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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Arte chino en el Guggenheim: un nuevo evento mediático a costa de los animales

'A Case Study of Transference'. Performance de Xu Bing. 1994.

Santiago Talavera

Entre toda la problemática de nuestra relación con los animales no humanos, cabría pensar que la utilización de los mismos en una exposición de arte es un asunto baladí, no comparable al incalculable sufrimiento que les producimos en mataderos o explotaciones ganaderas, y por ello no merece la pena dedicarle tiempo y esfuerzo. Sin embargo, la inauguración de la exposición Arte y China después de 1989: El teatro del mundo en el Museo Guggenheim de Bilbao el pasado viernes 11 de mayo no ha dejado de aparecer en medios y, a pesar del silencio pasivo del gremio artístico, la gran cantidad de muestras de irritación en la red y la respuesta de activistas muestran que este asunto toca fibra sensible y debería servir para abrir un debate incómodo pero necesario en el seno de una profesión, la artística, tocada por tiempos difíciles para la libertad de expresión.

Para quienes todavía no estén al tanto, el Museo bilbaíno decidió traer dicha exposición tras pasar por el Guggenheim de Nueva York con gran escándalo por tres obras durísimas: la instalación Teatro del mundo, de Huang Yong Ping, A Case Study of Transference, de Xu Bing, y el vídeo Dogs That Cannot Touch Each Other, de Peng Yu y Sun Yuan. Pese a decidir no traer este último vídeo, en el que cuatro parejas de bull terriers enfrentadas en cintas de correr se desgastan al estar sujetos con arneses, la exposición muestra A Case Study of Transference, también el registro de una performance de 1994 en la que dos cerdos con caracteres occidentales y chinos ficticios, estampados en la piel, copulan de manera contínua en un cubículo cerrado bajo la mirada de los espectadores.

Según un comunicado de los comisarios de la exposición, los artistas eran conscientes de estar desafiando los preceptos morales occidentales. La celeridad de las denuncias, de hecho, indica que en las sociedades de Nueva York y ahora Bilbao se están reconociendo límites éticos en el uso de los animales y que sus experiencias no deben sernos ajenas. El asunto es importante pues, pese a no suponer un maltrato animal mayor que el que ocurre en otros ámbitos de explotación, estas obras revelan cómo instituciones culturales proyectan un mensaje a la sociedad no solo a espaldas de los animales, sino también de nuevas realidades y significaciones políticas que llevan ya tiempo alzando la voz.

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El animal como recurso simbólico

La instalación Teatro del mundo, de Huang Yong Ping, en la que insectos y reptiles conviven  y se devoran en un terrario, es la más controvertida por mostrar animales vivos y ofrecer un espectáculo de lucha por la supervivencia entre ellos. Es un ejemplo más de cómo el arte, que desde nuestro inicio ha aprovechado el potencial simbólico de los animales, ha extendido su utilización desde el siglo XX en todas sus variantes posibles. El ya soporífero uso de taxidermias hace que hoy cueste no encontrar en las ferias de arte alguna ocurrencia estética con la cornamenta de un ciervo (Peter Gronquist, por ejemplo), últimamente parece que encerrarlos vivos en recintos dentro de una galería vuelve a ser un recurso de moda, y usos más delirantes como el de Katinka Simonse y sus animales domésticos convertidos en bolsos siguen provocando muestras de ira y repercusión mediática.

En los temas recurrentes en el arte como la muerte, el poder, la verdad,  ficción o el tiempo, la tendencia de los artistas a vehiculizar ciertos atributos humanos mediante animales tiene que ver con una fascinación hacia los mismos, pero generalmente a través de una mirada antropocéntrica que dificulta poder mirar lo no humano desde otro prisma que el nuestro. Así vemos que en buena parte de estas obras el tratamiento del animal es una distorsión ridiculizante que nos recuerda la vieja línea entre cultura y naturaleza, que niega los intereses básicos de cualquier individuo que no pertenezca a nuestra especie.

