una columna me hago preguntas, las contesto y luego borro la parte del entrevistador.

P: Y aquí ha decidido dejarla.

R: Sí, para darle voz a mi otro yo.

P: ¿Y no es un poco esquizofrénico eso de hacerse preguntas, contestarlas y llevarse la contraria?

R: Un poco, pero es la única manera que tengo de saber lo que pienso sobre las cosas. Y además no siempre estoy de acuerdo con mis opiniones.

Entrevista a Antonio Orejudo sobre el reportaje de Jordi Évole

Antonio Orejudo

Pregunta. ¿Vio lo de Évole?

Respuesta. ¡Por Dios, lo de Évole ya está pasado de moda!

P. No querrá que le pregunte por el debate sobre el estado de la nación.

R. Prefiero que no, porque no lo vi.

P. Entonces hablemos de Évole. ¿Lo vio?

R. Sí, lo vi. ¿Cómo no voy a verlo, si llevaban anunciándolo tres semanas?

P. ¿Tardó mucho en descubrir que era un fake?fake

R. Menos de dos minutos.

P. Claro, es que usted es muy listo. Por eso le entrevisto todas las semanas.

R. No es una cuestión de listeza. Es que yo me dedico a eso. Me dedico a elaborar historias de ficción que puedan pasar por historias reales. Y como todos los días se me plantean problemas de verosimilitud y de ajuste de información, en seguida me chirriaron ciertos detalles. No tiene ningún mérito. Le pasa al mecánico de coches, que está tan habituado al sonido de los motores que es capaz de diagnosticar una avería por un simple un ruido que nosotros ni siquiera advertimos.

P. ¿Cuál fue el ruido que usted oyó y que le dio mala espina?

R. Hubo varios en el primer minuto. ¿Qué hacía Leguina allí, pudiendo entrevistar para una cosa tan gorda a Felipe González o a Alfonso Guerra?

P. Alfonso Guerra imposible. Ha dicho que le pareció una payasada.

R. Ya (risas).

R. Él y otros muchos como él piensan que uno no se debe reír de ciertas cosas.

R. Ya (risas).

P. ¿Y como reaccionó usted?

R. Al principio me sentí decepcionado. Esperaba otra cosa. Mi horizonte de expectativas, que había sido alimentado por Évole durante varias semanas, estaba muy alto. Si Évole, con lo cañero que es, dedica un programa al 23-F y lo publicita de esta manera —pensaba yo— es porque el contenido va a hacer temblar los cimientos del Estado.

P. ¿Qué esperaba usted?

R. Que Évole demostrara que todo el mundo estaba pringado, desde los guardias hasta el rey, pasando por Felipe González. Todos. Cualquier cosa por debajo de eso me habría decepcionado.

P. ¿Se enfadó mucho con él cuando descubrió que no solo no iba a demostrar eso, sino que renunciaba a cualquier tipo de demostración?

R. No, enfadarme no. A mí me gustan mucho los falsos documentales. Como le digo, yo me dedico a eso, a la literatura y la literatura, por lo menos la literatura realista, es una especie de falso documental: una mentira, una ficción que se hace pasar por verdad. Ese es su origen al menos. Mi sueño como escritor es poderle colar algún día a mis contemporáneos una mentira bien urdida, un buen disparate; inventarme algo gordo y que ellos piensen que es verdad. Por eso, una de las cosas que más me ha sorprendido de las reacciones en Twitter ha sido el disgusto que tienen con Évole ciertos escritores, a los que por otra parte admiro. Ahora, visto con cierta perspectiva, yo al programa de Évole le habría pedido los cosas: si hubiera sido una pieza periodística, habría querido que demostrara mi verdad sobre el 23-F y que por lo tanto hiciera temblar el Estado. (Por cierto y dicho sea entre paréntesis: pobre Évole, cuánta responsabilidad; eso le pasa por hacer buen periodismo). Y la segunda cosa que le hubiera pedido es que como pieza de ficción me la tendría que haber metido hasta el fondo.

P. ¿Usted no lo ha conseguido nunca?

R. ¿El qué? ¿Meterla hasta el fondo? Alguna vez (risas). La verdad es que lo llevo intentando desde mi novela, allá por los años 90 del siglo pasado. Fíjese que aquella primera novela se titulaba Fabulosas narraciones por historias. Ya le digo que en mayor o menor medida todos los escritores queremos dar a nuestros lectores fabulosas narraciones, y queremos que ellos se las crean y las lean como si fueran Historia. Y a los lectores además les gusta que los escritores les demos gato por libre. Les pasa lo mismo a los espectadores que van a un espectáculo de magia: saben que todas esas adivinaciones de cartas, apariciones y desapariciones son falsas, pero les gusta que el mago los engañe.

P. Si todo esto está muy bien para los escritores y para Juan Tamariz. Pero Jordi Évole es un periodista, y muchos no esperábamos de él una ficción. Esperábamos más bien que respetara el pacto implícito que existe entre el periodista y la sociedad, un pacto según el cual los periodistas siempre dicen la verdad.

R. Es que no hay que fiarse de nadie, ni siquiera de Jordi Évole. A lo mejor era de esto de lo que iba el programa y no del 23-F. En ese caso, no me parece que haya mentido. Todo lo contrario: ha dicho una gran verdad.

P. Pues entonces, si lo que quería hacer era una reflexión sobre el periodismo, debería haberlo advertido en el título y haber elaborado un reportaje con datos contrastados.

R. Bien masticadito, sí señor. A ver: puedo aceptar eso de que existe un contrato entre el periodista y la sociedad, según el cual el periodista dice siempre la verdad. Vale. Lo que me cuesta más trabajo aceptar es que exista también un pacto sobre el formato. La verdad se puede decir de muchas maneras, no solo con un reportaje. Évole no es el primer periodista, ni el único, que hace ficción. En la prensa española hay varias columnas de periódico, algunas de ellas excelentes, cuyas voces son creaciones literarias (si es que puede haber alguna voz que no lo sea). Y ello no afecta un ápice a eso tan raro que llamamos verdad.

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Pregunta: ¿Por qué autoentrevistas?

Respuesta: Porque al fin y al cabo todas las columnas de opinión son respuestas a unas preguntas que se han borrado.

P: Hable por usted, no por los demás.

R: Bueno, no sé si todas. Las mías sí. Cuando tengo que escribir una columna me hago preguntas, las contesto y luego borro la parte del entrevistador.

P: Y aquí ha decidido dejarla.

R: Sí, para darle voz a mi otro yo.

P: ¿Y no es un poco esquizofrénico eso de hacerse preguntas, contestarlas y llevarse la contraria?

R: Un poco, pero es la única manera que tengo de saber lo que pienso sobre las cosas. Y además no siempre estoy de acuerdo con mis opiniones.

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