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Sobre este blog

El Ojo izquierdo nació en El País en 2010 y prolongó su vida durante diez años en la cadena SER, con vivienda propia en el Programa Hoy por Hoy, primero con Carles Francino, después con Pepa Bueno y finalmente con Àngels Barceló.

Ahora se instala con comodidad en elDiario.es, donde es de esperar que se mantenga incólume la aviesa mirada de su autor, José María Izquierdo.

La hora de la política gamberra. De Trump a Feijóo

Alberto Núñez Feijóo, junto al secretario general del PP de Madrid, Alfonso Serrano, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. EFE/ J.P. Gandul
8 de septiembre de 2025 22:09 h

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No nos vale la primera acepción de la RAE del adjetivo gamberro: libertino, disoluto. Tampoco la tercera: en femenino, prostituta, dice la Real Academia. Nos quedamos con la segunda, la más popular y la que mejor entienden las buenas gentes, que abre todo un abanico de posibilidades frente a nosotros: maleducado, travieso, sinvergüenza, chulo, desvergonzado, incivil, bruto, alborotador, vándalo. Amplitud de tonalidades, desde la casi inocente de travieso a la más salvaje de vándalo. Estamos llenos –al tiempo que hartos- de tantos políticos gamberros como pueblan el zoo en el que nos movemos. Aquí, en esta vieja España y, desgraciadamente, en todo el universo mundo. Es verdad, a qué negarlo, que hay futbolistas gamberros, abogados gamberros y, es de suponer, bordadoras gamberras. Ni les digo nada, o mejor sí, ahora que lo pienso, y luego lo haré, de los jueces y periodistas gamberros que nos rodean por tierra, mar y aire. Pero aquí, en el Ojo, estamos a lo que estamos, manosear entre los higadillos de los políticos, y no es sitio para hablar de ese futbolista gamberro que todos conocemos, ni de los integrantes de ese ente llamado Abogados Cristianos, gamberros de manual. 

El primer punto que debemos aclarar es que ser gamberro no excluye de pertenecer a diversas categorías que ahora veremos. Lo van a entender muy fácil si ya empezamos a ceñirnos a lo que hemos venido a hacer en esta columnita. Trump, por comenzar fuerte, es un salvaje y un descerebrado, pero además es un gamberro. Netanyahu es un canalla, pero no es un gamberro. ¿Es algo peor? Por supuesto. Pero sigamos. Elon Musk es un loco peligroso y además un gamberro. Más cerca. Meloni es una ultraderechista hasta decir basta, pero no es gamberra. Salvini es un fascista y, además, un gamberro. Como el argentino Milei, que además de gamberro es un payaso, lo que viene a demostrar que un solo cuerpecillo puede albergar personalidades variadas. ¿Vamos afinando? 

Pues venga, no perdamos más el tiempo. Fernández Mañueco es una calamidad, pero no es un gamberro. Como tampoco lo son ni el gallego Alfonso Rueda ni el andaluz Juan Manuel Moreno o Jorge Azcón. ¿De derechas, pero muy, muy de derechas? Sin duda. Pero saludan a los vecinos cuando se los encuentran en la escalera, no empujan a las viejecitas y no escupen en el plato del comensal de la mesa cercana. Hoy no vamos a entrar en su capacidad política, tiempo y fuegos habrá para comentarla, pero mostremos primero el haz para luego irnos al envés. 

A ver cuál de los términos que nos ofrece la RAE nos sirve para clarificar el grado de gamberrismo de unos cuantos personajes, pocos, para no aburrirles, que vamos a enumerar a continuación. Un, dos, tres, por un par de euros y un chupa-chups, Carlos Mazón, tapo durante meses lo que hice la tarde en la que morían ahogados como chinches mis convecinos porque se me da la gana, y cara de hormigón armado, comiendo durante cuatro horas en el Ventorro en amigable compañía, tomándose a beneficio de inventario los se supone llamamientos angustiosos de sus subordinados. A no ser, claro, que estos fueran también incompetentes y desahogados como su presidente, se tomaran las alarmas a chirigota y no quisieran molestar con minucias a tan gran señor, ocupado en sus degustaciones, y prefieran irse de cuchipanda, como hizo la vicepresidenta, mientras el lodo sembraba muerte y destrucción. Pues bien, el Ojo apuesta por adjudicar al señor Mazón el sinónimo de chulo, pero quizá ustedes prefieran sinvergüenza. Vale. Respuesta también correcta. 

