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Carta a Ricardo

Iñaki Ochoa de Olza

Hola Riki, hace días que tenía ganas de hablar un rato contigo, pero no encontraba el hueco. Seguimos todo el día como locos, sin parar, llevando a cuestas el pecado mortal de no tener tiempo ni para los amigos. El verano hace días que se fue, de nuevo llueve con ganas y, como siempre, ya estamos esperando a la nieve para escapar del sopor urbano. Ha sido una mierda de verano, para qué te voy a engañar, aunque algunos de tus numerosos amigos, como Pauner y Vallejo, se pudieron subir al Broad Peak en julio. Les costó lo suyo, no creas, pero al final libraron con holgura. Al volver me dijeron que te echaron de menos con violencia. Como los demás. Aquí no ha hecho calor, que es lo que tiene que hacer en un verano decente para que entonces nos quejemos de ello y no de lo contrario. Yo me he lesionado, cosa que hacía bastantes años no ocurría. Va a ser la edad. Nada terrible, una tendinitis en la rodilla, pero he tenido que parar y eso ya sabes que no nos gusta a ninguno. Me he dedicado a escalar en roca y te puedo decir con cierto orgullo que no se me ha olvidado, aún después de tantos años. Hemos andado por el Piz Badile, también en Verdón y Chamonix, en el Ticino Suizo y por supuesto en Etxauri, claro. Rulando por ahí, sin muchas más reglas que llegar hambrientos a cada anochecer y apretar bien la espalda contra el suelo al dormir. Aunque prefiero no mirar a la dificultad de las vías que hago, de paso que me hago la ilusión de que escalo rocas y no grados, y de que así soy como Chris Sharma, intuitivo y grande. En Junio, nada más regresar del Dhaulagiri, estuve en tu casa de Salinas con toda tu familia. Están muy bien, tienes que estar orgulloso de ellos, amigo. Tus chicas, tu mujer, tu madre y tus hermanos me impresionaron por su entereza, su fuerza y sus ganas de vivir, que ya sé de quién aprendieron. Todos han estado entrenándose como mulos, con toda la ilusión del mundo, para poder acercarse este mes de octubre hasta el campo base de tu Dhaulagiri, a dejar allí jirones de piel y corazón, y a decir cosas que no hay quien cuente de lo hermosas que son. ¿Te acuerdas del piolet que intercambiamos en el Makalu, hace ya tres años y pico? A ti te gustaba el mío y a mi me gustaba el tuyo, así que trato hecho. Después, “tu” piolet ha subido en mi mano al K2, al Manaslu, al Shisha Pangma y al propio Dhaulagiri. El cacharro metálico siempre me recuerda tu honestidad, tu bravura y tu tirar para adelante sin mirar atrás. Se lo llevé a tu mujer porque me perecía mejor que se lo quedara ella, pero me lo devolvió pidiéndome que lo usara yo hasta que acabe los 14 ochomiles, y que después hablaríamos. Qué lindo gesto. Mañana me subo a un avión que me llevará allá donde estás. Con Rubén, Carlos y los otros intentaremos traerte de vuelta a casa, a donde perteneces. Por mi parte, sólo quería saludarte, y espero no alterar vuestra tranquilidad y paz. Debéis saber que se os añora, recuerda y echa de menos como corresponde, un puto huevo. Amigo, ya sabes que mi corazón está allí, contigo y con Santi, y con todos los demás. Sueño con las nieves que os cubren como un pájaro que anhela vientos que le porten más allá de cualquier arco iris. Y espero que mi vida sea tan rica como lo fueron las vuestras, y que alguien se acuerde de mi todos los días, con una sonrisa en los labios, cuando me vaya. * Ricardo Valencia, alpinista navarro desaparecido en el Dhaulagiri en mayo de 2007, junto al aragonés Santiago Sagaste.

Columna publicada en el número 45 de Campobase (Noviembre 2007).

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