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Sobre este blog

El Ojo izquierdo nació en El País en 2010 y prolongó su vida durante diez años en la cadena SER, con vivienda propia en el Programa Hoy por Hoy, primero con Carles Francino, después con Pepa Bueno y finalmente con Àngels Barceló.

Ahora se instala con comodidad en elDiario.es, donde es de esperar que se mantenga incólume la aviesa mirada de su autor, José María Izquierdo.

Al monte se ha ido la derecha. No intenten engañarnos

José María Aznar, Alberto Núñez Feijóo y Mariano Rajoy, en un acto del PP.
20 de noviembre de 2023 22:36 h

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Lo que une a los hombres, dijo, no es compartir el pan sino los enemigos

Cormac McCarthy, 'Meridiano de sangre'

Todo en su sitio. Pedro Sánchez en la Moncloa, incorporando nuevos ministros y manteniendo en el Gobierno a su núcleo duro; la derecha y la ultraderecha, ya indistinguibles, a la intemperie. Así que respiración acompasada, un, dos, un, dos. Pero no crea el gran vencedor de esta última batalla, la investidura, que ha ganado la guerra. Hará bien en escuchar a esos miles y miles de ciudadanos que con todo el derecho que les otorga vivir en un estado democrático –nos olvidamos de la dictadura y esas bobadas– han salido a la calle a decirle que la amnistía, sobre todo la amnistía, no les ha gustado nada. Dejemos aparte a esos aguerridos cruzados de banderola, rosario y contenedor. Porque usted, Sánchez, sabe también que ese rechazo lo comparten numerosos españoles que le han votado. Muchos, muchísimos, amalgamados más por la cita del encabezamiento que por sus explicaciones, inexistentes. Haga el favor, ya que hasta ahora no se ha dignado a hacerlo, a pisar los charcos y a contar, con detalle, las razones del brutal cambio de posición ante esa amnistía, y por qué y para qué se han dejado el Gobierno y el PSOE tantos pelos en la gatera. Y si hay que cantar la gallina, se canta. Pero hágalo alto, claro y rápido, que ya está tardando. 

Volveremos a la actualidad patria, pero hoy vamos a adentrarnos, con su permiso, por senderos más profundos de lo habitual. Hartito está el Ojo, cierto que nunca ha sido buen alumno del santo Job, más bien acérrimo fan de aquel inolvidable chiste de Eugenio –“Señor, señor, dame paciencia. ¡Pero ya!”–, de oír a finos analistas y sabios politólogos llenarse la boca de la terrible polarización que nos inunda, negadora del verdadero juego democrático, que embarra y corrompe el terreno donde debe dirimirse la sana convivencia. Y a continuación, el falso y vergonzante sintagma: a derecha e izquierda. Pues no: es mentira. Una falacia engañosa y culpable. Una frase hecha, una expresión manida que no se compadece con la verdad histórica y que los teóricos de la política deberían abandonar ya si quieren ser rigurosos. La polarización, el extremismo salvaje, el populismo delirante, es cosa de la derecha. Son ellos quienes destrozan las normas democráticas, quienes mienten, amenazan e insultan como arma política. Olvídense de los memes, los tuits y demás zarandajas. Vayamos a las corrientes profundas que mueven a unos y a otros. No hablamos sólo de España, que hoy nos vamos a permitir viajar por todo el mundo occidental, y veremos dónde se ha producido esa polarización, un repaso grosero por su simpleza, que esta columnilla semanal está muy lejos de pretender cotas superiores.