Muchos certificados de bienestar, nula voluntad de autocrítica

Saliéndome de un ámbito de valoración ético, desde un punto de vista legal el Museo Guggenheim dice haber tomado las precauciones pertinentes y asegura “defender los derechos de todos los seres vivos”. Que la Ley de Protección Animal del gobierno Vasco, que excluye de su ámbito a los toros, la caza, pesca y animales para experimentación científica, exija al Museo tener a los reptiles e insectos en instalaciones adecuadas y darles de comer fuera del horario expositivo, no supone que se estén defendiendo los derechos de estos animales a no ser que se confundan estrepitosamente los conceptos de lo que es legal y lo que es justo.

En las obras El Puente y Teatro del mundo, Huang Yong Ping relaciona tortugas, saltamontes, serpientes, lagartos y demás animales, con una arquitectura instalativa en forma de dos terrarios que pretende lanzarnos una metáfora sobre la cosmología taoísta y la globalización. Para hablarnos del conflicto entre diferentes pueblos y culturas, el artista chino propicia un ambiente aleatorio de amenaza inter especie, convivencia e incluso que unos se coman a otros, en un caso clarísimo de maltrato pues se está negando cualquier interés fundamental de esos animales en no perder su vida o ver dañada su integridad física innecesariamente.

Esto último no se trata de mi criterio personal o el de proclamas antiespecistas. En el artículo 4.2 de la Ley anteriormente mencionada se “prohíbe maltratar a los animales o someterlos a cualquier práctica que les pueda producir sufrimientos o daños y angustia injustificados” en caso de tratarse de animales salvajes cautivos o criados para ser devueltos a su medio natural. El Museo Guggenheim evita afrontar la crítica y el debate de fondo que trae consigo la obra: la separación de un animal de su hábitat natural y la cosificación e instrumentalización innecesaria de seres sintientes. Las supuestas “condiciones de vida óptimas de insectos y reptiles” que defienden son más que dudosas. Tras el tono aparentemente conciliador de los comunicados del Museo solo se quiere evitar incurrir en una irregularidad legislativa, pero con lagunas que deben ser revisadas.

Defensa de los derechos animales y libertad de expresión: ¿Un entendimiento posible?

Estamos ante una nueva batalla de una ya conocida y maniquea guerra cultural que confronta la creciente conciencia social sobre los derechos animales con la subsiguiente defensa de la libertad de expresión por parte de sectores profesionalizados de la cultura. Todo suena muy parecido a las resistencias conservadoras del manifiesto contra el movimiento #metoo de intelectuales francesas este año. Huang Yong Ping lamentaba la decisión de desactivar su obra en Nueva York aludiendo a un “renacer del conservadurismo”, y es que es fácil encontrar este tipo de respuestas en las cuales posiciones posmodernas ancladas en un humanismo tradicional, impermeables a los avances socioculturales que están modificando nuestra relación con la naturaleza, acusan de censores o fascistas a quienes posicionan la ética por encima de determinadas prácticas crueles y deciden tomar parte más activa en la calle.

Otros sectores culturales como el circo y el cine han tomado cuenta del avance moral de una sociedad cuyas costumbres deben evolucionar hacia un mundo más respetuoso con los animales no humanos. Circo del Sol, por ejemplo, eliminó por completo los números con animales y en la mayoría de producciones cinematográficas de ciencia ficción o acción los animales están modelados y animados en 3D. Filosofía, moda y gastronomía también están aportado avances con miras a una conciencia que afronta retos como el colapso climático, el agotamiento de recursos y el sufrimiento animal. Mientras tanto, el mundo del arte contemporáneo y sus instituciones se hunden en la cola de este cambio al dar cobertura a este tipo de obras y mostrarse demasiado ocupados en seguir articulando su colaboración acrítica con un mercado globalizado.

Ante este panorama, creo necesario que los artistas hagamos autocrítica y nos preguntemos si el arte es un espacio exento de responsabilidades éticas hacia los demás individuos. En 2011 la College Art Association of America publicó una breve guía sobre el uso de animales en el arte que muestra un posible camino, pues lo que difícilmente se encuentra en textos teóricos o statements de artistas es una argumentación profunda sobre las razones del uso de animales. El texto recomienda a quien incluya animales en sus obras preguntarse si alguna práctica podría causar dolor o incomodidad al animal, y las alternativas, pero hay una que siempre me ha parecido clave:

¿Puedes lograr lo mismo reemplazando al animal?

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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