¿Qué me dicen del brillante tándem Isabel Díaz-Ayuso, más conocida como la reina del vermú o la frutera de Madrid, y su paje, o su amo, vaya usted a saber, Miguel Ángel Rodríguez? Nadie dudará, o eso espero, que su calidad de gamberra y gamberro están archidemostradas y suficientemente contrastadas en multitud de declaraciones habladas y escritas. Cierto, como decíamos anteriormente, que además de esa cualidad atesoran otros muchos atributos, desde la ignorancia absoluta de cualquier saber humano hasta la caótica recolección de unos retazos de ideologías reaccionarias que la interfecta ni siquiera es capaz de entender y, por tanto, se encuentra con muchas dificultades para exponerlas, que ya saben que seguir su discurso ideológico -¡qué risa!- es como intentar interpretar aquellos soliloquios de Antonio Ozores o traducir a un castellano académico las gracias de Chiquito de la Calzada. Similar coherencia. ¿Elegimos del catálogo citado el término desvergonzados? Maleducados se queda corto, como inciviles o alborotadores. Aunque chulos, chuletas, diríamos para recoger su idiosincrasia, es verdad que también lo son. Y mucho. 

Hablábamos de tosquedad intelectual. Les suponemos al tanto de que la reina del vermú ha comparado las protestas contra el genocidio en Gaza en La Vuelta ciclista a España con los atentados terroristas de los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972, en los que 11 atletas israelíes fueron asesinados. Brutos (cerriles, necios, obtusos) no es mal sinónimo de gamberro para aplicar a estas cabezas capaces de elaborar majaderías semejantes, y sin filtro en las circunvoluciones cerebrales, atreverse a decir en público tal patochada. Permitan un breve inciso al Ojo. ¿Qué tiene que sucederte en la vida para que una señorita de familia sencilla y educación cristiana, llegue a mayor y sea capaz de cerrar los ojos, insensible, ante los miles de niños muriéndose de hambre, los cadáveres de sus madres amontonados entre escombros, y apoyar así, sin fisuras, de manera grosera a un genocida como Benjamín Netanyahu? ¿Por qué? ¿Qué odio les ciega contra los palestinos, y qué miseria mental les acerca a los asesinos?

Llegamos ahora a ese señor de provincias, educado decían que era, que ha hecho un desprecio monumental a la monarquía –él, besamanos furioso del coronado- y se ha saltado la apertura del Año Judicial para irse de parranda publicitaria con nuestra bien amada frutera de Madrid, cuya pareja, el presunto defraudador, miren por dónde, está en el origen de toda la trifulca, sucia, repugnante, contra el fiscal general. Plantón al monarca, al gobierno, a los jueces y a la madre que los parió. Ahí os quedáis que yo me he convertido en un político gamberro. Como aquel cojo Manteca que rompía con sus muletas las farolas de la Gran Vía. Aquel sacaba la rabia del machacado por una sociedad cruel, y este, don Alberto Núñez Feijóo, presidente de un partido presumiblemente de gobierno, incapaz de embridar su ira porque no es presidente del Gobierno, lo que no es sino una razón despreciable y que muestra el talante del personaje. Sabemos qué epítetos de los propuestos por la RAE adjudicarle: chulo, como Mazón o Ayuso. Y tan desvergonzado como MAR, su chica inculta y el propio presidente valenciano. Allá en esas lindes se adueñó del micrófono y se sumó, enardecido, a la fruta de la reina del vermú, burda añagaza para no reconocer que en su momento la interfecta, tan querida por el jefe gamberro, llamó hijo de puta a Sánchez. Feijóo, por supuesto lo sabía muy bien pero allí estaba, de chico del coro. ¿Añaden maleducado desde las filas del fondo? ¿Incivil, alborotador? Sigan, sigan, no se queden cortos, que es muy bueno para la salud mental sacarlo todo a la luz. Ayer vino a refrendarnos en la exactitud de dichos adjetivos cuando tuvo la desvergüenza de recomendar al presidente del Gobierno que sea “ecuánime y ponderado”, tras anunciar las medidas –decentes, necesarias- para ayudar a acabar con el genocidio de Gaza. ¿Habla el émulo de los ultrasur o los celtarras de ecuanimidad y ponderación? Descaro y cinismo. Así que si el pastor es un gamberro, ¿qué van a hacer sus fieles comparsas, los desinhibidos Tellado -¿cavar fosas?, dice el bocachancla-, Gamarra o Montserrat? Pues eso, vomitar gamberradas.