Pongámonos, por ejemplo, en las décadas finales del siglo pasado. En los años setenta quiso el comunismo occidental variar el rumbo que habían seguido desde su fundación y Carrillo, Berlinguer y Marchais sellaron en Madrid el nacimiento del eurocomunismo, abandono de la revolución, integración en el juego democrático. El español, por ejemplo, lo pondría a prueba de inmediato, monarquía, urnas y bandera de una tacada. ¿Qué hizo poco después la gran derecha mundial? Emprender el camino contrario y lanzarse al feroz neocapitalismo de Thatcher y Reagan, bendecido por el papa Wojtila. Saltemos, que no hay espacio para más. ¿Qué han hecho desde entonces los partidos de izquierda? Centrarse, alejarse de los extremismos. En este siglo XXI no han sido los demócratas de Estados Unidos los que se han ido a la desmesura del tea party, primero, a la aberración trumpista ahora mismo. Ha sido, por supuesto, la derecha de los republicanos. ¿Se han ido a la radicalidad el laborismo de Blair o Keir Starmer, los socialdemócratas alemanes de Willy Brandt o Schröder hasta Olaf Scholz, entre medias la gran coalición con Ángela Merkel? Incluyan por supuesto a España –¡el sí a la OTAN, la absoluta integración europea!– y Portugal. Mientras tanto, ¿hacia dónde han ido los conservadores británicos, sino a la extrema derecha de Sunak o Boris Johnson? ¿La derecha francesa con Marine Le Pen? ¿En Italia con Meloni? Digan si se atreven, finos analistas, en qué país de los citados, quizá Melenchon sea la excepción europea, se han ido las izquierdas a los extremismos comparables al camino que han seguido las derechas. Pero es que hasta la considerada extrema izquierda se ha incorporado a la gobernabilidad de la izquierda posibilista. España, como ejemplo, pero ya saben que hay muchos más. O sea: ningún partido consolidado de izquierdas en Europa, ni socialista ni comunista, se ha lanzado al delirio populista y enloquecido, como sí lo han hecho las formaciones de derechas. A la vista está el desarrollo del progresismo que ha ido, y en muchos casos ha conseguido arrastrar a la derecha, a lograr un ensanchamiento de los derechos civiles –feminismo, minorías– o a la lucha contra el calentamiento global. Da pena poner el punto a este párrafo, que sin duda exigiría un mayor y detallado contenido. Quizá lo hagamos en otra ocasión. 

Y esa misma marcha hacia el extremismo, hacia esa polarización que se denuncia, lo encontramos en los sectores patrios que representan esas ideologías en la sociedad civil. También aquí es la derecha la que se ha ido a los extremos de manera ostentórea, que decía Jesús Gil. Veamos. ¿Acaso han sido los jueces de izquierdas quienes se han echado a la calle para protestar por las infamias de la derecha? ¿Son los magistrados progresistas los que han boicoteado el Consejo del Poder Judicial? ¿Militares de izquierdas han pedido a los generales que den un golpe de Estado, o han sido esos oficiales franquistas a los que precisamente una generosa amnistía libró de cualquier juicio sobre sus posibles fechorías contra los derechos humanos, los que intentan otro Alzamiento fascista y la destrucción de la democracia? ¿Los sindicatos llamados de clase se han hecho trostkistas, han convocado huelgas salvajes una tras otra, o quizá han participado en cuantas mesas de negociación se han abierto con los empresarios? Sigan la ronda del contraste que no tiene fin. Abogados de izquierdas, inspectores de Trabajo o de Hacienda también de izquierdas, etcétera. Respeto absoluto a las leyes. Las togas en la calle, esa aberración, es cosa de la derecha. Reaccionaria.

Risa da hacer la misma comparación con la prensa y otros medios. ¿Quizá El País o La Vanguardia se han llenado de proclamas izquierdistas, llamadas a la revolución, críticas salvajes a los dirigentes de la derecha? ¿Alguien en los medios de comunicación alejados de la ultraderecha rampante, como los citados, ha llenado sus columnas de opinión de insultos de bulto a Feijóo, como hacen a diario los periodistas de la caverna con cualquiera que desprenda un cierto aroma de izquierdas, y no digamos cuando se refieren a Sánchez, improperio grosero tras insulto basto y despreciable siguiendo la educada estela de Isabel Díaz Ayuso? Son tan cínicos los periódicos citados como para titular el viernes pasado, el día que prometía su cargo Sánchez ante el Rey, como lo hizo El Mundo: “Empresarios y fondos alertan del riesgo de invertir en España”. ¿Qué decía la prensa económica ese mismo día? Pues esto: “El Ibex 35 toca máximos desde el estallido de la pandemia tras la investidura de Sánchez”. ¡Y no se ruborizan! ¡Qué desvergüenza! No es nada raro. Han seguido la estela marcada en Estados Unidos por la ferocidad vociferante de la cadena Fox, de Rupert Murdoch, el conglomerado mundial del que José María Aznar, ese gran hombre que azuza a la derecha rampante, recibe todos los años abultados estipendios.  

Volvemos al día a día de nuestro país. Dicen que Junts y ERC tienen la sartén por el mango. Pero no lo olviden: también Pedro Sánchez. A no ser que creamos que Puigdemont o Junqueras por alguna discrepancia menor van a poner en jaque la posibilidad de que vayan derechitos a la cárcel los 400 cargos que podrían acogerse a la amnistía. Porque el desarrollo de esta medida, sus procedimientos, freno, embrague y acelerador están en el Palacio de la Moncloa como primera providencia. Ya, Senado, jueces, etcétera. Pero después. Amenace Puigdemont, pero póngase el impermeable no vaya a ser que le llueva, o incluso granice, desde la perversa ciudad de Madrid si es que por un azar del destino llegan al gobierno el PP y Vox. Y algo similar, sólo similar, ocurre con los bravos guerreros –o guerreras– de Podemos. Pueden apretar, pero ellos tienen el cuello de cisne. Cuidadito con las piruetas y forzar la desunión de la izquierda, otra vez más, que en una de esas te dejas el espinazo. Perder a Nacho Álvarez ya ha sido un despropósito más de una formación siempre en peligrosa erupción. No tienen arreglo. Unos y otros. La maldición de la gresca.

Claro que peor lo tienen en la derecha siamesa. Porque los males que le llegan al PP tras su alianza de sangre con Vox son ciclópeos. Insalvables. Nadie quiere que le vean en la calle con semejante esperpento, máxime cuando la ultraderecha se ha desnudado y ya emplea las tácticas de las tropas de asalto fascistas. Pero su alianza ya ha ido demasiado lejos y a ver ahora quién rompe los lazos en comunidades y ayuntamientos, los cargos y las múltiples prebendas que Feijóo ha cedido graciosamente a Abascal, tan contento de haberse conocido y poder ejercer con desfachatez su cinematográfico papel de Harry el Sucio. Arréglame el día, le dice cada lunes al inane líder –por ahora– del grupito de Génova. Pero como ustedes saben, todo es empeorable y el PP aún puede equivocarse más cediendo poder a la reina del vermú, mera aspirante a participar en Operación Triunfo aunque ella se cree Taylor Swift. Díaz Ayuso, la doña Rogelia de Miguel Ángel Rodríguez, no se equivoquen, es nada con sifón. Fanfarrona de chiringuito. Pies de barro, cabeza de barro. Hablaremos más de ello, que hoy el Ojo se ha alargado demasiado, pecado que no volverá a repetirse. 

¿Bombardear escuelas, hospitales? ¿Qué más necesitan los países civilizados para frenar la salvaje furia israelí contra los palestinos? 

Adenda. Milei ha ganado. Así lo han querido los argentinos, que han decidido situar a un loco al frente del Estado. Veremos en qué consisten esos drásticos cambios que anuncia. Pero que nadie olvide que este señor, con su motosierra, ha sido finalmente el candidato de toda la derecha educada y dicen, moderada. Ahí estaba el resucitado Rajoy, acompañado de toda la carcundia latinoamericana, tan representativa de los más obcecados multimillonarios de la región. ¿Qué decir del peronismo? Quienes conocimos a López Rega y a Isabelita (María Estela) Perón sólo nos sorprendía ver el tiempo que ha durado aquel delirio. Consecuencia, también, de ser un ferviente lector de Tomás Eloy Martínez. Así que no nos pidan que no lloremos por Argentina, porque hoy lo hacemos. Y a lágrima viva.  

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