Poco que añadir de Vox o Abascal. Ya me dirán cómo calificar a un tipo que impunemente apuesta por hundir un barco, sin especificar si con su tripulación incluida tal y como parece que ha hecho Trump con un barco venezolano. ¿Qué importan esos muertos? Nada, como esos miles de negros, hombres, mujeres y niños que se ahogan a las puertas de su pretendido paraíso. Gamberro, sí, pero nada nos cuesta aplicarle el término de vándalo. Como los asistentes a ese aquelarre que Vox montó en un feble y pacato Congreso para blanquear a maltratadores, machistas redomados y otras gentes de mal vivir. Por ahí, por esas rendijas, se cuela el fascismo, y no sabemos responder. 

Algún gamberro habrá en las filas contrarias, se preguntarán ustedes. Seguro que sí, Por ejemplo, no me digan que Rufián no tiene un punto gamberro. Pero seguro que ustedes le adjudicarían más el título de travieso que de bruto o sinvergüenza. ¿Óscar Puente? A veces, que ya saben lo que pasa si te prodigas en las siete y media, algunas veces aciertas y otras te pasas. Los representantes de Podemos, así en general, tienen todos un punto gamberro, perdonable en su élan vital, que uno no asalta los cielos ni monta tabernas si gusta de coger la taza de té con el meñique levantado. Y en otros lares, que no se nos olvide Puigdemont –fugas gamberras incluidas- y su delegada en el Congreso, la muy alborotadora, amén de feroz, Míriam Nogueras.

Sí, por supuesto, claro que hay jueces gamberros. Y no son uno ni dos. Muchos. Ignacio Escolar nos ofrecía el sábado una larga muestra. El Ojo aporta alguna perla más, como ese ex magistrado del Supremo, Javier Borrego en el DNI, que se reía de las personas trans autodenominándose “Francisca Javiera”. Un gamberro. No necesitan ustedes más nombres, que una ojeada al panorama de tribunales que se nos abre en otoño puede darles sólidas pistas. Por eso llama la atención que la presidenta del Poder Judicial tenga la piel finísima para defender a sus chicos y chicas, pero no sea capaz de encontrar un mínimo reproche para esas togas desatadas que salen a la calle con pancartas contra el Gobierno, o aplicárselo a ella misma, que delante del ministro Bolaños se permitió criticar la reforma de la ley propuesta por el titular de Justicia. ¿Acaso no es hacer política? Lo es, y de manera desvergonzada. ¡Y eso que la señora Perelló fue el resultado de un consenso entre PSOE y PP! Qué vista, Bolaños, qué vista. 

Ya, la prensa. Ah, esos gamberros que pueblan los digitales de medio pelo, es verdad, pero no olviden que también llenan, ustedes lo saben bien, cabeceras que se dicen de prestigio, como el Abc o El Mundo, nichos de auténticos gamberros, maleducados, inciviles y zafios. Por no hablar, o sí, por qué no hacerlo, de esos cardenales y arzobispos que con el dinero que chupan del Estado mantienen en sus ondas a multimillonarios cantamañanas, insultadores de profesión, reforzados por unas televisiones que sólo hacen perder dinero, que acogen amorosamente a tipos auténticamente soeces. ¿Has pecado, hijo?, les dirán melifluos en su garita. 

Adenda. Por cierto y ya que hablamos de tipos infames. ¿Qué les parece que su Majestad el Rey, tan alto y tan distinguido, haya recibido con todos los honores en su palacio, el que pagamos usted y yo, a ese epítome de la indignidad periodística que es Eduardo Inda Arriaga, alma mater del panfletillo que se llama OKdiario? Quiere hacernos creer el Borbón que está muy preocupado por los bulos y la desinformación, o eso dice en sus intervenciones públicas, pero no se puede estar en misa y repicando. Si usted recibe tan amigablemente al emperador de la bazofia, nos demuestra a todos que esa preocupación por las mentiras y la grosería en los medios es mera pose. 

Esperamos que por lo menos, Inda y sus muchos acompañantes se habrán limpiado el fango de sus zapatos en el felpudo. Y usted, Felipe VI, tenga cuidado con esos visitantes a los que blanquea. Alguien puede creer que le place, bienvenidos a esta su casa, tan repugnante compañía.  

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